Sobre El fin de la novela de amor, de Vivian Gornick
Por
Paula Andrea Marín C.
La cosa se reduce a lo siguiente: quien no entiende sus sentimientos se pasa la vida vapuleado por ellos, a su merced; quien los entiende pero no es capaz de procesarlos está abocado a años de dolor; quien niega y desprecia el poder que tienen está perdido.
--Vivian
Gornick (El fin de la novela de amor).
Hace un par de meses fue el
lanzamiento del más reciente libro de Vivian Gornick traducido al castellano;
Sexto Piso (México-España) publicó El fin
de la novela de amor, una compilación de ensayos (en la misma línea de Cuentas pendientes), originalmente
publicada en inglés, en 1997, en los que Gornick repasa lecturas literarias de
narradores y narradoras anglófonas (cuentistas, novelistas) de finales del
siglo XIX y principios del XX, con el fin de llegar al fondo de sus propios pensamientos
sobre el amor romántico y cómo este aparece en las obras revisadas. Al igual
que en Cuentas pendientes, este es un
libro que se puede leer como crítica literaria y, al mismo tiempo, como ensayo
personal. Como crítica literaria, El fin
de la novela de amor demuestra que la crítica solo tiene sentido si alcanza
la vida y si así puede ser transmitida al lector, y si logra llegar al punto
neurálgico de la perspectiva (existencial y estilística) de un autor o autora;
como ensayo personal, este nuevo libro en castellano de Gornick muestra que la
literatura, instalada entre la teoría social y la percepción cotidiana,
sensible, puede constituir un conocimiento que, sin pasar por conceptos
estructurados, llega a la médula del entendimiento de una época o a identificar
el síntoma de un cambio profundo en nuestro comportamiento humano. Ambas
maneras de leer este libro están asentadas en lo que ya distingue el estilo de
Gornick: una escritura en la que los argumentos se construyen a partir de la
experiencia personal propia o de otras y otros (escritoras y escritores,
principalmente), o de la experiencia de personajes literarios, y en la que
estos argumentos conducen sinuosamente a exponer ideas que podemos rastrear
desde su libro Apegos feroces. El
lector o la lectora no necesitan haber leído los libros referidos por Gornick;
tampoco reconocer a los autores o autoras de las que habla, porque lo
importante no es este conocimiento, sino lograr que ese lector o lectora
entiendan algo sobre su propia experiencia.
Uno de los ensayos más impactantes del
libro es sobre una pareja de esposos que parecen tener la vida perfecta, pero
ella, a los 42 años, decide tomar cianuro. Me impacta porque tengo esa misma
edad y porque la pareja que ellos conformaban coincide con un ideal que tengo.
Suelo enamorarme de hombres inteligentísimos (intelectualmente), con don de
palabra –al igual que muchas mujeres de mi generación (y de la anterior), con
mi misma formación e intereses–, cuyas conversaciones suelen envolverme en una
atmósfera de sentido y novedad. Sin embargo, luego de algún tiempo, logro darme
cuenta de que a la mayoría de esas conversaciones les hace falta algo: la vida interior, así
que empiezo a sentir un vacío. Puedo estar en ellas por una o dos horas, pero
luego tengo que irme a poner en orden mis pensamientos y a volverme a conectar
con esa vida interior que tan poco les interesa a muchos de esos inteligentes hombres,
quienes han aprendido a estar distantes de sus afectos. En el ensayo de
Gornick, el esposo es historiador, así que las brillantes conversaciones
intelectuales derivan para él en la creación de una obra, pero ella, la esposa,
no tiene nada parecido. Más allá de que estemos de acuerdo o no en que si ella
hubiera tenido un trabajo o una obra por hacer no hubiera decidido suicidarse,
pienso en la mucha importancia que tantas mujeres como yo le damos a encontrar este
(o cualquier) “ideal” de hombre, para al final darnos cuenta de que seguimos
sintiendo la misma soledad y vacío.
En últimas, todos los capítulos del
libro hablan de esto: si no somos capaces de tener una voluntad activa, de ser
seres integrados, nunca nos sentiremos tranquilos. El amor romántico suele ser
la vía a través de la cual huimos de alcanzar esa voluntad, esa integración, y
entonces nos enamoramos de quien nos hizo sentir intensamente o de quien
estimuló nuestra mente intensamente, de quien nos hizo “sentir vivos”. En esa
huida, hay mujeres que se suicidan y hombres que van de affaire en affaire (o
viceversa); algunas personas suelen darse cuenta más rápido de que detrás de
sus decepcionantes amantes solo está su propio vacío; otras suelen
responsabilizar a las mujeres (o a los hombres) de ese mismo vacío y piensan
que la (el) siguiente será la respuesta (más joven, con más dinero o mejor
posición social, más aventurera o más tranquilo, más). En todos estos casos, resultan hombres y mujeres que nunca son reales el uno para el otro,
pues solo representan un ideal que los (nos) exime de responsabilizarnos de
nosotros mismos (mismas). Alcanzar la voluntad activa, el ser integrado solo se
logra –nos dice Gornick– “mediante la aplicación constante del conocimiento de
uno mismo”, la comprensión de sí, la búsqueda y expresión de “nuestro yo más
profundo”, no de enamorarse:
La horrible y total conciencia de que en realidad el amor, pese a toda la insistencia que podamos poner en los sentimientos, no nos va a resolver la papeleta. Para bien o para mal, ese esfuerzo es solitario, más afín al acto de hacer arte que de hacer familia.
Esa es la idea que atraviesa todo
el libro de Gornick: la creencia en el amor romántico como solución de toda
nuestra “deriva existencial” o como dador de sentido es falsa. El amor es insuficiente.
Casi nadie está dispuesto a asumir
el solitario camino que propone Gornick; a falta de una pareja, muchas y muchos podemos caer también en un “apego feroz” a un padre o a una madre y nunca salir realmente al
mundo, a descubrirnos y a construir nuestra vida. Gornick se centra en los
apegos entre madres e hijas a los que llama en el libro “intimidades
despiadadas”. La hija es incapaz de irse del lado de la madre y la madre
manipula a la hija diciéndole que si se va, morirá. A pesar de que la hija ansía
vivir su propia vida, la culpa no la deja marcharse; entonces, se generan dolor
y furia: no se soportan, pero no pueden vivir separadas. Al final, no se trata
más que de los celos que provoca en la madre no poder vivir la vida que se
despliega como posibilidad ante la hija; de allí que haya saboteos todo el
tiempo para lograr que la hija pierda la confianza en sí misma y al perderla,
la puerta queda sellada para siempre. En ciertas circunstancias, la hija logra irse, pero lleva a
la madre en su interior: el autosabotaje a veces no es más que la voz de la
madre aún actuando desde la distancia, procurando que perdamos la confianza y
volvamos al “nido”, para hacernos cargo de una madre derrumbada o demasiado
niña para responsabilizarse de ella misma. Por lo general, los hombres deben
desapegarse de su padre interior y las mujeres de la madre interior; ellos y nosotras debemos convertirnos en nuestros propios padres y madres. Gornick dice que el
objetivo de cualquier vínculo amoroso es conectar sin llegar a la completa fusión,
reaccionar sin ser absorbido, desapegarse sin renegar; todo para tener una vida
que sintamos propia.
La conclusión de Gornick no deja
lugar a dudas: “El amor romántico parece ahora un anhelo por sumergirse en el
sentimiento y salir mágicamente transformado, cuando en realidad lo que
necesitamos para construir un ser es la búsqueda deliberada de conciencia”. El
amor –y en realidad cualquier experiencia– solo “ilumina” si está acompañado
del conocimiento de sí. Cualquier relato literario que hoy evoque esa iluminación por la
vía amorosa derivará en una escritura conservadora porque nos da menos de lo
que la mayoría ya sabemos, ya percibimos: la crisis actual del amor que es,
realmente, la larga agonía del amor romántico, negándose a desaparecer ante la inexistencia de otra idea de amor que nos dé tranquilidad. Mientras tanto, la
literatura seguirá poniendo en palabras, en imágenes, experiencias que, en
muchos casos, aún no podemos comprender del todo, pero cuyo poder reside,
precisamente, en ese intentar asirlas, a manera de un entendimiento sensible
que luego se transforme en entendimiento argumental en un ensayo, en una clase,
en una charla. Esto es lo que ha hecho Gornick.
Vivian Gornick, El fin de la novela de amor. Trad. Julia
Osuna. CDMX-Madrid: Sexto Piso, 2022.