viernes, 4 de noviembre de 2022

Una cólera legítima

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Sobre Los armarios vacíos, de Annie Ernaux, y Para acabar con Eddy Bellegueule, de Édouard Louis


Fuente: Cabaret Voltaire.

Por Paula Andrea Marín C.

 

(Para Juan).

 

 

Para ellos jugar a los homosexuales era una forma de mostrar que no lo eran. No había que ser marica para poder jugar a serlo lo que duraba una velada sin arriesgarse a los insultos.

Para acabar con Eddy Bellegueule (Édouard Louis).

 

No es cierto, no nací con ese odio, no los detesté siempre, a mis padres, a los clientes, la tienda… a los otros, los cultivados, los profesores, los como dios manda, también los odio ahora. Estoy hasta el vientre de todo. Con unas ganas tremendas de vomitar sobre ellos, sobre el mundo entero, sobre la cultura, sobre todo lo que he aprendido. Jodida por todas partes.

Los armarios vacíos (Annie Ernaux).

 

Nunca pensé que las diferencias proviniesen del dinero, creía que era algo innato, la pulcritud o la mugre, el gusto por las cosas bonitas o la dejadez. Las borracheras, el fiambre enlatado, el papel de periódico enganchado a un clavo junto al retrete, creía que era una elección, que eran felices así. Hacen falta un montón de reflexiones, lecturas, clases, para no pensar de esa manera, sobre todo cuando es una niña, y siempre ha sido así.

Los armarios vacíos (Annie Ernaux).

 

 

Él vive en un pueblo de la provincia francesa, en la primera década del siglo XXI; ella vive en otro, cincuenta años antes. Él se centra en la violencia física; ella en la violencia más simbólica. A él lo acusan algunos de ser un farsante, de inventarse un pasado de víctima y hacer literatura con ello; ella hace poco ganó el Nobel, a sus más de ochenta años y luego de haber publicado más de veinte títulos. Ambos provienen de familias pobres. La de él sobrevive con el sueldo de obrero de su padre y luego con ayudas del gobierno (cada vez menos), luego de un accidente en la fábrica; los padres de ella fueron obreros, pero decidieron juntar esfuerzos y tener un negocio propio: un bar-tienda de barrio. Él es homosexual; ella heterosexual y debe defender con ahínco su libertad en una época en la que los anticonceptivos y el aborto eran ilegales. Ambos logran irse de sus pueblos y construir una vida contraria a lo que, por su origen, por su clase social y género, se esperaría de ellos: estudian en la universidad, se convierten en escritores reconocidos. Ambos usan la escritura personal, del yo, para narrar sus historias. Ambos usan un lenguaje escueto para hablar de lo que nos violenta y nos avergüenza. Escribo sobre los franceses Édouard Louis y Annie Ernaux, y sobre dos de sus libros: Para acabar con Eddy Bellegueule y Los armarios vacíos, ambos, los primeros que publicaron: él en 2014 y ella en 1974 (traducido por primera vez al castellano en 2022).


            Leí, por casualidad, los dos libros casi al mismo tiempo. Ambas lecturas dejan al final la sensación de dos voces demasiado rabiosas, enconadas. En ambos libros puede percibirse un desprecio por su clase de origen que, al menos en Ernaux, será reemplazado, sobre todo a partir de su tercera obra (El lugar, 1983) por una escritura socioautobiográfica que revisa con pinzas ese desprecio para ir comprendiéndolo como consecuencia de una estrategia de las clases dominantes. Al imponer sus valores como legítimos, estas clases producen el rechazo de todos los demás, la vergüenza sobre ellos. Los valores, las costumbres de las clases pobres provienen de la vida rural, campesina; se desprecia ese origen campesino contrapuesto a la vida “civilizada”, a las formas refinadas. El desprecio por los valores campesinos provoca que las nuevas generaciones abandonen las tierras que han trabajado sus padres y abuelos (para convertirse en pobres en las ciudades), y las dejen a merced de los terratenientes, pero eso es otra historia. La empatía en la escritura que está presente en las obras posteriores de Ernaux, no aparece tan evidentemente en Los armarios vacíos ni en Para acabar con Eddy Bellegueule porque para llegar a esta empatía ambos deben echar aún más mano de la sociología y de la historia para descubrir los diversos condicionantes sociales, económicos, políticos y culturales que hay detrás de cada tramo de la historia personal y familiar. Solo al acudir a esas herramientas, a esos marcos epistémicos, la cólera legítima de clase se convierte en comprensión y distancia desde la que –a su pesar– ambos (y aquí habría que mencionar también a Didier Eribon, quien aparece en la dedicatoria del libro de Louis) se transforman en tránsfugas de clase que ya no pertenecen ni a la de sus padres, pero tampoco a la que han ingresado por acumulación de capital cultural y social (y siempre solo hasta cierto punto).


            Desde cierta perspectiva, no resulta agradable la lectura de Louis, quizá porque las situaciones y los personajes los hemos visto más en las radionovelas, telenovelas y películas que en la literatura (excepto en la popular, realista o naturalista): violencia, borracheras, hambre y más violencia. Un ambiente agresivo, crudo, porque lo que se impone es la supervivencia. Louis narra, no solo desde la violencia de la pobreza, desde la “memoria del hambre”, como la llama Brigitte Vasallo, sino desde la violencia machista que lo obliga a ser “un hombre” y a esconder su homosexualidad; esa violencia está en su casa, en su familia extensa y en el colegio. La violencia que narra Annie Ernaux, por su parte, es también una violencia física (los mandatos sobre su cuerpo), pero mientras a Louis se le insta a ser como los demás hombres de su familia, a Ernaux se la castiga cuando sigue los comportamientos de sus primas o de vecinas y se le estimula a ser diferente: buena estudiante, tranquila y, sobre todo, distante de los hombres, del coqueteo que puede terminar en un embarazo o en la pérdida de un buen nombre que la dejará sin oportunidad de casarse con un “buen partido”. Así como el racismo del padre de Louis proviene del miedo, de la sensación de amenaza de que los inmigrantes le quiten lo poco que tiene, el patriarcalismo de la madre de Ernaux proviene del miedo a que su hija repita la historia y no logre salir de su clase. A las mujeres, por lo general, se nos insta a ascender de clase social a través del matrimonio, de la pareja; a los hombres, a través de ellos mismos.


            La violencia vivida por Ernaux es una humillación de clase que aprende en la escuela privada a la que sus padres, con mucho esfuerzo, la han enviado. Allí se da cuenta de que no es igual a sus compañeras, quienes se burlan de ella, de sus padres, de la casa en la que vive. El personaje de Ernaux (Denise aquí; todavía no Annie, como lo será a partir de El lugar) espera que la sonda que tiene en su útero haga efecto y pueda expulsar el feto que lleva dentro (hecho sobre el que regresará en El acontecimiento), la marca de su fracaso social, el destino de clase del que no puede escapar, pese a ser una universitaria, pero también una especie de “castigo” –desde los ojos del catolicismo– por la conquista de su placer. Al mismo tiempo que aguarda las reacciones de su cuerpo, Denise rememora su infancia y su adolescencia: la crueldad de sus compañeras de colegio y la de la educación religiosa católica que recibe y que la hace sentir “impura”, una “viciosa”. La pubertad será en Ernaux el momento en el que aparece el sentimiento de inadecuación, que está tan presente en las mujeres, pero que aumenta en un ambiente en el que, además de sobre tu género, la información que recibes sobre tu clase es la de que está mal, incorrecta siempre. Lo “bello” y lo “bueno” están del otro lado; para ser “buena” y “bella” hará falta siempre un esfuerzo enorme que nos dejará con la sensación de nunca ser suficientes. Nada más fácil, entonces, que “enamorarse” de hombres que vemos como superiores a nosotras, a través de los cuales buscamos compensar aquello que hemos aprendido que nos hace falta (belleza, cultura, conocimientos, buenos modales, “gracia”); de allí que sintamos debilidad, por ejemplo, por aquellos hombres que “saben hablar” o que tienen muchos conocimientos en su cabeza y “saben” expresarlos (sin muletillas), por los “piquito de oro”, como los llama Ernaux, sobre todo, cuando hemos sido buenas estudiantes y admiramos enormemente aprender, saber. Al final, ella se pregunta si la decisión de abortar no será también un triunfo de la ideología burguesa que ha acogido, en buena parte, como suya…


            Lo menos importante –creo– no es si Louis ha dicho o no la verdad sobre su pasado, sino el hecho de que al elegir contar su historia de esa manera haya causado tanto revuelo en Francia; si así ha sido es porque aún esta realidad para muchos sigue siendo un extravío en la escena literaria francesa, es decir, una excepción que debe ser señalada y tolerada, desde cierto filantropismo literario. De esta manera, las reglas no cambian y la “anomalía” se sigue dejando en las márgenes. Ernaux, por su parte, se ha ganado el premio literario más prestigioso del mundo: el Nobel, porque su obra es monumental y única, porque es un buen momento para la escritura de las mujeres y para la escritura personal. Si a las mujeres nos han enseñado a vernos bajo el escrutinio de los ojos masculinos y a los pobres desde los de las clases dominantes, es posible que este Nobel a Ernaux sí ayude a cambiar las reglas o quizá soy demasiado optimista y, como en el caso de Dylan, sean excepciones que confirmen los prestigios literarios masculinos y dominantes de siempre –por ahora–. Ser pobre es querer cambiar tus condiciones de vida pero darte por derrotado de antemano; ser pobre es entender que solo huyendo, alejándote de la clase de origen tendrás más oportunidades de no quedarte repitiendo la suerte de tus padres, así para hacerlo debas sentir (y ellos también) que los traicionas. Al igual que para Adèle (la protagonista de la película La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche), el problema no es tanto ser homosexual, sino serlo dentro de una clase sin muchos recursos económicos y no dentro de una clase burguesa en la que se asume como una excentricidad hasta cierto punto tolerable. Ser homosexual será por mucho tiempo más una anomalía, así subas de estrato social, pero con dinero se ve mejor.

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  • Annie Ernaux, Los armarios vacíos. Trad. Lydia Vásquez. Madrid: Cabaret Voltaire, 2022.
  • Édouard Louis, Para acabar con Eddy Bellegueule. Trad. María Teresa Gallego. Barcelona: Salamandra, 2015.

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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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