domingo, 9 de abril de 2023

¡Viva México, c…!

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Sobre Ustedes los pobres, nosotros los ricos. Industrias culturales extranjeras y gusto social en Bogotá, 1940-1970, de Alberto Flórez-Malagón.

 


Por Paula Andrea Marín C.

 

En 2021, las editoriales de la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad Santo Tomás y la Universidad del Rosario se unieron para publicar Ustedes los pobres, nosotros los ricos. El libro es importante porque analiza una forma de control sobre el capital cultural, sobre lo simbólico, en la sociedad colombiana, a mediados del siglo XX; esa forma de control fue otra manera de seguir manteniendo las diferencias entre clases sociales. La expresión coloquial: los ricos quieren ser europeos, los de clase media de USA y los pobres de México, tiene aquí, quizás por primera vez en el país, un estudio que rastrea sus orígenes desde lo sociológico, lo histórico y los estudios culturales y de medios (el cine, la radionovela y las historietas, para las que Colombia se consideraba el mejor mercado de Suramérica y por ello se convirtió en un centro editor importante en la región).

 

Los resultados de esta investigación (acompañada de un excelente material gráfico: fotografías -la de la carátula es de Nereo López- y carteles cinematográficos, entre otros) comprueban que lo mexicano y, específicamente, el cine, se asoció con las clases populares, mientras que las clases con mayores medios económicos se asimilaron a lo estadounidense. A esto contribuyeron: la Segunda Guerra Mundial, que limitó el influjo de la cultura europea en las élites colombianas y las hizo virar paulatinamente hacia la “americanización”, y la industrialización del cine mexicano, gracias a los subsidios estatales y a sus acuerdos con la industria hollywoodense (y el inicio de la Guerra Fría cultural-ideológica). La exitosa recepción del cine mexicano, por parte de las clases populares, se debió a la cercanía con el contexto colombiano: personajes de origen rural, recién llegados a la ciudad y desorientados en ella, unidos por el mismo idioma (en el marco de una cultura basada en la oralidad) y por el conflicto armado (en México, la Revolución; en Colombia, la Violencia bipartidista). Las salas de cine se dividieron geográficamente entre el sur, centro y norte de la ciudad; las salas del sur exhibieron, en su inmensa mayoría, películas mexicanas (y argentinas y españolas, en menor medida) y las del norte, películas estadounidenses, sobre todo (la mayoría, subtituladas). El cine se convirtió, para los colombianos –pese a la censura vigente en la época–, en la forma de entretenimiento más popular, en la más querida; cuenta Flórez-Malagón que, incluso tras el Bogotazo, las salas de cine fueron las menos afectadas durante la hecatombe.

 

La población indígena colombiana convertida en campesinos mestizos y luego, las generaciones más jóvenes, tras la migración, en obreros en las ciudades, han sido siempre vistos con sospecha por parte de las élites, que han buscado estereotiparlos negativamente para no sentirse amenazados por su cercanía. La cultura campesina, popular y obrera ha sufrido estigmatizaciones a lo largo de la historia, como una manera de que las élites conserven su dominio económico, político y cultural. El cine mexicano actuó como una vía para fortalecer la identidad de las clases populares colombianas, pese a los otros tantos estereotipos sexistas, racistas y clasistas de las películas exhibidas, del influjo de la industria hollywoodense y de las críticas de los intelectuales colombianos (provenientes de las élites), quienes amparados en el eufemismo de la vulnerabilidad moral de las clases populares, censuraban los contenidos “vulgares” de las películas mexicanas. En general, explica Flórez-Malagón, en tanto Colombia no ha recibido un flujo fuerte de migraciones extranjeras, los bienes simbólicos provenientes de industrias culturales de otros países han actuado como la forma en la que se ha articulado lo extranjero en el país. En el caso del cine, si bien las películas estadounidenses fueron más desde la oferta, las mexicanas fueron las más apreciadas por los y las espectadoras.

 

El autor concluye que el mundo letrado siempre ha sido y sigue siendo excluyente para poder mantener su liderazgo cultural; si por un lado, alienta la democratización del capital cultural y acepta a regañadientes las transformaciones impulsadas por la modernización, por el otro, sigue ejerciendo cierto tipo de “censura” (cada vez más sofisticada, como por ejemplo el recurso de clasificar ciertas películas como cine clase B, es decir, nuevas formas de folclorismo-exotismo o "buenismo" hipócrita) frente a la cultura campesina-popular (de las clases pobres)-obrera.

 

A la mayoría de mis colegas y amigues les encanta ir a México –a mí también–; se me ocurre que en esa fascinación hay cierta nostalgia y cierta simulación: allá la cultura popular se ve más bonita (más colorida), lo indígena se ve más bonito, porque está atravesado por la fascinación por lo extranjero, aunque sea tan próximo. En muchos de nosotros y de nosotras, académicos en distintas universidades, hay un cercano pasado campesino, obrero, muy popular, que estando en Colombia la mayoría de las veces escondemos para no avergonzarnos; quizá cuando vamos a México, pese a que allá también campean el racismo, el machismo y el clasismo, ese pasado se potencia porque es parte de la cultura urbana, en una total imbricación, se estiliza y ya no nos avergüenza. La cultura indígena está más presente en México que en Colombia, debido a nuestros diferentes procesos de mestizaje y a la diferencia en la composición, número y organización de las comunidades indígenas; quizá nos pasa lo mismo que a los gringos y a los europeos: allá lo popular es controlable y bello porque no es propio. Allá nos sentimos como en casa, pero es mejor porque no es nuestra casa. Puedo estar muy equivocada. En todo caso, este libro de Flórez-Malagón demuestra que esta proximidad con la cultura mexicana tiene larga data en el país y que a esto mucho le debemos su cercanía con Estados Unidos, que ha usado a México en distintas ocasiones para imponer sus planes sobre el continente.

 

Le pregunto a mi mamá acerca de sus recuerdos sobre el cine en el pueblo donde pasó parte de su juventud, donde conoció y se casó con mi papá, en el Quindío, en la década de 1970. Madre recuerda las películas de cantantes argentinos y españoles, sobre todo (que podía ir a ver solo después de ir a misa los domingos), y que su hermano mayor, cuando recibía su jornal, se llevaba a todos los hermanos más pequeños a ver películas infantiles. Madre tomaba gaseosa y se sentaba con mi papá en la parte de abajo, y temía la vergüenza de que sus hermanos pasaran cerca vendiendo papas chorriadas (cocinadas y aderezadas con guiso de cebolla y tomate), para ayudar a la frágil economía familiar, o que se hicieran en la parte de arriba y empezaran a gritar y a lanzar objetos a los de abajo. Madre quería que mi papá (y los hombres, en general) la asociara con una muchacha de “buena familia” (de ello dependía su futuro), tal como muy bien le había enseñado la abuela. Seguramente, si pudiera preguntarle a mi papá, recordaría más las películas mexicanas, sobre todo, las de Cantinflas.

 

Alberto G. Flórez-Malagón. Ustedes los pobres, nosotros los ricos. Industrias culturales extranjeras y gusto social en Bogotá, 1940-1970. Bogotá: PUJ-USTA-UR, 2021.

 


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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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