martes, 27 de diciembre de 2022

“La soledad es política”

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Sobre Una biografía de la soledad, de Fay Bound Alberti 


Por Paula Andrea Marín C.

 

Todas las emociones son políticas: como dispositivos retóricos, como entidades sociales y como formas de organizar las relaciones sociales y políticas. Pero en este momento histórico ninguna es tan política como la soledad.

--Fay Bound Alberti (Una biografía de la soledad).

 

Es un hecho: seremos una sociedad con una mayoría de personas ancianas en algunas pocas décadas (más rápido en países “desarrollados”). Esas personas, entre las que estaremos las de mi generación, no tendremos asegurados todos los cuidados necesarios para transitar la vejez. Si somos optimistas, quizá podamos disfrutar de una pensión, pero aun así, tal vez no tengamos siempre cerca a alguien cuando necesitemos ayuda; nuestra gran carencia, sin embargo, serán las conexiones significativas (en las que ojalá medie el tacto), las únicas capaces de producir la sensación de estar acompañados, de estar integrados socialmente y de gozar de intimidad emocional. Esa conexión significativa (tan distinta a la inmediatez y fugacidad de la mayoría de encuentros a través de Internet) es una necesidad humana básica que satisfacemos a través de la familia, los círculos de amistad, la pareja o las mascotas (o cada vez más los robots). ¿Pero qué sucede cuando no tenemos alternativas para satisfacerla y más aún en el contexto de la sociedad neoliberal, en la que cada vez hay más desconexión entre las personas? Quienes no puedan tener conexiones significativas –menos existentes aún entre quienes tengan pocos o nulos medios económicos (inmigrantes, personas sin hogar, minorías étnicas o de género)– se verán más expuestos a enfermedades físicas y psicosociales (depresión, ansiedad, infartos, embolias, cánceres y disminución de la respuesta inmunitaria). Es en este sentido que podemos afirmar que la soledad es política, pues, bajo estas condiciones, se convierte en un problema de salud pública (que no se soluciona con la invención de una pastilla contra la soledad, como lo han propuesto en el Reino Unido) que, desde ya, todas y todos deberíamos instalar en las agendas de gobierno y en nuestras agendas personales.


Esto es lo que desarrolla Fay Bound Alberti, en su libro Una biografía de la soledad (publicado originalmente en inglés, en el Reino Unido, en 2019). Bajo el enfoque de la historia de las emociones, Bound aborda la soledad como un estado físico o emocional que se torna negativo (en sensación de distanciamiento o de carencia emocional), en tanto no es elegido. Como emoción, la soledad surge con la era moderna (no antes de 1800), cuando aparece el lenguaje para expresarla. Bound explica que, hasta el siglo XVII, la palabra “soledad” estuvo asociada a “intimidad”, es decir, no tenía ninguna carga negativa, sino que estaba relacionada con la experiencia religiosa que permitía la comunión con un Dios. Desde el siglo XVIII y, sobre todo, durante el XIX la sociedad cambia y pasa de ser agraria a urbana, donde las familias ya no viven en un mismo hogar y suelen desplazarse más allá de los límites de su pueblo de origen; estos cambios materiales generan, lógicamente, otros tantos en las conexiones humanas: disminuyen las relaciones de proximidad. Es en este contexto donde aparece la soledad como emoción negativa.


Bound menciona que, en 2018, se anunció la creación del Ministerio de la Soledad en el Reino Unido y que entre el 30 y el 50% de las personas en ese territorio y en Norteamérica se sienten solas (según un estudio, por ejemplo, más de un millón de ancianos y ancianas pasan más de un mes sin hablar con otra persona); los porcentajes aumentan entre los adultos jóvenes y los jóvenes, entre quienes se ha triplicado la dificultad para establecer relaciones de amistad significativas, cercanas. Bound explica que la sensación de soledad causa vergüenza porque, socialmente, está asociada a una imagen de fracaso personal: la “incapacidad” para “conseguir” pareja, amigos o para mantener una familia. De allí que los primeros casos analizados por la autora sean los de la escritora Sylvia Plath, el de la novela Cumbres borrascosas y el de la saga Crepúsculo; tanto para Plath como para los y las protagonistas de estas novelas, lo único que mitiga la sensación de soledad, de desconexión, es la pareja y, específicamente, el amor romántico, bajo la idea de que solo encontrando ese amor romántico con alguien estaremos completos. Esta idea del “alma gemela” ha sido más pesada de sobrellevar históricamente para las mujeres y ha generado una codependencia emocional, material e intelectual en ellas, con respecto a los hombres, que el feminismo ha cuestionado enfáticamente durante el último siglo. No obstante, es claro que la idea del “alma gemela” aún tiene mucho peso en la mayoría de personas, pese a su falta de realismo, y puede crear una profunda sensación de soledad y de fracaso en quienes no tienen pareja; por supuesto, la vivencia de la soltería varía en relación con el género: mientras que para los hombres este estado está más relacionado con imágenes positivas, para las mujeres hay más imágenes negativas, empezando con las asociadas a la palabra “solterona”.


En los capítulos siguientes, Bound analiza los casos de viudez de un comerciante del siglo XVIII y de la reina Victoria, a partir de sus diarios: “Sentirse sola por causa de una sola persona, en lugar de sentirse sola en general, supone un importante recordatorio del significado particular que tiene un matrimonio [o la convivencia con alguien] o una relación de pareja, en la que todo los aspectos de la vida, prácticos, físicos, sexuales y emocionales son compartidos de forma singular con alguien” (Una biografía de la soledad). De nuevo, Bound nos recuerda aquí que, para quienes tienen pareja, la necesidad de conexión significativa está satisfecha –si bien no de igual forma en todos los casos– de manera cotidiana, a diferencia de quienes no están casados o casadas, o no tienen una relación de pareja. La viudez pone a quienes se encuentran en esta condición frente a la sensación de incompletud, de carencia emocional.


Al analizar las relaciones a través de las redes sociales virtuales, Bound se detiene en dos aspectos: la dificultad de los jóvenes para mantenerse tranquilos sin el “ruido de fondo” de las redes y la manera como se usan estas redes: si sustituyen o complementan las relaciones offline, pues la autora concluye que, según diversos estudios, lo que vivimos en las redes sociales virtuales es un reflejo de nuestras relaciones “reales”. Si las redes sustituyen las conexiones significativas, la persona que las vive así tendrá más tendencia a experimentar negativamente la sensación de soledad.


Bound concluye su libro analizando distintas poblaciones: los ancianos y ancianas, las personas sin hogar y los y las artistas, para quienes la soledad es un regalo que les permite crear y, en general, puede serlo así para todas las personas si disponen de tiempo, capacidades mentales y físicas, y condiciones materiales; es decir, este tipo de soledad creadora solo es posible en algunos casos.


Varios amigos, amigas y conocidos me han hablado del proyecto de construir pequeñas comunas para vivir juntos y juntas en la vejez; un terreno comprado en colectivo para que cada quien construya su espacio, con zonas comunes para compartir cuando quieran. Suena bello. Yo también me he empezado a imaginar viviendo en un lugar así, conviviendo en un lugar así; tenemos un poco más de veinte años para conseguirlo. Bello, sí, porque verlo de esta manera significa integrar con esperanza, preparación y conciencia la vivencia de la vejez en nuestra vida tan obsesionada con la juventud; pero también triste, porque si lo pensamos, lo planeamos, lo soñamos es porque estamos seguros y seguras de que si no lo hacemos por nuestra cuenta, lo más probable es que el Estado no lo hará por nosotros y nosotras, ya acostumbrado a ver la vejez como una etapa vital económicamente inviable, improductiva, en la que no vale la pena invertir. A veces –y debo confesar que muchas– también pienso en la eutanasia, en una muerte digna decidida con conciencia, con autonomía; la mayoría de esas ocasiones, me parece una idea bella, pero sé que allí también hay desconfianza y miedo de que la vejez sea un desierto más seco y enorme aún que el que alcanzo a vislumbrar en mis días más aciagos. Llevo años dándole vueltas teóricas al tema de la soledad y este enfoque histórico, social y político de Bound cierra un ciclo en esta búsqueda: nuestra necesidad de conexión es natural; no tenemos que aprender a estar solos o solas, sino tener la posibilidad de elegir estarlo.

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  • Fay Bound Alberti, Una biografía de la soledad, trad. Lucía Alba Martínez, Madrid: Alianza Editorial, 2022.


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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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