domingo, 6 de septiembre de 2020

Historias mínimas

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 Una nota sobre Los años, de Annie Ernaux
 

Fuente: Twitter editorial Cabaret Voltaire.

Por Paula Andrea Marín C.

 

Todo se borrará en un segundo. El diccionario acumulado de la cuna hasta el lecho de muerte se eliminará. Llegará el silencio y no habrá palabras para decirlo. De la boca abierta no saldrá nada. Ni yo ni mí. La lengua seguirá poniendo el mundo en palabras. En las conversaciones en torno a una mesa familiar seremos tan solo un nombre, cada vez más sin rostro, hasta desaparecer en la masa anónima de una generación remota.

―Annie Ernaux, Los años.

 

Mi papá se fue de esta dimensión hace tres años. Pasé por todas las etapas del duelo, aunque sé que hay una de la que, realmente, nunca podré salir: la de extrañarlo. La etapa en la que más permanecí fue en la rabia (esa forma incendiada del dolor), aquella en la que se recrimina al universo, a dios, en la que la vida pierde sentido porque comprendemos lo insignificante que resulta nuestro paso sobre la Tierra. Entendí (si es que uno alguna vez de verdad entiende algo) que lo único que tenemos es nuestro tiempo y que cada quien decide cómo usarlo. Esta misma certeza se desprende ahora de la lectura del libro de Annie Ernaux (Lillebonne, Francia, 1940): Los años, publicado originalmente en francés en 2008 por Gallimard y traducido y editado por Cabaret Voltaire (Madrid) el año pasado, cuando Ernaux ganó el premio Formentor de las Letras.


La narradora de Los años es una mujer de casi setenta años, quien rememora su vida (ese lapso de tiempo individual) a partir de fotografías tomadas en diferentes momentos, desde su niñez en una provincia francesa, hija de padres pobres, hasta lo que comienza a sentir como una edad en la que los demás (no ella) la empiezan a reconocer como “vieja”. De la pobreza, esa sensación no solo de escasez de objetos, de comida, sino también de “imágenes, distracciones, de explicaciones de uno mismo y del mundo” (Los años), la narradora repasa luego el inicio de su actividad sexual, primero con la masturbación y luego con los hombres, el peligro de la maternidad precoz y el calendario Ogino como único amparo contra ella; la aparición de la píldora anticonceptiva y el vislumbramiento de la tan anhelada libertad sexual; el hallazgo del saber y de la literatura como únicos lugares donde se siente a gusto, aunque esto le represente un rompimiento con su familia de origen; la contradicción entre su deseo de ser independiente y el encuentro con su papel de esposa y madre, antes de cumplir los 25 años; el miedo a convertirse en una pequeñoburguesa; empezar a pensarse fuera de la pareja y de la familia y entonces divorciarse “para recuperar el deseo del porvenir” (Los años); vivir entre los encuentros con cada nuevo amante (y el miedo al VIH) y sus proyectos de escritura; la llegada inminente de la jubilación de su cargo como profesora; la conciencia del cuerpo que envejece; la enfermedad que la enfrenta a la certeza de la muerte; la experiencia de tener nietos; la sucesión de sus amantes…


Al mismo tiempo de este relato íntimo, Ernaux entreteje el otro, el colectivo, el histórico: los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial en su infancia; la guerra de independencia en Argelia a principios de los años sesenta, en su juventud: “Argelia con sus tres departamentos era Francia, como buena parte de África donde nuestras posesiones ocupaban en el atlas la mitad del continente” (Los años); Mayo del 68 y a partir de allí el cuestionamiento de todo lo que hasta ese momento había sido evidente: la familia, la educación, la cárcel, la locura, la publicidad; la aprobación del aborto; el problema de Francia con la inmigración; las huelgas de 1995, que recordaban los logros del 68 y luego la decepción; el retorno de la derecha (política) al poder.


Se trata de lograr una escritura que procura “captar el reflejo proyectado en la pantalla de la memoria individual por la historia colectiva”, pues “las señales de cambios colectivos solo son perceptibles en la particularidad de las vidas”; se trata de “dar forma, gracias a la escritura, a su ausencia futura [de la narradora]”, de “captar esa duración que constituye su paso por la tierra en una época determinada”, de “salvar algo del tiempo en el que ya no estaremos nunca más” (Los años).


La ambición de Ernaux es enorme en este libro, a medio camino entre las memorias y la literatura: encontrar una intersección entre la historia personal y la historia colectiva. La solución que encuentra es una alternancia de relatos: el íntimo y el social. A diferencia de sus obras anteriores y posteriores, en esta, el relato social es mayor que el íntimo, quizá como una forma de equilibrar todas las páginas que ha dedicado a reconstruir capítulos de sus experiencias más personales, en los que ha reconstruido la formación de su identidad de mujer. El relato sobre sus experiencias íntimas es, por el contrario, escueto, solo aprehensible en su totalidad para quienes hemos sido lectores de sus demás obras.


Los años es una forma de saldar una deuda con ese proyecto temprano de Ernaux de conformar una memoria colectiva a partir de su memoria personal, de hacer de su historia mínima un eco en el que pudieran verse contenidas, comprendidas, escuchadas otras miles de mujeres que, como ella, venían de una familia pobre, habían ido a la universidad y se habían podido desligar poco a poco (no sin dificultades y contradicciones) de los constreñimientos de una sociedad católica y patriarcal. Los años es, así, el relato de la historia de Francia en los últimos 68 años (hasta el 2008), desde la perspectiva de una mujer que recopila detalles para brindar un tipo alternativo de historia cultural, política, social y económica, a partir de cómo ha vivido aquellos acontecimientos que figuran en los libros de historia, pero también aquellos otros que quedan ocultos: la relación con las innovaciones tecnológicas y su consumo, la relación con los lugares que se frecuentan en la cotidianidad y con los objetos (como signos específicos de una época) que se manipulan día tras día, las referencias culturales (los discos, los libros, las películas), los cambios y las contradicciones en materia de ideología y de actitudes ante la sexualidad y la política; la constatación de que “la impasibilidad aumenta[ba]” (Los años). ¿De dónde vendrá la revuelta?


La individualidad –nos dice Ernaux en este libro– es la combinación única en cada uno de nosotros de elementos externos (la época, las condiciones sociales y económicas) e internos (los pensamientos, las aspiraciones). La escritura es una forma de fijar esa individualidad en el tiempo, de luchar contra su desaparición.

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  • Los años, Annie Ernaux.  Trad. Lydia Vásquez Jiménez. Madrid: Cabaret Voltaire, [2008] 2019.


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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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