domingo, 31 de mayo de 2020

De cómo me hice mujer

0

Notas sobre la obra de Annie Ernaux (Parte I)  



Por Paula Andrea Marín C.

Nacimiento 

Annie Ernaux nace en 1940, en Lillebonne, una provincia francesa ubicada al norte del país, dos años después de la muerte de su hermana, la primera hija de los Duchesne (apellido de soltera de Annie), fallecida por difteria. De no haber sido así, Annie jamás habría nacido, pues los padres no se podían dar el lujo de tener más de un hijo, a riesgo de ver suspendidos sus anhelos de ofrecerle al vástago un futuro mejor del que ellos tuvieron. “Al finalizar sus estudios, se orienta hacia la enseñanza, la salida más viable para los buenos alumnos procedentes de la clase humilde” (en palabras de Francisca Romeral).

Desde su primera novela Los armarios vacíos, publicada por Gallimard, en 1974, Ernaux ha partido de su propia vida para escribir sus narraciones; sin embargo, en sus primeras obras camufla su nombre y los hechos bajo personajes inventados. Es solo hasta 1981 con La mujer helada y, sobre todo, en 1983 con El lugar (dedicada a reconstruir la figura de su padre y ganadora del Premio Renaudot) cuando su escritura empezará a ser aquello por lo que será reconocida hoy, cuando lleva 19 obras publicadas y varios premios (entre ellos, el Formentor, en 2019): el uso de la primera persona, el uso de su nombre propio. Ernaux se resiste a ser encasillada en la manoseada categoría “autoficción”; prefiere explicar su trabajo como una sociobiografía: su yo es un sujeto colectivo que le permite hacer un análisis de la clase de la que proviene.

La obra de Ernaux es una obra de obsesiones, temas que se repiten en varios de sus libros, como el investigador que va sumando datos, hechos, perspectivas. Usa la literatura para decir una verdad que le produciría inhibición de estar en otro tipo de relato más realista; atraviesa su vergüenza (social y de género), tema central en su obra, a través de la narración sociobiográfica: una escritura que aspira a no elevar juicios, a no valorar ni desvalorizar nada, sin piedad, sin idealización y que acude a la claridad y sencillez de la frase como una forma de oponerse a todo canon literario, como una manera de ubicarse del lado de aquellos dominados por el lenguaje "culto" de las élites culturales o letradas. Al hablar de sí, busca al lector o lectora a la que le haya pasado o haya sentido lo mismo que ella cuenta en sus libros. Yo soy una de ellas, al igual que las miles de mujeres y hombres que agotan las ediciones de sus obras.

Con 40 años de diferencia y a 9.000 kilómetros de distancia, nací en una ciudad intermedia ubicada a 8 horas en bus de la capital de un país suramericano, la primera hija de un matrimonio compuesto por un policía y una mujer dedicada al cuidado del hogar. Al igual que los de Ernaux, mis padres provenían de familias campesinas; mi papá buscó ser policía, ante la imposibilidad de ir a la universidad o de continuar sus estudios de bachillerato para convertirse en profesor. La institución de la Policía en Colombia le brindaba (y le sigue brindando) la oportunidad a muchos hombres como mi papá de tener un trabajo estable que mejore las condiciones de vida de sus familias. Con su sueldo de policía (y luego de taxista), mi papá logró –por iniciativa de mi madre– pagarme la pensión inicial en colegios privados, un lujo que me gané por mis buenas notas (primeros puestos, izadas de bandera, matrículas de honor), al igual que Ernaux y, también al igual que ella, gané una beca tras otra en esos colegios privados, como una manera de mantener mi status de niña buena, querida por sus padres (y porque me resultaba fácil y porque me gustaba estudiar, aprender). Al igual que ella, con vocación hacia las letras, entré a hacer una licenciatura: “la salida más viable para los buenos alumnos procedentes de la clase humilde”, para quienes ser profesores es una posibilidad, pero no tanto la de ser escritores o editores. Al igual que ella, me orienté no por hacer una crítica literaria hermenéutica, sino una sociocrítica; al igual que para ella, esa elección estuvo determinada por la lectura de la obra de Pierre Bourdieu.

Infancia

Creo que casi todos llevamos una herida de infancia que marcará nuestras búsquedas adultas, sobre todo, en relación con nuestra profesión. Ernaux le debe su escritura a su hermana fallecida para que ella pudiera nacer (La otra hija, 2011, 2014), pero también a los diarios de su juventud quemados por su madre para que no “atentaran” contra su imagen de señorita universitaria. Yo le debo la búsqueda de mí misma y de mi expresión al deseo-miedo de mi madre de (no) verme nacer y a la lectura de mi diario de infancia en el que temió ver una temprana corrupción sexual. Al igual que lo fue la madre de Ernaux, la mía ha sido La Ley (y mi papá la flexibilidad de esa ley), la mujer más influyente en mi vida: a Ernaux y a mí nos une un tipo de relación madre-hija que, en mi caso particular, se ha repetido al menos por tres generaciones en mi familia materna. A ambas nos une también la sensación de no haber sido lo suficientemente buenas y de ser indignas del amor de nuestras madres; la escritura se convirtió en la forma de darle sentido a nuestras vidas y a nuestras experiencias, una manera de escapar de la sensación de soledad y de exilio amoroso.

En La vergüenza (1997, 1999), Annie Ernaux dedica su escritura al análisis de tres hechos: el intento de su padre de asesinar a su madre, cuando ella tenía 12 años; la visión de su madre en su pijama semitransparente, arrugada y manchada, delante de sus compañeras de colegio privado católico y de su profesora; y el vestido que Annie usó durante un viaje por una provincia francesa y sobre el que una chica le hace notar que ya había usado durante una de las festividades escolares. A través de estos tres hechos, Ernaux entiende que la marca de la clase social de la que proviene es el sentimiento de inferioridad, de indignidad, de vergüenza.

Ernaux analiza la vestimenta y el comportamiento como signos de distinción social: su madre no hubiera salido con esa pijama de haber tenido una bata (de no haberla considerado un lujo que no podía darse, además de innecesaria, pues apenas se levantaba se ponía su ropa de trabajo); la Annie niña no sabía que, en cierto medio social, está prohibido usar la misma vestimenta en dos ocasiones festivas; la niña Ernaux no entiende que su padre se harta de la actitud de superioridad de su madre y no está acostumbrado al comportamiento “decoroso” (“perfecto”) de otras clases sociales.

La primera vez que sentí discriminación social fue cuando tenía 13 años. Debíamos hacer un trabajo en parejas y la profesora nos organizó de acuerdo con la letra inicial de nuestros apellidos. Mi compañera vivía en el sector más privilegiado de la ciudad, muy lejos del barrio en el que yo vivía. Mi papá me llevó en su taxi. Terminamos muy rápido de hacer el trabajo y yo debía esperar que mi papá me recogiera (no había celulares). Mientras veíamos la televisión, mi compañera me miró despectivamente cuando le conté que no teníamos antena parabólica (hoy televisión por cable) en mi casa. Cuando por fin llegó mi papá, le conté que me había sentido muy mal en aquella casa; él –quien afortunadamente nunca creyó mucho en las jerarquías sociales (le hablaba a todo el mundo sin distinción) ni en los protocolos–, me ayudó a restarle importancia al hecho. Sin embargo, ese día entendí algo: yo era la mejor estudiante del colegio, pero mi compañera vivía en un “mejor” barrio que el mío y eso me dejaba a mí por fuera de toda su órbita. A mis 16 años, mis papás hicieron un enorme esfuerzo para poder pagarme el viaje de despedida del último año de colegio. Al igual que Ernaux, en ese viaje aprendí que la ropa tenía un valor más allá de lo práctico: podía usar en la discoteca el vestido que ya había usado en mi anterior cumpleaños, pero iba a parecer totalmente “inadecuada”.

Inadecuación, inferioridad, indignidad, vergüenza: palabras que se repiten en la obra de Ernaux como una forma de criticar el absurdo orden jerárquico de las clases sociales y de los géneros, las relaciones de dominación entre aquellos grupos que se autodenominan y son reconocidos como “adecuados” (para comportarse, para vestirse, para comer, para hablar) y aquellos otros cuyas acciones siempre quedan atravesadas por la inseguridad de estar siendo o haciendo lo “correcto”. ¿Cómo salir de esta lógica? Ernaux nos responde en cada una de sus obras: exponiendo nuestra “vergüenza” en su más absoluta desnudez, hasta descubrir todo el engranaje social que le da sustento.


  • Annie Ernaux. La otra hija. Trad. Francisca Romeral. Oviedo: KRK, 2014.
  • Annie Ernaux. La vergüenza. Trad. Mercedes y Berta Corral. Barcelona: Tusquets, 1999.



Author Image

Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nos gustaría saber su opinión. Deje su comentario o envíe una carta al editor | RC