domingo, 17 de abril de 2022

Queridísima Annie

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Sobre Perderse, de Annie Ernaux

Fuente: El Cultural


Por Paula Andrea Marín C.

 

Hago el amor como si fuera siempre (¿y por qué no habría de ser así?) la última vez, como un simple ser vivo. 

Tengo demasiado tiempo para pensar en la pasión. Ese es mi drama. 

Le quiero con todo mi vacío. 

No puedo decir que los hombres me pierden, es mi deseo el que me pierde. 

--Annie Ernaux, Perderse.

 

Queridísima Annie:

 

He terminado de leer Perderse, la traducción al español de tu libro Se perdre (2001), el diario que llevaste durante el año que estuviste con S., tu amante ruso (soviético). Hace dos años leí tu Pura pasión (también por esta misma época), la elaboración literaria de la desnudez expuesta en Perderse. Siempre he admirado en ti esa manera de desvelarte a través de la escritura pública, de mostrar toda tu vulnerabilidad y, mucho más, cuando se trata de exponer la experiencia amorosa o, en este caso, la pasión dolorosa. Siempre he pensado que los libros son como pistas que alguien nos va dejando y con las que vamos armando el rompecabezas de ideas que necesitamos en ciertos momentos de nuestras vidas para reconstruirnos. Pura pasión y Perderse no han sido la excepción para mí, y por ello y porque nada anhelo más en la vida que acoger mi vulnerabilidad sin temor a mostrarla (aunque cuidando a quién y en qué contexto), me decido a escribirte esto.

            He tenido un amante y he vivido esa misma experiencia de inanición que se respira en las páginas de Perderse. ¿Por cuánto tiempo puede una vivir así? ¿Cómo se puede mantener el equilibrio cuando estamos siempre a punto de caer en el abismo, en el mismo bucle de esperanza y de muerte? ¿Cómo logramos convencernos de las mentiras adornadas de promesas de gozo, de éxtasis, de una fusión siempre anhelada, pero solo alcanzada en nosotras mismas? ¿Cómo aun sabiendo que nuestra trampa es la ilusión de ser amadas y el saboteo de su posibilidad, aceptamos el agotamiento del encuentro fugaz, del abandono perpetuo? Al igual que la tuya, mi pasión también ha terminado (¿Cómo sostener por más tiempo la promesa de un final siempre inminente y que amenaza con destruirnos?) y atravieso días de desgarro y de vacío intensos.

            ¿Qué dirán las feministas de tu libro, de mí? ¿Qué dirán de la imagen de la mujer que espera a que su hombre llegue cuando él lo decida? ¿Cómo explicarles la entrega a esa rendición, cuando un cuerpo es la promesa de la felicidad absoluta, de la fiesta de todos los sentidos? En este caso, creo que esa rendición solo puede entenderse cuando la hemos experimentado. No obstante, yo misma –que he estado en ella– me he visto apartándome de las páginas de tu libro con terror ante esa imagen de la mujer que sufre porque el hombre al que desea no llama (no escribe), no viene, porque la vida se detiene ante la falta de ese cuerpo, porque el sentido se petrifica ante la ausencia de ese momento en el que todo desaparece y solo existen las manos que me tocan, la piel que acaricio. Yo misma me sorprendía de esa falta de voluntad y, en medio de la relación, sentí muchas veces ganas de rebelarme ante ella, deseos de afirmar que no era él, sino yo quien decidía, pero no era cierto y creo que esa contradicción entre ser una mujer que está disfrutando y ejerciendo su derecho a gozar de su cuerpo y de su sexualidad y, por otro lado, ser una mujer que entiende que ese gozo es también un sufrimiento, un sometimiento, el alimento de un narcisismo recíproco, es uno de los elementos más importantes de tu Perderse.

            Cuando el sexo es una fiesta que nos deja en un estado de obnubilación no resulta fácil renunciar a él. El sexo es –por fin– lo que imaginamos desde la adolescencia, el “muero porque no muero” de Santa Teresa, nuestro cuerpo absorbe ese otro cuerpo, el cuerpo del otro es un territorio del cual no querríamos salir nunca, aunque seamos capaces de observar en esa persona todas aquellas características que no aceptaríamos en alguien más. ¿Cómo es que algo tan hermoso encierra la promesa de un sufrimiento colosal? Somos mujeres que han pasado por un matrimonio y que no quisieran pasar por otro, pero que siguen anhelando al otro como alimento, anhelando ese vínculo que las haga sentir más ligadas al mundo. Somos mujeres que hemos encontrado en el feminismo una herramienta para trascender las limitaciones impuestas cultural y socialmente a nuestro género, pero nos sigue doliendo que nuestros amantes no nos “elijan” por no ser “buenas mujeres”.

Cuando escribiste Perderse (1988-1989), estabas cerca de la edad que tengo. Ahora, querida Annie, más de treinta años después, quisiera tenerte cerca para preguntarte si sigues anhelando a ese otro o si has logrado por ti misma sentirte vinculada “a la familia de las cosas”, sin necesidad de que otro te lo confirme, si has conseguido que el amor y el deseo solo sean una ocupación entre otras, si lograste alejar el miedo a la vejez, a dejar de despertar deseo y amor en otros. Me temo que la respuesta es “no” y que cada mujer se ve impelida a revisar (cualquiera que sea su edad), como tú lo has hecho –como yo lo estoy haciendo– en cada uno de tus libros, la cama de la cual no ha podido salir, la imagen junto a un hombre a la que seguimos apegadas, sobre la cual construimos una identidad, la semilla de nuestro dolor.

            Perderse son también tus reflexiones sobre el proceso de escritura, que para ti es la vida misma, que solo puede ser presente y futuro; jamás pasado. Tu escritura está compuesta de sentimientos y experiencias, porque como lo recuerdas con Borges: “Todo lo que realmente pasa, me pasa a mí”, aunque tengas la conciencia de que siempre quedará algo no exponible, algo que se escapa. Para ti, escribir es ser capaz de atravesar la vergüenza y de desprenderse de la prudencia; escribir es tener siempre presente la conciencia de clase. Ser escritora, para ti, es ser capaz de darle la espalda a la “misa cultural” de la “clase burguesa”, que quiere seguir apropiándose de la literatura y de toda la vida literaria, y al imperativo de los “comunistas” de abandonar toda vanguardia. Escribir es también perderse, entregarse, rendirse, y en esa rendición comunicarse con la humanidad, a través de la comunión con aquello que se vive como pérdida, como retorno del dolor, pero también como una promesa de un vacío colmado y de liberación para otros. Dices:

La escritura es, definitivamente, una moral para mí. Sentimiento muy fuerte de que la pasión, como la que he sentido por S., y la escritura son valores imprescriptibles, con la idea de pureza que va unida a ellos, y de belleza. (Perderse).

Al igual que tú, al final de ese año de exultación y dolor, hoy también me he despertado con una sensación de felicidad inexplicable, luego de varios días de llanto, de ansiedad, de desazón sin fin. La gata se despereza a mis pies, el sol empieza a cubrir las copas del bonsái, la luz aún es fría, pero tiene la promesa del tiempo que se desliza sin prisa entre la cocina, el balcón y el escritorio, entre los libros y la escritura que me permiten, de nuevo, apropiarme de mis pensamientos. El deseo, como el amor, emana de la fuente del amante, más que del amado, están en ese amante que busca un cuerpo para proyectar su amor y su deseo, y encontrar una imagen hasta ahora desconocida de sí mismo que lo renueve, que lo haga renacer. Cuando el final llega, el amante pierde al amado, pero no a su amor ni al hambre de él; en su ausencia, nutre con ellos su cuerpo famélico, su alma de nuevo solitaria, pero colmada de aquello que solo el amado es capaz de dar y que el amante amplifica hasta que –espero– sobrevenga –tal como te ha pasado a ti– la liberadora indiferencia.

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  • Annie Ernaux. Perderse. Trad. Lydia Vásquez. Madrid: Cabaret Voltaire, 2021.

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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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