lunes, 30 de enero de 2023

Grietas del lenguaje en Oscuridad de la casa de Jhon Agudelo

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Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.

--Leonard Cohen


Por Angélica Hoyos Guzmán


La lengua como casa, el inconsciente como casa, lo oscuro se ilumina en las grietas de una propuesta narrativa trincada que se entreteje en lo íntimo y se edifica en lo colectivo. En la novela Oscuridad de la casa encuentro una profunda excavación a las raíces de lo íntimo en la familia, los roles marcados de género en una época de transiciones hacia el siglo XXI, la contemporaneidad colombiana se nos retrata con la aparición del padre. La casa, el lenguaje, están bañados de la oscuridad que se ilumina con la distancia de quien busca en la infancia las líneas de la identidad, de ser hombres y mujeres ordenados en el régimen de la lengua, de la ley del padre.  


El filósofo francés Gilles Deleuze en su lectura sobre la obra de Kafka nos habla de la literatura menor, y no en términos de desprestigiar o menospreciar la propuesta kafkiana sino de entender que en las limitaciones y variantes de la lengua alemana y los recursos de sus faltas en dominarla completamente le permitieron al autor alemán crear su obra en la limitación y ejercer una política literaria construida por enunciados colectivos que hacen de la  lengua una consigna también colectiva desde los quiebres de la oficialidad y la perfección lingüística que son también quiebres del ser y la respuesta al padre, a la lengua que normatiza, a las máquinas totalitarias y totalizantes que dictan un deber ser.  Pinta Kafka en su obra sus propias líneas de fuga y las comunes para escapar de lo impuesto.


En la obra de John Agudelo, encuentro estas consignas desde el quiebre del retrato familiar que se entreteje con relatos y narrativas subjetivas de modos de ornamentar los vínculos extendidos y disfuncionales de nuestra época y una expiación de la voz narrativa que cuenta la historia íntima y colectiva de temas políticos en Colombia.


Desde la construcción de la masculinidad, el amor, la representación de lo femenino y sus múltiples respuestas esquivas ante el deber ser en el medio de un contexto conservador donde la ley del padre se impone como ordenadora de las voces. El tiempo es transgredido en los recuerdos y dislocaciones del niño que va contando la historia de una familia Antioqueña cimentada alrededor de la represa de Guatapé y que va cambiando durante el periodo que va de los años noventa hacia la actualidad colombiana.


Varios son los testimonios, metáforas y grietas de la violencia tanto política como económica que la historia nos ofrece la obra para iluminar lo oscuro. La deliberada interlocución con el padre y con dios, escrito intencionalmente en minúsculas, me hacen pensar en el retrato de la decadencia de la imposición de la guerra y en la permanencia a la espectacularidad de la misma utilizando la televisión. Las noticias y a las voces infantiles son observadoras de las transformaciones nacionales, de los fracasos y desaciertos del progreso y la industrialización y también de los declives de formas obsoletas que han dejado cicatrices en las subjetividades de las generaciones que vivimos durante los años ochenta y noventa los convulsos movimientos telúricos de nuestra educación neoliberal y las construcciones cuestionables de nuestras identidades.


Los 21 capítulos de esta novela contemporánea colombiana nos hablan de las raíces fragmentadas y leídas también desde la migración, uno pensaría que la novela termina en lo íntimo pero por el contrario va creciendo o decreciendo hacia la ubicación de los cuerpos migrantes, del cuerpo del lenguaje como un cuerpo migrante que observa con la distancia del tiempo y la ausencia la deconstrucción de un modo de ser colombiano que deriva en simples murmullos e historias anónimas donde la certeza ya no es lo que importa, sino cómo cada quien construye su historia.


Una madre, un padre, un matrimonio, una familia y el deber ser se nos presentan al principio con la identidad universal de cualquiera de los lectores en esta época, es fácil identificarse con la educación y formas impuestas por la sociedad sobre cómo se elabora el relato de familia colombiana. Incluso con la inclusión de familiares externos a la familia nuclear que llegan a ser centrales en la historia que se narra.


También los cuerpos, su crecimiento, sus transformaciones, sus detrimentos, son centrales en la propuesta narrativa, incluso el cuerpo de la palabra escrita es intervenido por creencias y mandatos culturales que se transmiten en la oralidad, contrastados con la literacidad de pensamientos que deconstruyen estas oralidades para desmontar las edificaciones de la casa, para intervenir con la luz de una linterna el miedo a ver lo que no se quiere ver, a escuchar los silencios y la incapacidad de encontrar en él las posibilidades otras de lo afectivo negado en la ley del padre, presente, violento, bíblico y bélico de Colombia.


El contexto de lo contemporáneo de la literatura colombiana es donde podemos ubicar esta obra entendiendo lo que el filósofo italiano Giorgio Agamben nos dice sobre cómo entenderlo:


Percibir en la oscuridad del presente esta luz que busca alcanzarnos y no puede hacerlo, ello significa ser contemporáneos. Por ello los contemporáneos son raros. Y por ello ser contemporáneos es, sobre todo, una cuestión de coraje: porque significa ser capaces no sólo de tener fija la mirada en la oscuridad de la época, sino también percibir en aquella oscuridad una luz que, directa, versándonos, se aleja infinitamente de nosotros. Es decir, aun: ser puntuales en una cita a la que se puede solo faltar. Por esto el presente que la contemporaneidad percibe tiene las vértebras rotas. Nuestro tiempo, el presente, no es, de hecho, solamente el más lejano: no puede en ningún caso alcanzarnos. Su espalda está despedazada y nosotros estamos exactamente en el punto de la fractura. 

--Agamben, ¿Qué es lo contemporáneo?


En esta puerta de entrada hacia lo inconsciente colectivo, hacia lo oscuro, a través de lo íntimo, identificar lo social, lo menor y su maquinaria subjetiva de agencia, la lectura propia de quien se sabe hijo de su época, tal vez puedo encontrar las autoficciones reconstruidas por su autor y también las licencias sugerentes de una lectura de país para iluminar las grietas de la guerra, de la cultura de la violencia, de la cultura machista, de lo hegemónico de la religión y de los valores colombianos que pasan desapercibidos y se transmiten en la cotidianidad de nuestra época desde finales del siglo XX hacia lo que va del XXI.

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  • Jhon Agudelo, Oscuridad de la casa, Universidad de Antioquia.


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Publicado por Angélica Hoyos Guzmán
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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