sábado, 8 de agosto de 2020

Habitar el cosmos 🎧Podcast

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Pedro Ismael Cárdenas Ballesteros 


Hace poco más de un año murió el filósofo francés Michel Serres. Antes de que acabara su viaje quería crear un sistema filosófico que, en sus palabras, abarcara “una cosmología, la física de la tierra, la biología, lo vivo, para llegar a las ciencias humanas, a la antropología, a la sociedad, a la política, incluso a la psicología. ¿Y ese sistema para qué, o por qué?”, se preguntaba. Porque “el hombre ya tiene la talla del mundo”. 

Hoy en día vivimos al interior de un modelo de desarrollo que hace mucho perdió su vínculo con la naturaleza, de cuya relación con el ser humano derivaron la técnica, la cultura, la religión, la ciencia. No existe una correspondencia entre la vida que los hombres y las mujeres construyen en sociedad y las fuerzas que dominan el universo. El sistema económico y político en el que vivimos nació del racionalismo de mentes que hace siglos vienen recibiendo el saber formado en los centros urbanos, en donde se concentra el poder, el conocimiento académico, las instituciones, la anti naturaleza. De estos focos de poder se ha esparcido y validado, a lo largo de la historia reciente del mundo, el modelo social que establece la manera en la que deben vivir los individuos, a quienes, a través de una avalancha de mensajes de publicidad y propaganda, se les aliena, se les domina, se les enseña a desear, a domesticar su sexualidad, o bien a convertirla en un producto de consumo, para que pongan toda la fuerza de su naturaleza al servicio del orden establecido. 

Pero el cosmos tiene su propio orden. La gran mayoría de las personas que habitan los centros urbanos no lo puede sentir ni ver. El mundo moderno nos aliena con sus tiempos desenfrenados, su afán de rendimiento, su obsesión por la riqueza. Impulsados por la ideología de la productividad, por la velocidad de los mercados, por la ambición personal, las personas atrofian sus cuerpos incumpliendo los mismos ciclos a los que se apegan tan bien los pájaros y los mamíferos, los reptiles y los insectos, los peces y las plantas, en una relación natural entre estos organismos y los movimientos del cosmos.

Por ejemplo, en el patio de mi casa tengo un pequeño jardín. Un geranio, un lirio, un anturio, un aloe, una planta de trimezia, una fitonia, una legua de suegra, una alocasia. Mis plantas tienen movimientos. Sus hojas se adormecen, sus tallos se inclinan en los tiempos de merma, y poco después, en cuanto la esfera del sol cambia de lugar, las plantas se levantan, impulsadas por un instinto vegetal que las lleva a buscar el cielo. La flora aspira a un crecimiento constante, permanente, atraída por la luz y el calor. Pero este movimiento es cíclico. No permanece en el mismo estado, que llevaría al agotamiento de las energías. Entonces las hojas vuelven a mermar, hasta que son incitadas una vez más a perseverar en su crecimiento. 

Todas estas especies son fotosensibles. Necesitan de la luz del sol para prosperar como organismos vivos. El vitalismo al que nos invita el brillo solar también rige el crecimiento de los seres humanos, que no escapamos de las leyes naturales. El impulso es el mismo al levantarnos en la mañana: acercarse a aquello que nos estimula y nos provee de energías, reconocer nuestra dependencia, dejarnos regir por su fuerza. 

Como las plantas, los individuos solo tenemos una meta: la de mantenernos vivos, la de persistir en lo que somos, la de incrementar las energías que ya tenemos, sometiéndonos a los periodos de actividad y de descanso que se sincronizan con el paso del astro sobre nuestras cabezas y su posterior ocultamiento en el horizonte. 

Vengo de una familia de agricultores que sabe muy bien de lo que hablo. Mi abuelo trabajó la tierra para construir un proyecto existencial junto a mi abuela y sus hijos. Mi padre, antes de morir, volvió a la labor agraria como un acto reflejo para acercarse a la naturaleza y recuperar su salud después de pasar una vida entera en el infierno del mundo moderno. Ambos, padre e hijo, conocieron, en proporciones distintas, los tiempos de siembra y de cosecha, los tiempos de lluvia y de trabajo bajo el sol, los tiempos de abstención y de fertilidad. Sin afán. Sin momentos disociados los unos de los otros. Cada actividad tenía su hora en sincronía con el movimiento del sol y el paso las estaciones, y ellos se adaptaban como animales que toman su lugar en el medio ambiente al que pertenecen. 

Arraigado a la tierra, mi abuelo descubrió la seriedad de la vida, la necesidad de someterse a las mismas leyes que rigen la naturaleza, de tener una disciplina de vida, que es la única base de la libertad, y la importancia de cuidar los fundamentos de la vida que nos sostiene. 

¿Qué tan necesario es que la filosofía, la literatura, el arte en general, abandone las recompensas de fama, dinero, respeto social y conquistas sexuales que ofrece nuestro sistema a quienes alcanzan el éxito? ¿Qué tan imprescindible es retornar a un conocimiento de nosotros mismos que nazca de la tierra, de lo vegetal, de lo animal, y que luego derive en el conocimiento antropológico, sociológico, político, psicológico con el que construimos nuestra vida en comunidad? 

Michel Serres, a quien escuchamos al inicio de este podcast, sabía lo urgente que es esa tarea. Y como dijera él mismo: “Habitamos el mundo. Hoy el mundo es nuestro hábitat. Y he querido que el mundo entero esté presente aquí, con la ribera del río, el mar, las rocas, las orillas, la montaña. Y decir realmente que de ahora en adelante el mundo es nuestra casa".

Monte Fuji visto desde Tagonoura por Hasui Kawase, 1940, vía Pinterest

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Fuentes:
La voz de Michel Serres hace parte del documental El viaje enciclopédico de Michel Serres.
Música: Río Magdalena, Voces de Yuma, trabajo musical adelantado por el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena en el año 2000.
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Publicado por Pedro Ismael Cárdenas Ballesteros
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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