Una nota sobre tres libros de Rebecca Solnit
Rebecca Solnit | Fuente: Mujer Hoy
Por Paula Andrea Marín C.
Tejer la red y no quedar atrapada, crear el mundo, crear tu propia vida, decidir tu destino, nombrar a las abuelas así como a los padres, tirar redes y no solo líneas rectas, ser una creadora, además de quien limpia, ser capaz de cantar y no ser silenciada, retirar el velo y aparecer; todas esas son las banderas que yo cuelgo en mi cuerda.
Rebecca Solnit (Los hombres me
explican cosas).
Lo que hizo para dejar de estar perdido no fue regresar sino transformarse.
Rebecca Solnit (Una guía sobre el
arte de perderse).
Un paisaje repleto de sitios con nombres de mujeres y de estatuas de mujeres tal vez nos hubiera alentado a mí y a otras chicas en aspectos profundos. Los nombres de las mujeres estaban ausentes, y esas ausencias estaban ausentes de nuestra imaginación.
Rebecca Solnit (Recuerdos de mi
inexistencia).
Acababa de llegar a esta ciudad.
Vivía muy lejos de la Universidad. Como casi toda primípara, quería explorar la
noche, su libertad por primera vez sentida, y me quedé hasta tarde, a esa hora
en la que el bus hacia el barrio donde dormía ya no pasaba. Entonces tuve que
tomar otra ruta y llegar más tarde aún al barrio: oscuro, desierto. Caminé tan
rápido como pude y el hombre salió de la nada, me agarró por detrás. Entendí
que no quería robarme (ya lo habían hecho en la ciudad donde vivía antes), sino
ejercer sobre mí el peor de todos los miedos que nos han inculcado a las
mujeres: violarme. No sé cómo, pero grité tan fuerte y tantas veces como me lo
permitió el terror; el hombre se asustó –creo– y milagrosamente me soltó; yo
eché a correr tan velozmente como me fue posible y llegué a la casa temblando,
con el temor de que el hombre estuviera acechando y grabando en su memoria la
casa en la que dormía.
Ese episodio marcó mi relación
con la noche en la ciudad: sabía que si pasaba de cierta hora, no podía irme al
barrio y por esta razón dormí varias noches en el sofá de varias casas de
compañeros de la Universidad o de amigos (y uno de ellos me acosó una noche,
como cobrando el favor). Mi caso resulta nimio frente a otros muchos que he
escuchado, leído, pero a partir de él puedo entender mi relación con la calle:
desde pequeña, mi mamá me inculcó el miedo a salir sola, a caminar sola y,
sobre todo, de noche; aún hoy, después de muchos años de ya no vivir con ella,
me pregunta, cuando hablamos por teléfono, si tengo que salir y me recuerda que
en el noticiero de la noche anterior mostraron el caso de una mujer violada y
asesinada.
Vivimos en una ciudad, en un
país, en un continente (desde EEUU hasta Argentina), en donde está naturalizado el hecho de que las calles sean peligrosas y que cada ciudadana y ciudadano es responsable
de transitar por ellas bajo su propio riesgo, pero para las mujeres hay un
riesgo triple: junto al robo y el asesinato (dentro o fuera de la casa), la
violación (dentro o fuera de la casa). Comencé a salir sola a los 16 años: iba
sola a cineclubes, a la biblioteca, a tiendas de música, a encontrarme con mi
amigo de esa época en una panadería donde nos pegara suavemente la brisa de la
tarde, o con el muchacho con el que salía entonces. No había celulares y
siempre que llegaba a casa veía la misma escena: mi mamá descansaba de su
preocupación por mí, por estar fuera de la casa.
Leer a Rebecca Solnit (San
Francisco, EEUU, 1961, hija de una irlandesa católica y de un ruso judío) y,
especialmente, su libro de ensayos Los
hombres me explicas cosas (2021), me ha puesto a pensar mucho en mi
relación con la calle, con el espacio público, siendo mujer. Una de las luchas
más grandes que debemos emprender las mujeres es sentir que podemos caminar por
las calles, por ese espacio público, que tenemos derecho a hacerlo, vencer el
miedo a ser violadas y asesinadas por un hombre. A pesar de la preocupación de
mamá, de las noticias, de las estadísticas (dice Solnit que en EEUU se denuncia
una violación cada 6,2 minutos y en Colombia las cifras no deben ser muy
distintas), no he querido renunciar a la noche ni a caminar sola por las calles
de cualquier ciudad, pero el miedo no se ha ido y sé que nunca se irá, que
camino a pesar de él, que salgo a pesar de él, porque desde que descubrí que
había todo un universo que quería para mí y que estaba fuera de la casa, no he
querido privarme de él y ahora, gracias a Solnit, sé que este es uno de mis
mayores logros como mujer: no confinarme a ser una “correcta mujer de su casa”
(como tuvo que hacerlo la generación de mi mamá y de mis tías), sino una
“pateperro” –como dicen en mi familia– que va allí, donde le da la gana. Sé que
he sido afortunada y que otros millones de mujeres no, y sé que quiero seguir
siéndolo y que no habrá nunca certezas sobre esto último.
Según Solnit, esta desconfianza
que se forja en las mujeres hacia el espacio público está relacionada con la
falta de confianza en nosotras mismas en el momento de mostrarnos públicamente:
compartir nuestras opiniones, mostrar nuestros cuerpos, ocupar un lugar visible,
hacernos valer y hacer respetar nuestra palabra. Así como algunos hombres
amenazan nuestra posibilidad de sentirnos dueñas del espacio público, de la
calle, otros también amenazan la posibilidad de hablar en público, de decir lo
que pensamos, de mostrarnos y esto genera una baja autoestima y una sensación
de inexistencia, una pérdida del sentido de sí mismas suplantado por la necesidad
de ser apreciadas, valoradas, validadas por otros: los hombres. La intimidación
y la violencia física “silencia, borra y aniquila a las mujeres como iguales,
como participantes, como seres humanos con derechos” (Los hombres me explican cosas).
La ya conocida actitud del mansplaining (traducido como
“machoexplicación” por algunos) es una muestra de lo anterior: en 2008, Solnit
escribió un ensayo con el título “Los hombres me explican cosas” y al
publicarlo se hizo viral (es el ensayo con el que Solnit se empieza a conocer
como una autora feminista); el éxito del ensayo derivó en el uso del término “mansplaining” para explicar la actitud
arrogante de muchos hombres de “ilustrar” en ciertos temas a una mujer con
paternalismo o condescendencia, asumiendo que quien tiene al frente es un
“recipiente vacío que debe ser rellenado con su sabiduría y conocimiento” (Los hombres me explican cosas) o alguien
ante el cual tiene derecho a emitir sus juicios (sobre todo, sobre su edad,
aspecto físico y comportamiento). El mansplaining
borra a las mujeres (como los asesinatos y las violaciones), pues subvalora sus
conocimientos por defender –digo yo– una actitud machista de los hombres que
los impele a mostrarse siempre como los depositarios legítimos del
conocimiento.
Creo también que muchas mujeres
practican el womansplaining, tanto
con hombres como, sobre todo, con otras mujeres. Yo he sido varias veces una de
sus blancos. En el caso del womansplaining,
pienso que se trata más de una actitud de arrogancia moral que las lleva a
señalarle a la otra o al otro su error comportamental con maternalismo y
condescendencia. Quizás en ambos casos se trate de una reacción a sentirse
amenazados por la existencia del otro o de la otra; parecen preguntarse: si el
otro u otra saben, si la otra u otro se portan “correctamente”, ¿cómo se
justifica mi existencia? Creo que esta sensación de amenaza se mueve en la base
de todas las actitudes patriarcales (de hombres y de mujeres): si considero a
la otra como mi igual, pierdo mi diferencia, mi identidad y mi derecho a
existir. Solnit aclara que, si bien hay mujeres que “explican cosas” no hay una
correspondencia cuantitativa en el abuso de poder (físico y simbólico) ejercido
por los hombres, a través de su “tengo derecho a controlarte” (Los hombres me explican cosas). Por
supuesto, tiene razón y es esta actitud de control la que genera una epidemia
de agresiones físicas en contra de las mujeres: golpizas, violaciones,
asesinatos.
Descubro en Solnit a una mujer
comprometida con el activismo político (ambiental, feminista, anticapitalista,
en defensa de las comunidades indígenas estadounidenses), ejercido desde la
década de 1980. El activismo y las formas en las que genera redes evidencia siempre, para Solnit, la esperanza de un cambio:
Para mí, los motivos de la esperanza son, simplemente,
que no sabemos qué pasará después, y que lo improbable y lo inimaginable
suceden todo el tiempo. La historia no oficial del mundo muestra que los
individuos dedicados y los movimientos populares pueden moldear y han modelado
la historia, pese a que no se pueda predecir cómo y cuándo venceremos, ni
cuánto tiempo llevará lograrlo. (Los hombres me explican cosas).
Esa es la esperanza para mover al
mundo desde el activismo, pero también, dice Solnit, desde la “revuelta de la
imaginación”, ese otro activismo desde el arte y la escritura, “en favor de los
matices, de los placeres que el dinero no puede comprar ni las corporaciones
controlar, la revuelta de volvernos productores de conocimiento en lugar de
consumidores, la revuelta de lo lento, lo disperso, lo digresivo, lo
exploratorio, lo numinoso, lo incierto” (Los
hombres me explican cosas).
Una guía sobre el arte de perderse (2020) reúne otros ensayos de Solnit y mis favoritos: “La puerta
abierta” y “Dos puntas de flecha”. Dice Solnit, siguiendo a Benjamin: “Perderse
es estar plenamente presente, y estar plenamente presente es ser capaz de
sumergirse en la incertidumbre y el misterio” (Una guía sobre el arte de perderse). Solo esta actitud nos lleva a “descansar de nuestra biografía” y
hacer nuevos descubrimientos en el mundo que nos rodea y en nosotros mismos.
Todos los ensayos aquí reunidos hablan de esas experiencias: las que van de
perder a perderse y sus intrincaciones. El arte de perderse es lo que nos lleva
a cuestionar nuestra identidad, a tener la valentía de hacerlo –a veces como
elección y otras como imposición inevitable–, como lo hace la experiencia del
exilio, como lo hacen los exploradores (y los viajes), el feminismo, las diversas vías de
escape (que pueden terminar en la muerte), el arte y el amor, ese realmente ver
a alguien y sentir vértigo por la inmensidad de esa visión: “Ese amor por el
otro que es también un deseo de conectar con el misterio que eres tú mismo a
través del misterio que son los demás” (Una
guía sobre el arte de perderse). Pero no es fácil nunca desprenderse de lo
conocido, entrar en lo no familiar, asumir la descomposición de lo existente
para que algo diferente empiece. No es fácil y, sin embargo, es la única manera
de fluir en el devenir vital para no paralizarse por el miedo a los inevitables
cambios o por excesiva comodidad. Para Solnit, también la escritura es, al
mismo tiempo, una forma de perderse y una manera de procurar no perder las
muchas cosas que desaparecen del mundo y que no se pueden reemplazar.
En Recuerdos de mi inexistencia (2021), su libro de memorias de una
parte de su vida (la que va desde que se va de la casa de sus padres y comienza
a vivir sola a los 17 años, hasta que publica sus primeros libros, luego de
encontrar su escritura en la no-ficción ensayística, el periodismo y la crítica),
Solnit se presenta a sí misma como aquella mujer que vive en los márgenes, que
bordea la identidad desde la pérdida y el encuentro, en un movimiento continuo
lleno de bifurcaciones. Las memorias de Solnit se organizan alrededor de sus
constantes temas de preocupación y de escritura: la insistencia del patriarcado
en borrar las mujeres de las calles, de los espacios públicos, de la historia,
pero también la riqueza de la vida artística, social, política y cultural de
California, la historia del Oeste norteamericano, como un contrapeso a la
centralidad que ocupan otros relatos de otras ciudades y regiones del país, en
la historia estadounidense.
Le debo a Solnit entender (por
fin) ese deplorable fenómeno del artista, poeta o escritor que acosa
sexualmente a las jóvenes mujeres que se acercan a ellos: “El comportamiento
del artista animado parecía deberse a algo que yo conocía bien: la idea de que,
como las jóvenes no son nadie, no queda constancia de nada de lo que se haga
con ellas” (Recuerdos de mi inexistencia).
Llevo años escuchando esas historias de conocidas, amigas y amigas de amigas
(yo misma he vivido un par de ellas). Si los artistas, escritores y poetas
acosan a las jóvenes porque ellas no “son nadie” y ellos supuestamente sí, esas
jóvenes que se acercan a ellos lo hacen con la expectativa de dejar de ser
“nadie”, de dejar de ser inexistentes y ese tipo de acoso sería, entonces, otra
evidencia más de la falta de confianza en nosotras mismas y del abuso de
confianza de muchos hombres.
Los libros llegan cuando tienen
algo que decirnos, cuando van a brindarnos las palabras que estábamos
necesitando para expresar lo que yacía en nosotros de manera difusa. Vi los
libros de Solnit en varias librerías hace varios meses, pero fue la publicación
de una cita de uno de ellos en una red social virtual lo que me decidió a ir a
conseguirlos. Gracias a un querido librero que la publicó y a la afortunada
causalidad de verla, me encontré con una escritora que me sigue abriendo
caminos para indagar en la escritura como una forma de crear una identidad o de
conocerla, de descomponer lo que creíamos ser y abrirnos hacia aquello que nos
proponemos crear, aunque no sepamos bien qué es. Solnit entiende su escritura
como “cartas al mundo”: “Una confesión que no recibe una respuesta inmediata ni
proporcional” (Una guía sobre el arte de
perderse), una forma de comunicarse con el mundo y, al mismo tiempo,
“bucear en su interior”; sus ensayos son un modo de narrativa personal o de
ensayos personales donde las ideas, “los argumentos son los personajes”. Esa
también es mi escritura.
Admiro en Solnit su temprana
seguridad sobre la decisión de no casarse y su creación de una identidad y de
una escritura en donde las relaciones afectivas con los hombres son un tema más
entre otros, pero no algo central, como un aspecto que viene naturalmente con
la vida, con los días, pero que no nos define como mujeres. Admiro en Solnit su valentía en
asumir su vida y la escritura como una aventura, sin buscar en demasía la
estabilidad: “La vida debe ser lo bastante abierta para crecer y lo bastante
compacta para constituir una unidad sólida” (Recuerdos de mi inexistencia). Admiro en Solnit su relación con la
naturaleza agreste del desierto, su imbricación con ella que le permite
entender nuestra interdependencia de todo, nuestra contingencia.
Leer a Solnit es seguir creyendo
en el poder de la escritura, del arte, de la investigación, del periodismo, de
la historia, de las comunidades, de los movimientos sociales, del feminismo;
leer a Solnit me permite seguir creyendo que los cambios son posibles. Gracias
a las mujeres que han abierto los caminos para que hoy pueda andar más por las
calles, para que hoy pueda escribir, hablar, ser escuchada. Gracias siempre también
a los hombres que “trabajan para diseñar nuevas ideas e ideales sobre la
masculinidad y el poder” (Los hombres me
explican cosas). Al igual que Solnit, “creo que el futuro… debe incluir una
indagación más profunda de los hombres… Saber cómo beneficia a los hombres y de
qué forma el actual statu quo les
hace daño también a ellos son temas que merecen una reflexión mucho más honda”
(Los hombres me explican cosas). Me
comprometo con ello. “Un brindis por la liberación de todos los seres” (Recuerdos de mi inexistencia).
- Rebecca Solnit. Recuerdos de mi inexistencia. Trad. Antonia Martín. Barcelona: Lumen, 2021.
- Rebecca Solnit. Una guía sobre el arte de perderse. Trad. Clara Ministral. Buenos Aires: Fiordo, 2020.
- Rebecca Solnit. Los hombres me explican cosas. Trad. Paula Martín. Buenos Aires: Fiordo, 2021.