martes, 22 de noviembre de 2022

Conversación con Tití

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Imagen tomada de Spotify
Foto de la carátula de Un verano sin ti, tomada de Spotify

Por Angélica Hoyos Guzmán


El 2022 ha traído muchos cambios y transformaciones a nivel individual y colectivo. Todos los procesos sicosociales de los dos últimos años de lentitud nos aceleraron este año. De nuevo, volvimos a activar los dispositivos de la sociedad del rendimiento, del consumo y del entretenimiento aglomerado. Y así volvió Bad Bunny con el álbum más revelador y experimental del género reggaetón.


“Un verano sin ti” es una hora y veintiún minutos de variedad hangueadora, dembowdera, bellaquera, romántico amorosa patriarcal, directa, explícita, como dicen algunos académicos: de “mal gusto”, y por ello defienden y elogian esta propuesta musical porque confronta a la R.A.E. Lo que nos recuerda esa herencia colectiva de seguir hablando de sexo como tabú y no apropiarnos del gusto de nacer a partir del acto sexual entre un hombre y una mujer.


Con una carátula colorida, playera, un corazón triste en la playa, un dibujo básico, infantil y todos los adjetivos que soporta la producción de Benito Antonio Martínez Ocasio en redes sociales. Voy a leer aquí elementos de la forma de vida caribeña y el retrato cultural de la canción “Tití me preguntó”, una interpretación arbitraria pues no soy musicóloga, pero es lo que observo en esta postal que nos ofrece el álbum del señor Conejo Malo del 2022.  


No es una lectura literal de la letra de la canción, sino que hago una lectura extendida a los elementos que nos presenta el video, la composición, las mezclas. A mi modo de ver, quedarnos solo con lo explícito y directo de la letra y compararlo con letras de otros autores y compositores como los de Rata Blanca, según vi un post en redes sociales, me parece que es perdernos de la interpretación de lo que propone la propuesta artística de Bad Bunny. No podemos solo leer la superficie de las letras, la disfonía del acento puertorriqueño exaltado por el cantante, sino que prefiero escuchar el contexto relacional y crítico que nos propone.


He leído en redes otras publicaciones y opiniones. Algunos lo tildan de antievolución musical de la civilización, de una oda a la estupidez, se dejan llevar por la falta de eufonía con la que canta, deliberadamente, Bunny con su acento puertoriqueño, por fuera del español formal culto. Y así, lo parodian los grandes sabedores de la sensibilidad educada en la élite letrada. Como yo soy más bien una consumidora crossover y paso en el playlist de Chopin a Tití me preguntó, con la facilidad de un click, me permito entonces esta lectura impetuosa.


La música de Bad Bunny es, a mi valoración, una estética de la animalidad, entendida como todo lo que se sale de la norma para transgredir y permitirnos esa manifestación de la naturaleza que somos y con la que coexistimos, es una sensibilidad popular de lo explícito y directo. Alguno dirá también que su propuesta es procaz, y sí hallo razón en ello, después de todo el siglo XX trajo la revolución sexual y es hora de empezar a hablar de lo incomodo.


Después de un contexto de muerte como el vivido durante la pandemia no me extraña que lo que más nos impulse al baile sea la libido de un buen perreo. Porque principalmente las letras son de contenido sexual, transmedial, uno se hace un selfie de la contemporáneidad en el VIP del hangueo. Es toda una forma de ver la vida, frente al contexto azaroso de la muerte, un descaro caribeño para un mundo en amenaza. Ante el miedo, un perreo histórico como el álbum “Un verano sin ti”.


Este es un álbum de desamor, no es una bachata rosa, aunque sí tiene elementos. Al contrario, el corazón triste nos habla de una masculinidad herida a la cual Tití le pregunta si tiene muchas novias. La típica pregunta que le hacen las tías a los niños después de hacerlos levantar en sus egos crecientes y elogiar lo grandes y guapos que están. En el video vemos a la mujer que conversa con el niño y lo amenaza con un chancletazo, la escena de amor entre dos niños y una rosa en los primeros minutos, es muy diciente.  ¿Cuál es la manera de validar esa tristeza de la educación masculina?, sumando nombres femeninos, que dicen que su bicho está cabrón y hazle caso a tu amiga que ella tiene razón yo voa romperte el corazón, sorry yo soy así. El sufriente que ha crecido y ha vivido el desamor, ese que ya no confía ni en sí mismo y que se las lleva a todas al VIP.


Hasta aquí podríamos acusar al reggaetón y a Bad Bunny de machista como es de fácil hoy en día cancelar los productos culturales sin pensar en que es el contexto el que retratan y es la lectura de estos contenidos, lo que urge es la educación de la sensibilidad. Es decir, hay que leer la música, la literatura, los contenidos digitales en compañía y con la apertura clara de todos los que celebran la animalidad y no es el disco lo que promueve la sexualidad irresponsable, sino que estos consumos deberían alertarnos de la falta de educación sexual en las escuelas y la hipocresía de considerar estos temas procaces y de mal gusto cuando son parte de la condición humana. El cuidado afectivo del que dice yo soy así, por otra parte, es una actitud por fuera de la norma masculina, la cultura favorece el esconder, los juegos de roles y control sobre las mujeres.


Volviendo a Tití, el acto de habla rebelde lo veo justamente en la voz en off de una mujer caribeña, como Eurídice, escuchada al fondo, con expresiones de la oralidad puertorriqueña, como una conciencia que le habla al hombre triste y le interpela de soltar ese mal vivir que tiene en la calle, muchacho el diablo, le dice. Toda expresión potente y política de la oralidad opera aquí como un antidiscurso y nos presenta otro valor tradicional masculino, el de la idea del sentar cabeza como un lugar de sosiego para aquel corazón triste de fiesta y playa. En la doble posibilidad y la interpretación abierta celebratoria o agónica de los valores culturales del patriarcado y de los mandatos masculinos encontramos así su propia destrucción.


Esta interpretación es parcial y motivada sobre todo está llena de mi cercanía con el Caribe, y por qué no, con la propia educación patriarcal que recibí, pero todo el álbum está plagado de ese reconocimiento donde la mujer desea y es deseada por igual, donde se transgrede la sumisión y se reconoce a aquella que hace lo que le da la gana, como en la canción La corriente. Formas de interceptar y retratar la manera visceral y pasional de relacionarnos entre hombres y mujeres donde los corazones tristes, los celos, las Andreas, los ojitos lindos frente al atardecer nos han educado para no hablar de ello, para no deconstruir de qué estamos hechos en el amor.


Celebro y bailo este álbum y su rebeldía, a pesar de sus industriales ganancias, sería para mí más poderoso que la hegemonía del reggaetón no se hubiera impuesto sobre la champeta y se hubiera difundido este último género por toda Latinoamérica, pero seguramente no estábamos listos para esa conversación y esos pasos champetúos. Celebro la fusión y los análisis que los músicos hacen sobre el género y su renovación, incluso sin saber mucho de música hice alguna vez una analogía entre Bohemian Rhapsody y Safaera, luego me di cuenta de lo importante que son musicalmente las mezclas en todos los artistas de todos los géneros. Noto a este punto que Bad Bunny hace un homenaje a Freddy Mercury en el video de su canción Yo perreo sola, una manera de reivindicar el travestismo y la libertad.


Hay mucho qué decir sobre esta cultura de la sexualidad directa y por fuera de los silencios del amor romántico, sobre los roles de género en todos los géneros musicales, pues el reggaetón no es el único que los promueve. Otro análisis aguantan las canciones de mujeres que vienen produciendo y diciendo su deseo y sus desamores muy en la línea popular de Paquita la del Barrio, algunas de ellas como Karol G. Por lo pronto me quedo escuchando la mirada feminista de Andrea, esa canción con la que me siento tan identificada, veo mi adolescencia y mi crecimiento como mujer caribeña retratada en esa imagen deseante y salvaje, ilusionada y esperanzada con encontrar el indicado que no llega: a la buena beso y abrazo a la mala botellazo, con esas ideas decadentes que llevan los corazones tristes. Mientras invito a leer los contextos de la música que produce esta generación y el siglo XXI que recién inauguramos bajo una mirada rebelde y por fuera de las líricas embellecidas con figuras literarias, hay una metáfora cotidiana que nos habla más de quiénes somos hoy como amantes y como sujetos. Después de todo nadie nos quita lo perriado.

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Publicado por Angélica Hoyos Guzmán
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

4 comentarios:

  1. Me parece que la música igual que cualquier otro producto cultural es creada para el consumo de un público de una determinada clase social. Y cada clase tiene una manera de expresar sus sentimientos amorosos

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  2. Pucha salió publicado mi comentario sin darme tiempo a dar una conclusión. En fin....lo que quería escribir entre otras cosa es que a pesar que bailo y canto esten tipo de música porque el bombardeo es inevitable, la verdad no me gusta y jamás la consumiria por mi propia cuenta.
    Este análisis es extraordinariamente bueno y me encantaría saber si BB o Paquita la del Barrio lo entienden.

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  3. "Uno se hace un selfie de la contemporáneidad en el VIP del hangueo". Ahora sí, lo he visto y leído todo.

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