jueves, 29 de diciembre de 2022

Masculinidades feministas

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Sobre El deseo de cambiar. Hombres, masculinidad y amor, de bell hooks


Por Paula Andrea Marín C.

 

Conocer a los hombres solo en relación a la violencia machista, a la violencia infligida a mujeres y criaturas, es un conocimiento parcial e inadecuado.

 

La escritura feminista no nos habló de la profunda tristeza interior de los hombres.

 

El desencanto masculino […] es una amenaza mucho mayor al orden sexual patriarcal que el movimiento feminista.

 

Hasta qué punto fue la cultura capitalista de consumo, no el feminismo, lo que llevó a las mujeres al mercado laboral y lo que las mantiene allí.

 

El poder del patriarcado ha consistido en […] que los hombres sientan que es mejor ser temido que amado.

 

bell hooks, El deseo de cambiar.

 

Llevaba dos años buscando un libro sobre masculinidades y no había sido fácil. En Bogotá, hay disponibles dos o tres títulos en las librerías (la mayoría de las veces, ninguno); la línea editorial más fuerte sobre este tema –en español– parece venir de Argentina, pero el libro que había encontrado adolecía de demasiado psicoanálisis. Afortunadamente, me encontré con El deseo de cambiar. Hombres, masculinidad y amor, de bell hooks, el nombre autorial (así, con minúsculas) asumido por Gloria Jean Watkins, escritora, feminista y activista social estadounidense, quien falleció el año pasado.


Ninguno de los libros sobre feminismos que había leído hasta ahora vinculaban tan amorosa (sin maternalismo) y respetuosamente (sin condescendencia) a los hombres dentro de estos movimientos sociales. Hay, en general, un rechazo a que ellos hagan parte de las luchas feministas, a incluirlos en el debate, aduciendo a que tienen que buscar su transformación por su cuenta o a que las mujeres que lo hagan “traicionan” el feminismo –como ya me lo han dicho a mí–. Hooks no lo cree –y yo no puedo estar más de acuerdo con ella–, pues si no asumimos de una vez que tanto mujeres como hombres (sean cisgénero o no) tenemos características femeninas y masculinas que determinan nuestras formas de ser, de sentir, de pensar y de actuar, y que es gracias a sus interrelaciones que somos lo que somos, no habrá forma de evitar que los feminismos (sobre todo el de las mujeres “blancas”, con privilegios de clase) se conviertan en una nueva forma de cultura patriarcal (una nueva forma enmascarada de dominación, dice hooks), en una nueva estrategia de lucha por el poder, “porque es mejor dominar que ser dominadas” (El deseo de cambiar).


Los hombres han sido parte del engranaje del sistema político-social patriarcal (capitalista imperialista supremacista blanco, según lo aclara hooks), pero no el único elemento que lo define. Si bien las mujeres hemos concentrado nuestra muy justificada rabia (nuestro dolor por los abusos vividos) en contra de ellos es porque ha sido principalmente a través de ellos que hemos recibido la explotación y la opresión. Si los hombres hacen parte del sistema patriarcal, quiere decir que ellos también han sufrido opresión por parte de ese sistema y es quizás esta inferencia la que no ha sido fácil de aceptar entre las feministas más radicales. Hombres y mujeres –en diferentes maneras y grados– hemos sido afectados y afectadas por el patriarcado; entre ambos géneros, hay cientos de miles de personas que queremos salirnos de ese sistema y, entre esas cientos de miles hay hombres y mujeres que quieren seguirse amando. Para que el amor sea posible entre hombres y mujeres, nosotras debemos confiar en que los hombres no nos harán daño y ellos “deben ser capaces de abandonar el deseo de dominar” (El deseo de cambiar). De esto se trata el libro de hooks: mostrar cómo “el pensamiento y la práctica feministas son la única forma de abordar verdaderamente la crisis de la masculinidad [patriarcal] hoy” (El deseo de cambiar).


El patriarcado se define (de manera simple) a través de la necesidad de dominar a otros que se consideran débiles, de sentirse superior y de mantener ese dominio de cualquier forma. Esta necesidad ha definido el pensamiento de hombres y mujeres (cisgénero o no) y, específicamente, la masculinidad patriarcal. La manera en la que los hombres han podido sostener semejante despropósito ha sido a través de renunciar a la expresión de su emocionalidad; la mayoría de los hombres ha visto mutiladas su inteligencia emocional y relacional, habilidades que, en cambio, han sido más desarrolladas por las mujeres (con consecuencias positivas y negativas, al mismo tiempo). La capacidad de amar de los hombres se ve doblemente afectada por estas amputaciones. Las mujeres esperamos que los hombres nos amen, nos vean, nos escuchen, pero esto solo será posible en la medida en que ellos renuncien a su papel de dominadores, es decir, en la medida en que conecten con sus sentimientos, dejen de reprimirlos, de olvidarlos, de esperar que se vayan, y dejen de abusar emocionalmente de otros (destruyendo el yo de la otra persona menospreciando sus ideas y sentimientos), especialmente, de las mujeres. Lo difícil de renunciar a ese papel reside en que es allí desde donde se ha construido la identidad de género masculina y para nadie resulta fácil renunciar a aquello que lo ha definido durante tanto tiempo. El feminismo ha desafiado esa identidad; de allí que, al sentirse amenazados por la posible pérdida de su identidad, la reacción de muchos hombres haya sido –y siga siendo– la de herir, la de hacer daño o la de aislarse.


Desde la niñez, los hombres son impulsados por la educación patriarcal de padres y madres a renunciar a su emocionalidad para demostrar su “hombría”, su valía (la única emoción bien vista entre los hombres es la ira, la rabia: “el escondite del miedo y del dolor”, dice hooks, y esta es generada por la insensibilidad emocional y el consecuente aislamiento, todos alimentos favoritos de las guerras); esto los hace convertirse en seres desintegrados, escindidos, incoherentes. Sus vidas se transforman en una máscara, en un disfraz que deben sostener a cambio de gozar de privilegios sociales, económicos, políticos. Sin embargo, esos privilegios, realmente, son relativos, pues terminan siendo solo para unos pocos (la supremacía blanca del patriarcado determinada por clase, raza y género), así que la mayoría de los hombres (no “blancos”, no ricos) se ve obligada a buscar la satisfacción de los supuestos privilegios en su esfera más íntima: el ámbito doméstico con su pareja, hijos, con su familia o en la experiencia sexual (que da la sensación de estar vivos y conectados). Pero la satisfacción no es tal, porque lo más seguro es que no tengan un trabajo exitoso y bien pagado, no puedan ser los proveedores que esperaban y no puedan tener todo bajo control, y lo que se produce entonces es la expresión de su frustración a través de la violencia (dominar a los más débiles), el abuso de drogas y de alcohol y, en muchos casos, el suicidio: “La violencia que ejercen sobre los demás suele ser un reflejo de la violencia ejercida sobre y dentro de uno mismo” (El deseo de cambiar).


Dice hooks que muchas mujeres –muchas feministas entre ellas– no están dispuestas, realmente, a enfrentarse al dolor masculino, sus debilidades, sus vulnerabilidades; muchas mujeres no quieren ver cuestionada la imagen de “hombre fuerte”, renunciar a la imagen de un hombre “viril” que “esté al mando”, posesivo y seductor, que las proteja y las guíe (parte del mito del amor romántico: el “patriarca benevolente”). Este es uno de los obstáculos más importantes en el paso de una masculinidad patriarcal a una feminista: si hay muchos hombres que no están dispuestos a renunciar a su papel de dominadores (controladores, proveedores, desde el punto de vista material e instrumental), hay otras tantas mujeres que no desean que ellos renuncien.


Al patriarcado solo lo desmontaremos juntos: hombres y mujeres (cisgénero o no), para que un día cercano los hombres no tengan que definirse por su capacidad de dominación, su insensibilidad y su desconexión, ni las mujeres por su bondad “esencial” y por su orientación hacia las relaciones y las emociones. Ese día, la fuerza y la empatía serán características propias de hombres y mujeres por igual (como ya lo son fuera del pensamiento patriarcal): “Te diré qué hace un gran [guerrero]. Cuando el momento pide fiereza, un buen [guerrero] es muy feroz. Y cuando el momento requiere amabilidad, un buen [guerrero] es absolutamente tierno. Y lo que hace un gran [guerrero] es saber cuál es cada momento” (El deseo de cambiar). Algún día cercano todas y todos podremos elegir sin miedo nuestros momentos de fiereza o de ternura.

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  • El deseo de cambiar. Hombres, masculinidad y amor, bell hooks, trad. Javier Sáez, Barcelona: Bellaterra, 2021.

bell hooks (Gloria Jean Watkins)

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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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