martes, 2 de mayo de 2023

El terror que todo lo ve

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Una mirada post-créditos al documental Balada para niños muertos, de Jorge Navas, (2020)


Por Juan Sebastián Murillas

Roger Corman, el cineasta punk y legendario autor de inolvidables películas de serie B de los años 60, a quien Andrés Caicedo fuera a buscar hasta Los Ángeles en 1973 para intentar venderle un par de guiones mal traducidos al inglés, vendría al lanzamiento de esta película.  Sucedió hace tres años, en  el marco del 60 Festival Internacional de Cine de Cartagena, cuyo tópico escogido en ese entonces fue, al uso de una clarividencia aterradora y lovecraftiana, “El desvarío cósmico”.  Sin embargo, Corman nunca llegó. Ni siquiera salió del aeropuerto.  ¿Historia gótica por excelencia?, quizás. Pero sin duda  aquel viernes 13  de marzo de 2020 (nótese la aterradora justicia poética de la fecha) era un día especialmente apocalíptico porque fue también  la noche en que los teatros de todo el mundo se vaciaron a causa de una alarma biológica global: la pandemia del Covid 19. Balada para niños muertos fue entonces y desde el principio, fiel a su destino de holograma siniestro: la última película de terror antes del terror. 

Lo que vino después fue una suspensión en el limbo y un purgatorio de silencio en el cual “no sabía si re-lanzar o botar la película a la basura”, confiesa Jorge Navas, el director del  documental. No obstante, poco a poco, el proyecto fue encontrando su camino mientras iniciaba un tour por festivales de cine latinoamericanos  como el de La Habana, BAFICI y Viña del Mar, y ganando premios como el de Mejor Documental de Género del Panamá Horror Film Festival en  2022 o el Premio a Mejor Dirección del Festival de Cine Fantástico - El Grito, de Venezuela, en aquella temporada. Pasaron entonces tres años en el curso de los cuales Editorial Planeta, en un trabajo conjunto con Rosario Caicedo, publicó por fin la correspondencia completa de Andrés, la cual sumada a la compilación de Todos los cuentos y del Teatro completo, abrían finalmente ese tan ansiado plano general que hacía falta a la obra del escritor; algo que parecía imposible cuando la sociedad familiar que velaba por los derechos y difusión de su obra, ‘Caitela’, rompiera lazos debido a desacuerdos legales. Hasta aquí parecía todo dicho, si no es porque Jorge Navas,  escritor, director y montador de esta película, en su infatigable y obsesiva persecución de ese incierto legado del Grupo de Cali llamado Gótico tropical, decidió relanzar el documental hace dos semanas en las cinematecas de Bogotá, Cali y Medellín. 

Balada para niños muertos es la síntesis de un documental para la televisión pública y de un ambicioso proyecto de cine de autor. Reconstruye la historia familiar de Andrés Caicedo al tiempo que documenta sucesos históricos que determinan el carácter y las obsesiones de un grupo de escritores y cineastas quienes crecieron entre los coletazos de una violencia bipartidista y el advenimiento del narcotráfico en la ciudad de Cali hacia el final de los años 70. Balada para niños muertos, la tesis, es un film de terror, narrado y editado como una historia de miedo, y cuyo homónimo es un compilado de cuentos para adolescentes  que Andrés Caicedo pensaba publicar en algún momento. También es la continuación cinematográfica y la superación de su predecesora literaria Mi cuerpo es una celda, del escritor chileno Alberto FuguetBalada para niños muertos de Jorge Navas es quizás el primer documental sobre la vida y obra de Andrés Caicedo en lo corrido de este siglo que se ha propuesto investigar y crear con todos los recursos de la nueva era de un cine independiente: collage, animación, diario documental, polifonía y argumental. También es la propuesta de un cineasta que fue adolescente, rocker y lector, que discrepa con la dicha de ser caleño como norma, que se graduó de la universidad con una obra de arte que también toma prestado su nombre de una sección de los cuentos completos de Andrés: Calicalabozo (1997). Finalmente, Balada para niños muertos, el documental, es la exploración del subconsciente de Caicedo, una apnea de  hora y media en las honduras literarias, los abismos emocionales y los sótanos existenciales de un escritor que parecía él mismo pero que siempre fue otro. 

Jorge Navas es maestro de armas de un reino oscuro. Su creación cobra vida de los detritos de un mito que se compone y se desintegra en la interpretación. Sabe que se ha dicho mucho sobre Andrés, casi todo; que no hay suficientes fotos ni secuencias de cine para armar el documental. Y aunque Luis Ospina, fallecido en 2019, aporta documentos cruciales para esta película, los protagonistas del Caliwood de los años 70 que pudieron responder a las preguntas que plantea el  proyecto ya no existen (Mayolo partió en 2007 y Guillermo Lemos desapareció hace tres años); en cuanto a los demás, se cansaron de hablar del tema. En Noche sin fortuna, de Álvaro Cifuentes y Francisco Forbes (2011) el asunto sobre Andrés Caicedo quedaba zanjado. Oscar Campo dijo ya no recordar al escritor al mismo tiempo que Ramiro Arbelaez afirmó no sentir nada cuando veía una foto del mismo. No obstante Jorge Navas se las ingenia para vertebrar la película con un enfoque completamente nuevo: recupera los guiones de Caicedo guardados tanto tiempo en el arcón de Luis Ospina, viaja a Estados Unidos y captura imágenes del archivo de Rosario Caicedo, la hermana de Andrés. Van al mar, conviven. Y en el proceso, exhuma dos fantasmas que no habíamos advertido antes porque el escritor se los guardó para uno de los guiones que adaptó de ‘La sombra sobre Innsmouth’, de Lovecraft: sus dos hermanos muertos siendo apenas unos niños, uno de ellos padeciendo una deformidad irreversible.  

A partir de allí, el gran mérito del documental consiste en recrear, a manera de thriller, el subconsciente y las influencias literarias de Andrés Caicedo (sus vampiros y monstruos personales, Stoker, Poe, Lovecraft), y conectar la correspondencia del escritor con sus guiones y primeros textos: las grafías de un niño. Para ello, el director combina el material de archivo facilitado en su mayoría por Rosario Caicedo, incluye secuencias de la explosión de Agosto de 1957, fragmentos de Calicalabozo, de Carne de tu carne, de Pura sangre; y en un juego de desencanto y fatalidad, mezcla registros de un Andrés Caicedo histórico y uno ficticio  interpretado por Camilo Vega. Los guionistas del documental, Jorge Navas y Sebastián Hernández, llevan a cabo además una labor de alquimia: optimizan y metamorfosean el legado gráfico y fílmico que ya habían compilado Mayolo, Ospina y Eduardo Carvajal, editándolo con la iconografía propia del cine de terror de serie B. Sonorizan fragmentos de las cartas que Andrés escribe en un cuarto de mala muerte en Alvarado street, dramatizan fragmentos de sus guiones escritos a toda marcha, y todo envuelto en el halo de una música impresionante y gris donde las cuerdas con sordina adquieren un color inquietante  bajo el influjo del maestro Jorge Borja con el apoyo de la orquesta sinfónica de Bratislava. Un homenaje a Bernhard Hermann y Alfred Hitchcock, definitivamente. Y para redondear la experiencia, el mismo Jorge Navas ha bañado la película con un diseño sonoro de primera categoría, lo cual nos permite ahondar sensorialmente en la psique de Andrés Caicedo y trazar un mapa en primera persona hacia su muerte impostergable. 

Jorge Navas y Rosario Caicedo son la mejor dupla que pudo pasarle a la difusión de la obra de Andrés en estos tiempos. "Ojalá, Rosarito, podamos trabajar juntos" , le escribió en una carta Andrés Caicedo a su hermana hace muchos años. Desde entonces, y como en aceptación de una súplica y de un destino, Rosario no ha dejado de escribir (hay que leer 'Mil pedazos', su autobiografía montada como un crossover de cartas y poemas que dialogan con la obra de Andrés), de dar entrevistas, rescatar material, editar, clasificar y cronografiar correspondencia; tampoco ha cesado de luchar contra la censura familiar y halar del único hilo de memoria que queda y cuyo tejido está hecho de mucha escritura: los papeles de su hermano. Su protagonismo en el documental es incuestionable, pues nadie como ella pudo medir la desventura, el horror y la felicidad de Andrés Caicedo como escritor en una Cali soleada, dichosa y maldita. 

Jorge Navas, por su parte, ha hecho lo suyo como reivindicador del lugar que ocupa el universo caicediano en el metaverso del terror, pues sin proponérselo y queriendo desarrollar el concepto de Gótico tropical (un espejismo literario y prácticamente estéril en la narrativa colombiana porque, ¿dónde están los libros que debieron seguir la senda de La mansión de Araucaíma, a diferencia del caso mexicano, donde Álvaro Mutis escribió su obra y  donde después de Aura de Carlos Fuentes vino Sergio Pitol con La orfandad de Victorino Ferri y luego Ignacio Padilla con El daño no es de ayer, después Luis Jorge Boone con Las afueras y hace poco Silvia Moreno-García con Mexican Gothic?), pero digo que Jorge Navas le ha dado una coordenada más precisa y alternativa a la obra de Andrés, elevándola unos cuantos escalones hacia un canon literario oculto y bizarro donde conviven obras tan desiguales pero hermanadas por la desviación fantástica y la sordidez de una Latinoamérica alucinada donde los escritores crean obras tan demoledoras como abigarradas: pensemos en el paraíso de terror fantástico de José Donoso, en el dolor exultante en la saga de Reinaldo Arenas, en el realismo patógeno de Mario Bellatin y más recientemente en la miseria infernal de los personajes del pintor peruano José Tola. Un freak stream de escritores geniales.  Es como si Jorge Navas, buscando hacer otra película, la suya propia, hubiese encontrado el lugar ideal para entender a Caicedo y al mismo tiempo contara con la suerte y la virtud de haber hallado la fuente de la que debía beber para continuar haciendo cine, tomando lo que podía de las aguas de otro artista que lo antecede y le brinda su genética espiritual. Como Onetti siguiendo a Faulkner, Dave Grohl taladrando el sonido de Kurt Cobain o Lin Manuel Miranda tomando la antorcha de Jonathan Larson en el teatro musical de Broadway.

La literatura es de quien se la disputa a la muerte.  Por un momento es del autor, a veces es del cine, de la industria o del mito. De los que la salvan del olvido, de los influenciados, de los expertos en copiar, también. Se cree que la literatura es de quien la entiende, mentira mal aceptada por los colegiales y los decanos. Mejor, es de quien la busca, la colecciona. Y de los lectores, de los fehacientes, siempre. De los jugadores y apostadores, de los que en ella encuentran la suerte y el destino. Nunca es de los gobiernos, pero sí de la ideología, y dentro de ella, la literatura eventualmente es de la familia, de los que heredan libros, obras, papeles. Y para el caso, mientras la obra sea el arte póstumo de una voz desaparecida, la literatura es de aquellos  que la sobreviven, de ahí la importancia de quienes les tocó en suerte recibirla, editarla y difundirla. Esta película está hecha con  los sueños del escritor, los sueños del director, de la familia y de todos los lectores que la esperaban. Lo que dice y muestra es hermoso y cautivador, y lo que resta por decir después de esto es aún más misterioso y emocionante. Por eso hay que ver Balada para niños muertos y todo lo que hay antes de ello. Y verlo a la luz de la obra y  la correspondencia de Andrés y de Mil pedazos de Rosario, y de Mi cuerpo es una celda, de Fuguet, textos que hacen de Andrés un personaje cada vez menos legendario y en cambio más cómplice, a la vez que rescatan la obra de un escritor que tiene tantas versiones como amigos se lo disputan. Porque la verdad sobre la vida de Andrés Caicedo, como la de todos nosotros, no es un documental. Es un rompecabezas.


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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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