Por John Better
¿Y
como negarme a la invitación que me hizo la fundación cultural Casa De Hierro para que leyera unos cuantos poemas en una penitenciaria de un municipio cercano? ¿Cómo
decir, no, a la posibilidad de estar rodeado por algunos minutos de un grueso
número de convictos torsidesnudos exhibiendo orgullosos los nombres tatuados de
sus amores juveniles?.
¿Cómo
no aceptar el gesto, si mi pareja de lectura
era el intimidarte escritor, Carlos Polo.
¿Cómo no dejarse seducir, si además había
una buena paga que me aseguraba un futuro delirio de vodka y "sombra"?
Así
que partimos muy temprano una mañana de septiembre de 2009, la escritora Fadir Delgado,
Faleimi, su hermana mayor, Carlos Polo, y completando la comitiva, nos acompañaría “Mamá Nancy”, ese
personaje mitológico al que la burocracia barranquillera le honró vitaliciamente
con el cargo de madre oficial de los marginados
barranquilleros : desde los travestis seropositivos del parque San José,
pasando por la putas del mercado que regatean su sulfúrico orgasmo a precio de
huevo, hasta los chicos delincuentes de los tugurios más peligrosos, para
quienes Mamá Nancy, era casi una virgen que al verle aparecer, besaban y abrazaban con pasión, porque a lo mejor ninguno de ellos experimentó nunca
en sus vidas un tibio roce maternal.
La
lectura seria en la cárcel de Sabanalarga. Durante el camino de ida, el paisaje
corría ante mis ojos como una cinta vegetal, un verde esplendido por las
recientes lluvias. A veces un caballo, a veces un chico sin camisa con una
jaula de pájaro en su mano, una garza estática,
solemne sobre un humedal, bellas postales que se borraban al segundo. Algo incómodos
dentro de la camioneta que facilitó la
Gobernación del Atlántico para nuestro traslado, algo asfixiados por el
hostigante perfume de Mamá Nancy. “Qué bajen
la ventanilla”, alguien sugirió, y la brisa de la mañana entró como un fresco
pañuelo que borró todo malestar. Y como si nos conociéramos de toda la vida, mamá Nancy empezó una amena charla donde ella
era la protagonista de álgidas aventuras junto a La Gata, La Cósmica, La
Pantoja, y algunas otras de las travestis mas regias de los noventa.
-Mis
niños ya están muertos casi todos, concluyó Mamá Nancy con un fingido dejo de melancolía
en sus ojos de plato.
Mamá Nancy
A
primera vista, la cárcel de sabana larga luce como un modesto colegio rural,
pero los guardias uniformados y el enrejado oxidado a la entrada le dan un aire
de mediana represión. El interior del lugar es casi un patio de recreo escolar dividido en dos pequeños pabellones donde se
albergan en orden de status: los internos “especiales” y los generales. Los
especiales están allí recluidos por delitos de orden administrativo, en
palabras simples, ladronzuelos de mejor casta, desfalcadores del erario publico
con tarjeta VIP permanente. Las instalaciones de este pabellón lo hacen un hotelito cinco estrellas en donde los niños de
mejor familia, tienen gimnasio comunal, visitas permanentes, y celdas
acondicionadas con tv a todo color, ventiladores, camarotes dobles y una
selecta donación de libros y revistas de última moda. Todos lucen rozagantes,
supersexis, soberbios, insolentes como el
trenzado de oro que cuelga de sus
cuellos manchados.
En
la otra esquina del ring, los olvidados,
los niños malos del recreo, los que te patean la lonchera y te derraman encima
la merienda. Hacinados en un galpón
apestoso, donde caben unos cien aproximadamente.
Allí
se haría la lectura, en aquel escenario improvisado, ante un auditorio de
intimidantes muchachos a quienes teníamos que conmoverles el corazón con los
supuestos guantes de seda de la poesía.
Fadir
Delgado hizo la presentación de rigor y Carlos Polo inauguró el evento con sus
poemas de balas, amigos perdidos, infancia y amores ebrios. En cierto modo, Polo entendía a la perfección el sentir de estos chicos, él,
podía compartir con ellos el cigarrillo
del tedio o el mal chiste del fracaso, pero lo que yo tenia claro era que ninguno de nosotros les iba
a lavar el alma, ninguno de nuestros poemas iban a maquillar la marca del
puñetazo en la cara o la sangre salpicada en la camisa. Ninguna metáfora iba a
embellecer el día o borrar la sucia mancha de semen de la noche anterior,
luego de ese coito silencioso con el compañero de cama, cuando los demás roncaban y el alba entraba iluminando sus
cuerpos amontonados.
Por
eso les leí un par de líneas ácidas, por eso les reafirmé que el amor es “basura
quemada” y les hablé de guerra, paramilitares y guerrilla. Por eso les confesé
que también fui victima de la ley, que estuve desnudo por segundos bajo la luz
cagada de una bombilla mientras un policía me colocaba de cuclillas para que la
mano enguantada de la justicia hiciera lo suyo, un par de imprudencias que me
costaron un llamado de atención de Mamá Nancy, quien durante el camino de
regreso nunca fue la misma.
Lo
que ocurrió en el pabellón "especial" no tiene importancia, unos cinco niños bien
que nos escucharon por breves minutos
mientras el resto se divertía jugando dominó en su club cárcel. ¡Qué les iba a
importar a esos burgueses sin alma nuestra cháchara poética! Por eso me llevo a
los otros, los tengo frescos en la memoria, me quedo con los malos
muchachos, con sus agrios gestos, y su sencilla palabra, me quedo con esas
anatomías cuarteadas de presidio, esa “carne tumefacta” como diría la Lorca , con la esperanza
incierta de encontrarme a uno de ellos en algún callejón tenebroso y detener el
lance de su navaja, diciéndole “Ey, ¿ no te acuerdas de mí? Yo soy aquel que escribió para ti estas
espinosas palabras.
John Better
En esas estepas olvidadas donde el cuchillo y las balas son el común denominador y la ley la impone el crimen más macabro, es mejor la legitimidad de unas palabras sinceras y crudas a una prosa 'culitierna' que dice mucho y a la vez no dice nada. Como Siempre, amigo (sin conocernos) Jhon, lo felicito por su pluma y su capacidad de narrar, sin pelos en la lengua, lo que somos y llevamos en el alma: 'la franqueza'.
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