Daniel Ángel
Mis tres libros: Montes de María, que retrata la masacre
del Salado, ocurrida en el año 2000, ganador de la convocatoria para la feria
del libro de Saltillo y publicado por el Estado de Coahuila, México, en 2013; Rifles bajo la lluvia, que relata el
recorrido del general Rafael Uribe Uribe durante la guerra de los mil días,
publicado por el sello independiente Desde abajo, en 2016, y En esa noche tibia de la muerta primavera,
publicado por la UIS, que narra el último día de vida del poeta bogotano José
Asunción Silva, y que ganó el premio nacional de novela, son novelas que han
tenido que abrirse paso con paciencia [la paciencia del labriego que ara
tierras rebeldes], para llegar hasta el lector, para que se den a conocer y para
que aparezca alguna reseña en los medios. Las editoriales independientes y
universitarias, al no tener la fuerza económica de las grandes industrias del
libro, deben elegir con sumo cuidado los libros que imprimen, porque mientras
una de estas editoriales publica dos o tres obras, una grande presenta al
mercado diez o quince. Esto quiere decir que la paciencia que rezuman tanto
editores independientes como autores que son publicados por ellas, es infinita,
porque las ventas se dan con lentitud, y porque no se recurre a los medios
masivos para su publicidad y rara vez las revistas especializadas dan cuenta de
estas obras; por tanto, su única arma es la calidad, y el voz a voz, la
recomendación que se da de lector a lector.
Alguna vez leí, en un
periódico virtual, un artículo de una editora mexicana que trabajaba en una
editorial independiente en el que afirmaba que eran estas editoriales y las universitarias
las que mejores libros publicaban porque el criterio con el que seleccionaban
sus obras era netamente literario, estético, con el rigor que procura la
selección exacta del libro, a diferencia de las grandes editoriales que
publicaban obras, que por pésimas que fueran a nivel literario, supondrían
grandes ventas. Y aunque sabemos que esto ocurre cuando las ventas de los
libros sobre narcos o paras o youtubers, superan por un margen muy
alto las ventas de las magníficas novelas publicadas por, digamos en este caso,
los escritores colombianos, debemos estar agradecidos por esas ventas exuberantes,
ya que son fuente económica para que se publiquen las bellas obras. Además,
siguiendo con el caso, la literatura colombiana está viviendo un emerger, los
novelistas, en mi caso y el que en algo conozco, pasan por una de esas épocas
primaverales en las que la cosecha es generosa [porque aran en tierras
bienaventuradas].
Sin embargo, el ser
escritor, el convertirse en escritor, el que te conozcan o te presenten como
escritor se compone de dos elementos: por un lado, el despojo, la desnudez, el
quitarte el miedo de que seas leído y criticado, en cierta forma el perder el
equilibrio mental y dejarte manosear de los lectores; y por otro, la necesidad
de decir algo, la necesidad de transformar la realidad en la que sobrevives, la
necesidad de comunicarte, aunque ese proceso comunicativo sea asincrónico y le
des al lector todo el tiempo para que rumie tus palabras y las destruya y las
haga suyas y las arroje, luego, al fuego. Y entonces, adviene la pregunta
genética: ¿para qué el escritor escribe? Si se quiere fama, lo más recomendable
es convertirse en un ser camaleónico que se cuele en los cocteles de
lanzamientos de libros y hable con los autores, y se haga amigo de los editores
y los invite a beber unos tragos, o que gane premios y prestigio para que las
editoriales independientes vuelquen sus miradas sobre ellos, o que trabaje con
esmero, que pula su obra, la lustre, alimente el campo, lo abone, y sumerja muy
profunda la semilla para que la cosecha sea fructífera. Pero, si por el
contrario, el escritor lo que desea es ser leído, sin las pretensiones y las imposturas
de la fama, no le producirá mayor angustia ser publicado por una editorial
independiente. Y sin embargo, ¿este escritor no quisiera que a diferencia de
100 lo leyeran 1000?
Hay que ser sinceros, todos
los escritores queremos ser publicados por las grandes editoriales, sea cual
sea el motivo de la escritura, sea cual sea la posición estética, moral o
política del que se sienta ante el ordenador a reconstruir el mundo y a creer
que sus palabras le salvarán la vida a alguien. Todos queremos que compren
nuestros libros y queremos ver nuestros rostros de perfil [el abominable
arquetipo, el mío es el del sombrero] en páginas completas de los periódicos.
Pero, la escritura es la
escritura. Como oficio ornamental, como ejercicio espiritual, como acontecer
político, como hendidura de la carne, como manifestación metafísica de nuestra
respiración; y el hecho de escribir y ser publicado es sensacional, maravilloso
y terrorífico a la vez. En mi caso, he contado con la dicha de haber sido
publicado por una editorial independiente que demuestra con serios argumentos,
el respeto y el amor que tiene por la literatura de alta calidad; por una
editorial estatal de otro país que regaló más de tres mil ejemplares de mi
libro a los estudiantes de las escuelas públicas, y por una editorial
universitaria que ha propendido por promover a escritores jóvenes y con talento
[o eso creo]. Espero que mi próximo libro sea publicado por una editorial
grande, que impriman la imagen de mi rostro [con sombrero y no de perfil], en una
valla publicitaria y que se vendan miles de copias, y miles, para tener más
personas con quien hablar, con quien debatir y unos pesos de más, para comprar
otro terreno, donde la siembra sea más generosa.