Por Juan Aurelio García Giraldo
Encontrar la palabra con la que el silencio pueda decirse, la palabra que sea el correlato mismo del silencio como texto absoluto o inefable es un empeño literario que sería delirante si antes no se ha tentado el verso, acechado el poema donde logren fundirse. Con el poemario En lugar de otros (Frailejón editores, 2020) la poética de Gustavo Adolfo Garcés avanza hacia el terreno donde de a poco su palabra tiende a fundirse con la niebla de la página en blanco:
Blanco
Escribo
un verso
y después
otro
de niebla
La poética de Gustavo Adolfo, diseminada a lo largo de 10 títulos desde 1987, es bien curiosa: una estética de la brevedad, muy perseverante, que no acude machaconamente al expediente autobiográfico, y cuya dirección encuentra sus rumbos, no ya en lo que como persona le cabe por decir, sino en hostilizar cada vez más radicalmente el formato del poema breve, ya se trate del haikú o el epigrama, la glosa o el apunte, el escolio o el aforismo.
El epígrafe del libro (raras veces se vale de paratextos como éste), corre por cuenta de Manuel Bandeira y reza: Los pocos versos que ahí van / en lugar de otros los pongo; es ya un guiño para sus lectores; de una forma sutil insinúa cómo los versos que siguen son más austeros aun que los de su obra precedente.
El primer poema, al tiempo que confirma lo anterior, permite intuir cómo hay un desafío por limpiar las percepciones de toda intencionalidad y la intuición poética, de todo pensamiento subsidiario:
Pintor
Se repite
una
y otra
vez
pinta
la aldea
sin
ningún
propósito
salvo
la luz
Qué duda cabe que su apuesta por el minimalismo poético tiende a ir más allá de los géneros que le sirven de soporte, como si más allá de los formatos conocidos para esta clase de expresión, hubiera otras matrices aún más breves y no menos cargadas de posibilidades semánticas.
Es imposible no escapar a la sospecha de que el autor no sólo escribe los poemas valiéndose de las palabras, sino también de la página en blanco: una vez escritas, y sumadas a la página, superpone el silencio, el vacío de lo blanco que las rodea, y que al tiempo que las hacen decir también las hace callar, para que lo blanco del silencio, la noche de lo blanco, haga lo suyo. Es aquí entonces donde el texto (austero, parco), ocupando lo mínimo del espacio, deviene en una doble condición: él y el silencio de la página:
Hoja en blanco
Las
palabras
miran
a otro
lado
Es suprema la tensión que impone su autor entre la máxima brevedad y la máxima extensión vacía de la página. Por momentos, es como si en lugar de las palabras signara sólo con un gesto, con un escorzo, la extensión toda del espacio:
Muchacha
Es necesaria
tu belleza
Cabe recordar que ya en Breves días publicado en 1993, su autor había experimentado las posibilidades de esta máxima tensión de la brevedad con el ancho silencioso de la hoja:
Blanco
El blanco lo aprendí
de las enaguas
En el extremo de estas sospechas se intuye una resignificación del arte de escribir, donde lo escrito es tan necesario como la poda; pero ambos son el momento final de un adiestramiento de la percepción, un proceso intenso de depuración de la intuición poética, que culmina en la palabra mínima despojada de afeites, sin otra retórica que su presencia misma sitiada por el espacio en blanco:
Rumor
El silencio
de la brisa
poda la encina
No pocos de los poemas que integran este libro, hablan en favor del nuevo rumbo hacia el que se ha encaminado esta relación tan singular con la poesía, con la palabra y con la misma vida. Trasunto de sí mismo o de las otras voces que habitan sus poemas, pero consecuente con esta profundización del minimalismo, sin énfasis alguno, apunta:
Anciano
Habla
cada
vez
más
bajo
murmura
Desde luego, para la ortodoxia literaria resulta ser todo un escándalo esta cooptación del verso –de parte del monosílabo- donde la lengua Castellana por tradición ha exhibido, y lo sigue haciendo, su contundencia y su belleza valiéndose de la hipnosis que sabe obrar natural y dócilmente con el desenfado propio de su cadencia y de su ritmo, a través de un octosílabo, un endecasílabo o un alejandrino.
De estas sospechas sobre el autor antioqueño, no se puede soslayar cómo su leit motiv más robusto tampoco se puede rastrear propiamente en los avances de su cosmovisión –temas y posturas- (que es lo que de ordinario y pertinazmente se busca en un autor), como en su interés progresivo por la forma literaria, por el despojo gradual de significantes y el espacio creciente que ocupan en su lira el vacío y el silencio de la página en blanco:
Tarde
Vacilan
tus versos
en la calma
del estanque
Se trata, pues, de un curioso proceso de autoaniquilamiento, donde las palabras se rinden a lo real, vaciadas de significado: significantes que declinan y declaran su impostura ante la calma del estanque, ante los mandatos de la página en blanco. En tal dirección, pareciera ser cada vez más clara y deliberada la determinación de radicalizar las posibilidades de la palabra breve, del avance y la colonización, no ya de las palabras sobre la página, sino del blanco de la hoja sobre ellas, cercándolas, asediándolas, decantándolas, para recuperar su territorio, siendo las palabras, en este código, sólo un mojón de lo no dicho. No sería exagerado decir que en el corolario de este código de escritura la página blanca, y no la palabra, es la que manda, pues marca el inicio y cierre del poema y, entre ambos, la palabra, con su fulguración repentina en la noche del espacio vacío:
Huella
El relámpago
enciende la noche
en la magnolia
A futuro, ¿por qué no?, no sería de extrañar la presencia de fonemas o morfemas en el lugar del verso, como las notas perdidas de un lejano pentagrama (1). ¿Por qué no? La probada elasticidad del verso y la consiguiente versatilidad de la palabra, en su momento justo, serían el gong ceremonial conque inicia y culmina el rito del verso y el poema, del libro que vendrá. ¿Por qué no? Si ya en esta poética la palabra no está sujeta a lo que dice sino al donaire, la forma del gesto con que se escribe y se pronuncia, ¿qué la puede detener para declarar sencillamente su existencia sobre el vacío de la página que la acoge entre un parpadeo y otro?
Madrigal
El día aguarda
una palabra tuya
Quién sabe a futuro lo que resulte de eso, pero es nítida en este libro la percepción del mundo a través del lenguaje, a través de la palabra poética, como una religión que se edifica menos sobre ella que sobre el ser que está en su búsqueda.
De esta comunión con la vivencia, en la que concurren la simultaneidad de las percepciones, se asoma una nueva sintaxis para el verso, en la que convergen los fonemas o grafemas de una intelección semántica no lineal, imbricada con el espacio mental, visual y abstracto que los engendra; y, tras bambalinas, el demiurgo:
Dios
Duda
de todo
corrige
un texto
perfecto
El demiurgo o el ser, el amanuense, como principio rector de la experiencia, como el límite de lo deseable y de lo inteligible:
Temporal
Las
palabras
lejos
del poema
a la deriva
El ser que, poema tras poema, escrito o revelado, leído o experimentado, cifra en su seno la salvación, como en este salmo:
Oficio
Verso
tras
verso
cree
de nuevo
El ser que, no obstante, no cifra necesariamente en el verso, en la palabra, el absoluto;
Origami
Todo el poema
es de papel
Por todo lo dicho, la poética y la estética de esta propuesta, descansa menos en la actitud de buscar y desplazarse, que de percibir y estar vigilante ante la página en blanco; como estar ante un jardín zen, bastante artesanal, con sus bonsáis aquí y allá, podando una hoja, una rama, una raíz, para permitir y propiciar que solamente lo esencial, en el ancho espacio, pueda espigarse para desposar el vacío a instancias de la luz.
Hay, pues, una tentación por lo visual y lo sensitivo, más allá del lenguaje articulado -el alfa y el omega del silencio-, por la vivencia de lo no lineal, no regida por la lógica, donde los significantes buscan liberarse de los nexos que los atan, y finalmente se imponen a las lógicas de los signos imbricados con la visión, donde vivencia y lenguaje disuelven sus límites para anular la univocidad del significado.
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1. Cartas a Pollock, es la más reciente muestra de la obra artística, también pictórica, de Gustavo Adolfo Garcés, otro campo de juego y de batalla entre los signos y las formas adversas a la cristalización de los códigos: el terreno más propicio para la creación libre de una sintaxis propia bajo las leyes de la abstracción.