domingo, 26 de marzo de 2023

Dar gracias por la lluvia

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Sobre Mil años de asentamiento, de Zahir Raihan, ed. Latinta, diciembre de 2022



Por Rodolfo Lara Mendoza

Quince años antes de que Zahir Raihan publicara esta novela, William Faulkner se había negado, en su discurso de recepción del Premio Nobel, a aceptar la desaparición del hombre, no en tanto que desaparición física, sino en tanto que agonía del espíritu humano. El autor de Luz de agosto veía a los escritores contemporáneos tan alejados de “los sentimientos contradictorios del corazón”, que acabó por concluir que escribían con las glándulas. De allí que propusiera volver sobre “las viejas verdades universales sin las cuales una historia es efímera y está condenada a morir: Amor y honor y caridad y orgullo y compasión y sacrificio”. Medio siglo antes, en una carta de 1904 dirigida a Oskar Pollak, Kafka había escrito que un buen libro debía romper “el mar helado dentro de nosotros”, dolernos “profundamente como la muerte de alguien que quisimos más que a nosotros mismos”.
Ambos autores, testigos de las miserias de su tiempo, veían resquebrajarse los cimientos sobre los que descansaba ese “lugar sereno” del que habla el poeta cubano Delfin Prats, ese “dulce lugar llamado humanidad”. 

Zahir Raihan, desde otro mundo igual de resquebrajado, pareció atender al llamado de Faulkner al retratar con hondura en Mil años de asentamiento las vivencias de unos personajes sometidos a los caprichos del clima, el lastre de sus pasiones y la violencia de unas normas sociales y unas enfermedades que al personificarse parecen adquirir contornos míticos insalvables. 
Raihan, que había nacido en 1935, no solo escribió desde una realidad distinta a la de occidente sino desde otra época, porque la sociedad en la que vino al mundo —la parte oriental del Pakistán que en 1947 se separó de la India tras la independencia del dominio británico— todavía en la segunda mitad del siglo XX seguía siendo una sociedad marginada, premoderna y colonial que sólo lograría su independencia definitiva en 1971, meses antes de la desaparición de este escritor, que había publicado ya media docena de novelas y contaba apenas con 36 años. 

No podía ser otro entonces el rostro con que Raihan pintaría aquella sociedad sumida desde siempre en esa suerte de avatares a los que nos condenan la servidumbre y la pobreza, pero en medio de los cuales resplandece a su vez, y en contraposición, toda la riqueza del alma humana. 

«—¿Ves cómo está ese terreno? —dice Surat Ali mientras ara— Ellos no tienen amor por la tierra. Como no la aman, la tierra tampoco les va a dar a nada. 
—El año pasado solo cosecharon uno y medio mon de arroz —dice Montu.
Entre siete y uno y medio no hay comparación. A Surat Ali le duele el corazón. Está apurando a las vacas y dice: “Hay que cuidar y hay que amar el terreno. ¿Oíste Montu? Entre más ames tu tierra más te va a dar”. Las últimas palabras no se escuchaban muy claras, porque hablaba entre dientes: “Si pudiera encontrar otro poquito de dinero recompraría el terreno, y en lugar de siete mon sacaría ocho al año”. 
El cielo tiene todavía muchas nubes. El aire sopla de sur a norte. En cualquier momento va a llover. Surat Ali sigue murmurando: “Dios lo quiso, por eso le entregó mi terreno a Miah grande. Le dio el terreno a alguien que no tiene amor por la tierra. ¿Qué tipo de justicia es esa, Montu? ¿Qué tipo de justicia es entregarle la tierra a alguien que no tiene amor por ella?”, e inconforme apura a las vacas con más crueldad.»

Ambientada en el siglo XIX, Mil años de asentamiento narra la historia de Montu y Tuni, una pareja de jóvenes que crecen juntos en una comunidad establecida en la Lagunita de las Ninfas, más específicamente en la casa del viejo Mokbul, de quien Tuni, pese a su juventud, es la tercera esposa y Montu su sobrino, y en la que las pasiones van surgiendo en los entresijos de una cotidianidad que por la distancia cultural y geográfica podrá parecernos extraña, pero en ningún caso ajenos los sentimientos que en ella se fraguan. Y esto es así porque ardemos en el mismo fuego, sea que nos cubramos con un sari o una pollera colorá, mastiquemos betel nut o bebamos café, y fuere o no posible deshacer un matrimonio pronunciando seis palabras, como hace el viejo Mokbul con dos de sus esposas cuando pasan a ser obstáculo para su deseo: “Un talak, dos talak, bain talak”. De allí que nos sea posible entender —dos mil ochocientos años después de compuesta La Ilíada— la compasión de un guerrero por un anciano rey que acude suplicante a reclamar el cuerpo de su hijo; o lo que pesa un “Te amo” dicho en broma al oído de una jovencita rusa, como si lo susurrara el viento, mientras bajan en trineo por una gélida cuesta, en un cuento de Chéjov. O en la obra que nos ocupa, sentir el vacío en el pecho de la selvática muchacha que le pide al joven que ama que se case con otra, pero que no lo haga sin su consentimiento, que ella misma va a buscarle la novia.

«—Ven afuera, hay algo de brisa —le dice Montu de repente.
—Voy —dice Tuni, pero no sale. Un rato después sale y se queda mirando el río. Es el mismo río. Como estaba antes. Exactamente igual. No ha cambiado. Hoy no puso la mano en el agua para jugar. No miró a todos lados. Nada más dijo: 
—Cuando te cases con Ambia, este bote va a ser tuyo, ¿verdad?
—Sí.
—¿Después de casarte te vas a quedar en la casa o vas a ir a la de Ambia?
Montu no responde. Ella se lo queda mirando por un lado del velo con gran interés. Al no obtener respuesta, le dice: 
—¿Por qué te quedas callado?»

Y aunque el tema de la novela sea el amor en su faceta más terrible (la del desamor), no pueden serlo menos las fatales circunstancias que rodean y frustran el encuentro de los enamorados: la pobreza material que campea, cercenando los sueños, y unas férreas estructuras patriarcales que favorecen lo abyecto por encima de lo justo y verdadero. Junto a ellas el honor, la caridad, el orgullo, la compasión y el sacrificio, entre los muchos sentimientos que desfilan por esta historia, sencilla en su trama como lo es en su exterioridad la vida rural, pero a la vez compleja en emociones, al punto de no dejarnos salir de sus páginas sin una lágrima o un estremecimiento.

Perdidos en el desierto de nuestras pasiones, en el paisaje sentimental de nuestro tiempo —agreste y yermo como los campos de la Lagunita de las Ninfas durante el mes de Choitra—, no queda sino dar gracias por la lluvia, por la llegada a nuestro idioma de esta novela clásica bengalí, pletórica de esas viejas verdades del corazón de que hablara Faulkner, certera en su brevedad como el hachazo de Kafka sobre ese mar de hielo que hoy más que nunca parece cristalizar en nuestros corazones. 
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Zahir Raihan (India británica, 1935- Bangladesh, 1972), novelista y cineasta. Autor del documental Stop Genocide (1971). Fue dado por desaparecido a principios de 1972, mientras buscaba a su hermano, desaparecido a su vez. Su novela Hajar-Bochhor-Dhore (1964), traducida al español en 2022 por Anisuz Zaman como Mil años de asentamiento, fue llevada al cine en 2005. 
Editorial: Latinta, diciembre de 2022.
Traductor: Anisuz Zaman.
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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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