martes, 20 de diciembre de 2022

Aquella mitad de mi tiempo, de Javier Marías

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Cervantes se hizo un autorretrato en el prólogo a las Novelas ejemplares. Acaso sea el autorretrato literario más fiel que pudiera tenerse de alguien que vivió en una época en que reproducir una figura pasaba por técnicas de interpretación y no por capturas mecánicas. El autorretrato de Cervantes es sencillo, se reduce a lo esencial con adjetivos simples: los ojos alegres, los bigotes largos, la boca pequeña, solo seis dientes, el brazo manco, las huellas que ya iba dejando la edad en el cuerpo maltrecho. Cervantes no se embellece y es detallista. Muy probablemente se estaba mirando a uno de esos espejos ovalados que usaban las cortesanas. Sus hermanas eran cortesanas y vivían de la belleza. Por el autorretrato se presume que Cervantes debió ser un hombre bello en su juventud, es decir antes de escribir el autorretrato (que se publicó tres años antes de su muerte que fue a los 68 años), y que lo fue menos después de ser herido en Lepanto y de la experiencia de ser cautivo cinco años en Argel, de donde intentó escapar (con las mismas peripecias que narra en Los trabajos de Persiles y Sigismunda) al menos en dos ocasiones sin conseguirlo, lo que debió dejarle mella en sus facciones. Un autorretrato ejemplar es ese donde se marca la huella del tiempo sobre la persona.  

En la colección de columnas de prensa Aquella mitad de mi tiempo, editadas por Galaxia Gutenberg, Javier Marías (1951-2022) se hizo un autorretrato cervantino, a partir de seis fotografías tomadas en distintas épocas. La primera data de cuando tenía 23 y la última de cuando tenía 45. En todas está posando, sugiere, y así demuestra tener cierta conciencia del estar representando, acentuándose mediante objetos como el cigarrillo o los lentes de sol, o emulando personajes del cine negro, a los que evoca con una cinefilia compartida con Cabrera Infante, y a los que de tanto imitar acabó por parecerse cuando ya era casi un mito de la literatura contemporánea. El artículo en mención se titula Autorretrato farsante, y aunque usa con su propia estampa la écfrasis que aplicó a otros retratos de escritor (ver Vidas escritas), es un autorretrato basado en instantáneas fotográficas, pero consigue transmitir la conciencia del paso del tiempo sobre el retratado, como lo hace Cervantes

Todos los artículos de esta colección tienen en común el completar el retrato de Javier Marías, sus distracciones y placeres, como el cine negro o el fútbol, la traducción, la edición de libros raros, Faulkner, Nabokov, Shield, John Gawsworth, Conrad, Shakespeare, sus allegados, sus parientes, sus amigos y sus ex amigos, algún amor superado y alguna derrota sentimental innominada, también excéntricas aversiones (al matrimonio, a la propaganda antitabaco). Sin llegar a ser la autobiografía voluntaria que describe su hermano Miguel en el prólogo, los artículos recogen observaciones, gustos, fobias, momentos de vida. Se entera uno de que se fugó a París después de graduarse de la universidad para malvivir de hacer malabares y comiendo pan con mostaza. Que su amor platónico era Audrey Herpburn. Que su película favorita era El fantasma y la señora Muir, que su padrino literario fue Juan Benet encargado de encontrar editor para su primera novela, que su compinche de juventud fue Michi Panero, del clan Panero. También hay un mosaico de personas, unas muy famosas como Coetzee o Pérez Reverte, u otras anónimas, como su maestra de escuela, también modelos de tipos humanos para delimitar sus personajes, personas que acaso fueron las más entrañables y cercanas al autor que murió a los 70 años de neumonía bilateral provocada por Covid en Madrid. Tituló la colección Aquella mitad de mi tiempo porque calculaba que había pasado el meridiano de su vida, sin saber que ya completaba (ahora lo sabemos) por lo menos dos terceras partes. 

Algunos temas a los que dio importancia en sus novelas son el paso del tiempo sobre la vida humana,  las implicaciones del amor y las dobles vidas del espionaje. Los enamoramientos y Tu rostro mañana son exploraciones en esas derivas. Casi todos llegamos a la percepción del paso del tiempo solo cuando la juventud empieza a abandonarnos o por el efecto del tiempo reflejado en el prójimo. En la frivolidad mediática actual a casi nadie parece importar el significado filosófico o existencial de casi nada, ni de la consecuencia a ultranza de las decisiones. Marías usa la prosa como una interrogación constante sobre la toma de decisiones, sobre el sentir pasión o el dejar de sentirla, sobre estar dejando de ser joven o sobre las vidas dobles en unos extraños especímenes: los topos de los servicios secretos europeos. 

Exploró una prosa lenta de frases largas, pocos diálogos, reflexiva y reducida en acciones, que ensayaba razonando en círculos, explorando los motivos explícitos u ocultos de los personajes más que en las tramas o situaciones. Se aproximaba a los personajes desde un punto de vista "fantasmal", de narrador sospechoso, autoconsciente de una omnisciencia limitada, introspectivo, pero sin recaer en psicologismos, o en sicología de manual. Su voz narrativa es también sentenciosa y reminiscente, desapegada, muy culta, cruzada de referencias, casi en los límites de la erudición, precisa por la exactitud de su léxico y las referencias asociadas,y sobresale su cadencia y el ritmo elegante de las frases. Dice que los personajes femeninos los construía filtrados siempre por la mirada masculina porque se sentía incapaz de imaginar la subjetividad de una mujer, puesto que no era mujer, un argumento aceptable por el modo en que lo sostuvo (hasta Berta Isla, narrada en primera persona por un personaje femenino), pero endeble. Sus referencias literarias recurren a autores ingleses o a extranjeros que usaron la lengua inglesa más que a los de su propia lengua (al menos en este volumen), aunque reconoce un influencia moral más que estilística proveniente de Juan Benet. Su prosa usa la deriva como Faulkner o Henry James y el frío evocador de Thomas Bernhard. Llegó a escribir una novela en tres volúmenes (Tu rostro mañana) donde cada volumen es una digresión.

No se llega del todo a saber por estos artículos si sobrevivía en él algo de sus abuelas cubanas en sus hábitos o costumbres privadas o si era piadoso o antitaurino. O si encarnaba una forma de ser español más reaccionaria y monárquica y católica, que liberal y moderna. Fue muy conocido como antifranquista y crítico del nacionalismo radical de ETA, defensor del fumador y defensor de cierta masculinidad literaria, pero fue derrotado por el prohibicionismo del tabaco, sin llegar a ser reeducado por el feminismo o cancelado por los reaccionarios. 

También fue rey, la más curiosa de sus excentricidades. Marías lo llamaba “aristocracia intelectual” reciclando una expresión que atribuyó a M. P. Shield. En la entrevista que concedió a The Paris Review explicó la sutil cadena de proclamaciones y nombramientos que lo convirtió en rey de la isla caribeña de Redonda. A dicho tema le dedicó dos novelas: Todas las almasNegra espalda del tiempo.

Los artículos que más me gustaron de este volumen son las entradas a modo de diario, Diario de Zurich. Narra varios viajes por Europa a comienzos de este siglo y las circunstancias y polémicas que se desarrollaban en su vida por entonces. Hace una infidencia al mostrar cómo la falta de cortesía y las indelicadezas pueden hacer que un autor se separe de su editor o emprenda acciones legales para liberar la obra. Narra también de forma desaprensiva lo que provoca la fama de los premios en alguien  reconocido desde joven por sus obras en Europa y la manera resignada de asumir la cincuentena.
 
Me da la impresión por algunas recurrencias transversales en la colección de que Javier Marías fue un español esnobista que obtuvo reconocimiento como escritor en los 24 y se valió de esa precocidad intelectual para construirse un personaje público, pero evidentemente escribió una veintena de obras y envejeció y acabó por parecerse a sus retratos impostados. Al menos algunas de estas columnas las escribió cuando se había convertido en un cotizado soltero madrileño con una elegancia de formas un poco anticuadas, como si no pudiera vivir sin la zarzuela o el Real Madrid o sin sus regios aposentos ni el escaño en la Real Academia Española o sus amigos espías. Tal vez me equivoco y el libro fue seleccionado (no por él) para corresponder con lo que debe ser un escritor europeo, más que un español contemporáneo. Es el problema de estar fijado en la imagen pública proyectada: que te quedas en manos de los seguidores de tu fama. Por momentos da la impresión de haber sido un hedonista afrancesado, por su proverbial defensa de las aficiones insólitas de los solteros (la propia soltería, las joyas bibliográficas, los juguetes, el sedentarismo burgués, la exaltación del pasado y sus estéticas, el declararse reacio a las tecnologías de la informática, las películas viejas), pero acaso no me engaño y era un autor europeo educado en una familia liberal y cosmopolita que debía su vasta cultura al ambiente anglosajón en que se educó en la infancia (Estados Unidos) y al país donde fue luego profesor universitario (Inglaterra) más que a la cultura española. Fue en todo caso un buen escritor y un hombre agradecido con aquellos que se dejaron retratar por su pluma y por quienes le enseñaron, y fue leal a sus amigos, lo que habla bien de la nobleza de cualquiera.

Una colección de artículos no premeditados, sino elegidos a posteriori, puede convertirse en un autorretrato en ausencia de una autobiografía, más aún desde el momento en que el autor ya no está y el cambio constante de su rostro se ha detenido y los lectores tenemos que ajustar aquello que el autor dijo de sí como lo que acaso fue o quiso proyectar y ser, simplificándose, ya que desconocemos lo demás, lo que el hombre calló, lo quedó por fuera del retrato o era irrelevante o tan obvio o privado que no requería ser mostrado ni compartido. Pero, ¿qué es un autorretrato? Un rostro es cambiante, va transformándose mientras avanza la vida. Retratar es detenerse en un instante de ese cambio permanente y echar una fugaz mirada al mundo perdido y algunos detalles. 

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Aquella mitad de mi tiempo, Javier Marías, Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores.
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Publicado por @stanislausbhor
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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