martes, 24 de julio de 2012

Notas para una escéptica e inútil defensa del aforismo

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El aforismo es la forma más breve del ensayo, hermano de la imagen y del silogismo, el pariente más acartonado de la greguería y del Haikú. Una linea densa, elíptica muchas veces, con la concentración cáustica de las perlas de cianuro (como los usaba Ciorán) o con la elegancia cortés de don Nicolás Gómez Dávila, o como las perlas irónicas de Mencken, Jules Renard, Kraus o Lichtemberg. En ellos el resultado real es opuesto al literal. Presentamos una defensa del cuchillo sin hoja que no tiene mango: el aforismo, esta forma sintética del pensar, revitalizada, quién lo hubiera imaginado, por Twitter.


1. No es posible enseñar a escribir aforismos, libros misceláneos ni recolecciones de apuntes. El género – o ejercicio, según se mire – es complejo e inextricable. Mucho menos vindicar su presunta eficacia: las formas y recursos breves son presas fáciles de banalización y superchería.

2. No citar aforismos por una sencilla razón: es irrespetuoso mostrar un pedal al público intentando decirle que se le da a conocer la bicicleta. Así, un libro de aforismos que se lee completo – durante largos periodos, años, décadas, y sin espectadores – no es susceptible de mutilación.

3. Reprimir las opiniones producidas por los aforismos leídos. Olvidarlas, esconderlas, en dado caso tergiversarlas tras auscultar el menudo texto inspirador. Aunque no parezca, el aforismo invita al devaneo del pensamiento, no a su empaquetadura en opinión para la galería.

4. Soñar con un libro de estas características: apostillas aclaratorias a unas glosas para  conjuntos de notas que expliquen un puñado de aforismos. Desde luego, muy corto.

5. La suma de minutos semanales dedicados a un compendio aforístico no debería pasar de una hora, como máximo.

6. ¿Un aforista de cabecera? Leer a Nietzsche mientras se repasa a Marco Aurelio en medio de cotejos al físico Lichtenberg y a Pascal, su otra cara de moneda. Si no se consultan siete u ocho autores a la vez se están tomando píldoras para dormir, no leyendo aforismos.

7. Preferir un aforismo es, quizás, guardar tesoros menores y desechar otros de, quizás, mayor cuantía. Un texto mínimo de Elias Canetti tarda, a lo sumo, varios años en cuajar dentro de un lector. Nada menos instantáneo en cuanto a satisfacción se refiere que un aforismo.

8. Caballeros como Nicolás Gómez Dávila o Albert Caraco se pulen e incluso perfeccionan con la reducción paulatina de sus lectores ocasionales. Casos curiosos de predicamento por omisión.

9. Apuntes y anotaciones escritos sin pretensión divulgativa sufren una doble manipulación malsana por parte de sus lectores: la del que se siente explorador y la de quien viola un sigilo casi sacro.

10. El autor de aforismos, durante su extravío incesante por una ciudad, encuentra dignos de mención a ciertos sitios fugaces y perecederos.

11. El reconocimiento de la propia incapacidad para la escritura es característica inequívoca del autor de aforismos.

12. Los géneros literarios, aún los filosóficos, siguen esperando al aforismo. Están muy decepcionados.

13. Algunos lectores creen que la concisión, la síntesis y demás lastres del aforismo son virtudes.

14. Un apto escritor de brevedades no es, por necesidad, ni un pensador ni un buen prosista.

15. El lector advenedizo de aforismos hace continua profesión de fe y apologética: jura sobre los textos sagrados – las máximas de La Rochefoucauld, El Malpensante de Bufalino – que la aforística posee un alto relieve.

16. Imagina además que algunos de esos textos sagrados son el resumen de su propia existencia o la sinopsis de algún periodo histórico.

17. Este lector pasajero se sirve de los aforismos para sus sermones laicos, incrementar su acervo de consejos prácticos dirigidos a los desamparados, sus estrategias de batalla o seducción.

18. El lector informal de aforismos se distingue porque cree estar enfermo de lucidez, y por no tener remedio.

19. Un aforista es alguien que no tiene opciones: su libreto estaba demarcado para el aforismo. Y considera siempre que su oficio real es otro: las matemáticas, ser un holgazán, una sanguijuela del erario, un cortesano. En el fondo ignora su condición  verdadera.

20. Es probable que estos escritos, nacidos en pausas de labores bien distintas a las del pensamiento, sean asumidos como auténticas bitácoras por los lectores más insospechados. Así, los pequeños manuscritos de Ludwig Wittgenstein. Así, también, el gracejo en la escritura de Oscar Wilde.

21. Nada más insólito que el escritor exclusivo de aforismos y su pasión por llegar de último.

22. Lo que a Nietzsche o a Pascal casi les cuesta el pellejo es exhibido en afiches, esquelas y pancartas populares.

23. En incontables ocasiones el refrán de Sancho Panza posee más vigor que la breve meditación acerca del pecado original escrita por Franz Kafka.

24. La necedad y la bajeza vienen también dentro de pequeños recipientes.

25. No deja de ser chusca la elección del aforismo por sucinto, exacto y cómodo. Justo por lo que no es, ni será.

26. El aforismo, engendro de las periferias, de los ejes torcidos e inservibles en las mecas culturales, nunca conquistará tribunas. Pese a la buena voluntad de quienes lo leen o vulgarizan.

27. El autor de aforismos despreciado por los filósofos, víctima del rechazo de los literatos. Incómodo invitado a cualquier fiesta.

28. Leer aforismos a un oyente es renegar de la soledad, desconocerla.

29. Soñar con un libro de estas características: extenso comentario, ochocientas páginas, al   texto de Lichtenberg “Cara de Amén”.

30. Alguien descubre, al observar la expulsión del templo de un auténtico aforista, que el  mentado templo en realidad no existía.

31. El aforismo, perplejo y tambaleante, es utilizado por un hábil instigador de emociones simples como estímulo para el ánimo, el optimismo, la certeza.

32. Citar aforismos con la convicción de que serán óptimas medicinas. Vano intento de reforzar las propias, endebles curas mediante implacables venenos.

33. Si crea adicción o suprema dependencia en el lector, el libro no es de aforismos.

34. Un aforista no tiene seguidores. En ocasiones carece hasta de lectores.

35. La empatía es una de las últimas cualidades de un aforista, alguien tan ajeno a gestar amistades espontáneas.

36. Quizás Marcel Proust posea un talante más gallardo de aforista.  Porque nunca se propuso el aforismo como meta.

37. Si fomenta el sentido del humor y la simpatía a ultranza en el lector, el libro no es de aforismos.

38. Quien busca suspicacias, malos entendidos, o dobles, triples significados en el aforismo, de seguro los encontrará.

39. El dictum de Propiedad o de Uso Privativo adquiere su valía precisa en el aforismo  al ser escrito. Empero, se desvanece al ser leído.

40. Una cátedra universitaria dedicada a la presunta obra del aforista no deja de parecer broma vergonzante.

41. El aforista auténtico cree formar parte de una tradición y, sobre todo, superarla.

42. El aforista auténtico imagina que a partir de, gracias a, con, él la forma escrita del aforismo inició camino.

43. Quien leyó aforismos y no odió a su autor, nunca leyó aforismos.

44. El autor de aforismos, siempre más cerca de Odradek que de Hegel o de John Steinbeck.

45. Poncio Pilato crucificado por decisión propia, el aforismo no es una réplica al pensamiento sistemático. Es una nostalgia, un suspiro hacia esa clase de pensamiento.

Foto: Black an white, por Jan Zuart  www.janzuart.nl

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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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