martes, 17 de noviembre de 2020

Francisco Brines, por Harold Alvarado Tenorio

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Esta presentación y entrevista con Francisco Brines, Premio Cervantes 2020, aparecieron originalmente en Revista Arquitrave. Revista Corónica las reproduce con autorización del autor.
Francisco Brines, Fuente: Arquitrave

Por Harold Alvarado Tenorio*

Cuando en 1974 se publicaron sus libros  bajo la seña de Ensayos de una despedida,  Francisco Brines sostuvo que la significación de ese título era doble: por un lado hacía referencia a la despedida de la vida  y por el otro, a saber que el empobrecimiento ganado, sin pausa, desde la adolescencia hasta la madurez, la pérdida irremediable de la inmortalidad, es también una despedida del vivir, fosa de la inocencia: «dejamos de ser dioses y nos convertimos en culpables». 


Declaraciones que confirmaban las constantes de su obra: el tiempo como destrucción; el agradecimiento por haber visto la belleza del mundo; la satisfacción por el goce de las pasiones y la posibilidad de seguir viviendo. 


Esos temas no aparecían, sin embargo, en Las brasas, su primer libro, donde casi todo es sensación. El olfato, la vista, el gusto, el tacto y el oído son usados para dar testimonio de un mundo natural, detenido, pero vivo y bello, sin ofrecer símbolos de pensamiento o memoria. Abundan allí los seres que configuran el paisaje levantino de Elca: nardos, celindas, jazmines, limoneros, pinos, naranjos dando marco a cierta pesadumbre de mirar y sentir la vida, como si estuviera apenas tejida por tenues hilos de tiempo, rescoldo, brasas de un fuego extinguido en la visión de un hombre, envejecido prematuramente, con la nada por delante, vivo sin estar viviendo.  Pero es verdad también que en este arqueológico libro reposaba el futuro de su obra, creciendo en una espiral, que regresa para expresar, ampliado, su concepto del mundo. 



Al otro lado de la cumbre, bajo

los matorrales del romero quieto

la montaña se quiebra.  Allí anidan

los mirlos en las cañas, las adelfas

de solitario amor florecen, se oye

la duradera vida del silencio.

Se le llama Barranco de los Pájaros.

Pensábamos llegar cuando la tarde

se hace un pozo de sombra, la mirada

se abre en la flor del ojo para, arriba,

tocar un astro.  Compañeros, pienso 

que no me detendré cuando me acerque

al lugar de la tienda.  Sin canciones,

sin fuegos, no habrá trinos que oír, nada

que comentar con alegría viva.

Hay que olvidar el sitio, ser más fuerte

que el destino ruin, y con la noche,

vergonzoso en la sombra, penetrar

en una vastedad escondida.

―Francisco Brines

[El barranco de los pájaros, VI]


Materia narrativa inexacta abandona la fórmula anterior, quizás porque el joven poeta había oído mejor las voces de protesta contra el estado de cosas y descubierto, como otros de sus compañeros de generación, Valente, por ejemplo, Gil de Biedma, bien seguro, los poemas de Konstandino Kavafis, que permitían, contra la trillada poesía social y «realista» hablar del presente desde la máscara de la historia. En estos asuntos narrativos (históricos) inexactos Brines sabe que Cernuda conocía a Kavafis, y usando el monólogo de aquel y el extrañamiento de este, escribe dos poemas memorables: En la república de Platón y La muerte de Sócrates. Brines participaba así de las inquietudes políticas de sus coetáneos. La muerte de Sócrates, que merece el comentario, es una reinvención del hecho histórico que termina siendo una lectura contemporánea, del ajusticiamiento de otros tantos «inocentes», en la España franquista. A estos, como a Sócrates, los mata el miedo a perder privilegios y poder. Todos los Sócrates tienen que morir pues la realización de utopías revolucionarias es un peligro que traerá, más muertes injustas, que la desaparición de un reformador político, amado de todos, pero de todos temido. Sócrates, y el foro que lo condena, tienen razón, o, escépticamente, nadie la tiene. 


Palabras a la oscuridad reúne esas las dos maneras de ver, el mundo y la historia, con un acentuado dominio de la meditación. Las descripciones se corresponden con su salida al mundo exterior: el poeta viaja, se enamora, conoce ciudades, tiene variadas experiencias. Las dos primeras secciones hablan del paisaje del Levante para luego mirar los que ofrecen Delfos, Salzburgo, Ferrara, Oxford... indagando allí siempre sobre el sentido de estar vivo y el valor o ruina de esa constatación. 


En este libro quien habla y recuerda tiene avidez por conocer y dar fe de la supuesta hermosura del mundo, terminando, no obstante, por comprobar que esa belleza imaginada no está en la realidad, que muda constante de rostro. La imposibilidad de identificación confirma su impotencia, contentándose con describir, rápidamente, lugares, o evocar situaciones. Dualidades que le llevan a la espiral de saber que el tiempo pasa, somos fragilidad, los sueños derrotas, la muerte y la soledad vencen al hombre. 


A medida que leemos en Palabras en la oscuridad la salvación aparece con el descubrimiento del amor. Un amor que es conocimiento y goce de la carne, mercenaria o «pura», principio y fin, felicidad y sufrimiento, vida, eternidad, ayer y hoy, de nuestro único e inolvidable mundo. Brines se emociona con la presencia, hecho y memoria, del cuerpo del otro. Como en Gil de Biedma, el erotismo es el fierro candente del sufrimiento y el tema donde logrará sus mejores poemas. En estos de Palabras en la oscuridad los recuerdos de intensos momentos le hacen inquirir por la naturaleza de los actos, por su triunfo o su fracaso, pero las evocaciones no traen la vida sino el dolor de las separaciones de la carne. Estoico y pesimista, el protagonista padece celebrando la belleza, perdida, de cuerpos una vez amados y, como un mendigo del mundo del placer, agradece los momentos en que alguien, dio felicidad. 


Aún no e Insistencias en Luzbel continúan y ahondan las experiencias y claves de Palabras en la oscuridad.  El tono elegíaco va desapareciendo para dar paso a una voz satírica desgarradora y no pocas veces hermética. La proximidad de la muerte, de desaparecer sin haber sabido de felicidad es el pozo de las desdichas. El comercio con amores prostitutos dejan vacío y desilusión, y aun cuando se hable más que en ninguno de sus otros poemas, de juventud y deseo como única fuente de alegría, la conciencia de la nada es definitiva. Los encuentros son inútiles, todo es engaño, el ser amado, siempre y definitivamente anónimo. En estos libros el paisaje urbano de Madrid aparece como símbolo de la incomunicación, de la vida desértica, la nada. 


¿Con quién haré el amor?, es, según Bousoño [Ensayos de una despedida, Barcelona, 1974], «el poema de la privación absoluta, una especie de ascesis secularizada, que se nos antoja, precisamente por eso, terrible…  Aquí el dolor del no tener, del fallar en lo único que nos es indispensable, aparece en estado de absoluta pureza».



En este vaso de ginebra bebo

los tapiados minutos de la noche,

la aridez de la música, y el ácido

deseo de la carne.  Sólo existe,

donde el hielo se ausenta, cristalino

licor y miedo de la soledad.

Esta noche no habrá la mercenaria

compañía, ni gestos de aparente

calor en un tibio deseo.  Lejos

está mi casa hoy, llegaré a ella

en la desierta luz de madrugada,

desnudaré mi cuerpo, y en las sombras

he de yacer con el estéril cuerpo.

―Francisco Brines


El otoño de las rosas es el punto más alto a que ha llegado su lenguaje. Los hombres, en su afán de vivir, —parece decir Brines—, sueñan, se enamoran, gozan, se duelen y sienten cómo la embriaguez pasa sobre cuerpos donde el tiempo va dejando huella, hasta arruinarlos. Quedan entonces los recuerdos, pero ellos también son borrados por la incuria del tiempo, «el otoño de las rosas». La meditación sobre el crepúsculo de toda vida y su relación con las pasiones es el asunto del volumen. El más elegíaco de todos sus libros. De nuevo las sombras familiares, el paisaje de Elca con su mar y su vieja casa blanca. Y otra vez las ausencias irreparables ocupan el ámbito de ecos y resonancias del ayer. Todo es noche ya, el amor ceniza, la vida un jardín agotado. El que habla se sabe para siempre huésped de sí mismo, ciego de sus propias visiones, cuerpo roto de otro cuerpo vital del ayer, ser desvanecido, fantasma de sí mismo. 



Un pájaro sin voz, sin luz, está cantando

su canto perdurable.

Pues no tuvo principio, no tendrá acabamiento.

Atiendo en mí su tránsito.

Me golpean sus alas desde su inexistencia

y es, por ello, que nada significo.

Y llega, sorda y fría, la ausente luz final,

la hueca luz final de su negro aletazo. 

―Francisco Brines


Paco Brines poeta del exilio del hombre en el siglo XX. 



Conversando con Francisco Brines 
Por Harold Alvarado Tenorio
[2007]


Situado en el límite meridional de la provincia, Oliva, el municipio donde nació y vive Francisco Brines (1932), no tendrá más de treinta mil habitantes, la mayoría de ellos extranjeros y jubilados. De clima mediterráneo, sus llanuras están plantadas de naranjos, como estos que rodean Elca, su enorme y solitaria casa al sur de Valencia, donde el poeta se retiró hace unos tres años, luego de haber sufrido un infarto y donde, sostiene, ha descubierto « todos los secretos en que consiste vivir. Oliva es el lugar que amo y prefiero, donde intento recuperar con nostalgia la edad dichosa de la infancia, ahora que estoy de vuelta de otras ilusiones y otros intereses». 

Brines ha ganado esta primera semana de Septiembre el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, pero antes había recibido otros muchos e importantes galardones como el Nacional de las Letras Españolas, Fastenrath, Pablo Iglesias, Nacional de Literatura,  Letras Valencianas, Nacional de la Crítica y Adonais. 

Recibe en su casa frente al mar, en cuyo despacho guarda libros antiguos y valiosas impresiones del siglo XVIII, entre ellas las de su paisano Gregorio Mayáns, pero también numerosas primeras ediciones de poemarios de sus contemporáneos y de no pocos poetas latinoamericanos.  Me invita a hablar en una suerte de banco de concreto que está frente a la casa, y al fondo diviso las pequeñas montañas valencianas y los voluptuosos naranjales. 

Brines viste esta tarde una camisa azul que armoniza con su pelo cano y la amabilidad de su sonrisa. Hace más de diez años no le veía, desde su única visita a Colombia, el año en que murió Raúl Gómez Jattín, a quien él quiso conocer, con tan mala fortuna que al llegar a Cartagena en su búsqueda, el día anterior un conductor de autobús le había atropellado. No ha cambiado mucho, aun cuando se percibe una honda madurez en sus palabras, una sabiduría y manera de exponerla que me recuerda ciertos momentos de Borges, siempre entre la posibilidad de descubrir y una creciente incertidumbre sobre lo dicho. Alguien a quien la vida ha pulido lentamente, con inhumana puntualidad. 

Francisco Brines estudió derecho en Deusto y Salamanca y Literatura en Madrid, fue lector de literatura española en Oxford y desde 2006 es miembro de la Real Academia Española. Dos de sus libros, Ensayo de una despedida (1974) y El otoño de las rosas (1986), hacen parte del santoral de la poesía peninsular del siglo XX. 


Son ya demasiados premios, Paco…

Bueno, desgraciadamente los premios no añaden nada a la obra de un autor, si un premio corrigiera los deslices que hay en los poemas valdría la pena tenerlos todos, pero no es así, la obra es igual con premios que sin ellos y hay muchos autores que no han recibido premios, además eso de los premios es cosa reciente y nadie se pregunta hoy en día si Garcilaso fue premiado o no. Los premios tienen poco que ver con la literatura, son cosas para tener eco entre el público, entre quienes compran libros,  o con la vanidad humana…


Hace tres años decidió pasar más tiempo en Elca…

Hace tres años sufrí un infarto y ese reventón en el pecho hizo que sintiera más la necesidad de vivir, un mayor amor a la vida, al presente, al momento. Espero ahora que los días sean más bellos porque son dones gratuitos, como los crepúsculos… Las horas del crepúsculo han sido para mí siempre las más bellas del día y cuando eres consciente que vas a dejar de existir sientes la vida como un crepúsculo, que estás en ese momento del ocaso y degustas más la vida. Morir es como no haber nacido, nada sabemos de la muerte, lo único que conocemos es la vida y cuando está a punto de terminar, la sentimos como un ocaso…


Pero la poesía ayuda a vivir…

La poesía ayuda a vivir a quien la hace, pero también a los lectores, quienes a través de ella pueden profundizar en el conocimiento de la existencia, educar su sensibilidad, alcanzar un placer estético y también un conocimiento ético del mundo. La poesía es una antena especial de la humanidad, capaz de reflejar lo que está oculto y de recuperar lo vivido, de preservar la memoria…


Por eso se hizo poeta…

Quizás me hice poeta porque no sé hacer otras cosas, no sirvo para otras cosas. La poesía me ha permitido escribir cosas que salen de mi, pero que no conocía antes de escribirlas. Es algo mágico y maravilloso. Un acto secreto que luego se tornó necesidad. La poesía hace evidente nuestro desvalimiento ante el mundo, cambian las cosas, cambia la técnica, pero seguimos estando solos…


Entonces la poesía no sirve para…

No, la poesía hace mejor la vida como le he dicho antes, mejora nuestros sentimientos y nuestro espíritu crítico, nos enseña a mirar el mundo, a entender el dolor y la soledad del hombre. Hoy, la educación y el dinero no sirven para vivir, la poesía si, la poesía nos hace mas plenos, más felices, más conscientes, más intensos… Como lector la poesía me ha ayudado a vivir mejor. Si uno escribe algo o sobre algo es porque se desea que lo escrito se cumpla en el lector, pero sobre todo en uno mismo. Escribir es sentir la emoción de una revelación, de un conocimiento sobre la vida, sobre el mundo, esa es la gran emoción de la creación poética. 


Otra forma de la moral…

Como le he dicho, la poesía nos permite acceder a ese otro que no somos, y de allí que implique una moral de la tolerancia. Cualquiera que haya pensado el mundo sabe que somos nadie, como Ulises, que somos seres intercambiables. La verdadera poesía trasciende toda moral de contenidos. De ahí su eticidad. Cuando nos emocionamos con el otro, entonces aceptamos su verdad, por eso podemos emocionarnos con cualquier tipo de poesía sin que tengamos que compartir sus ideologías o posturas políticas. La gran poesía nos acerca a lo mejor del hombre, a lo que podemos rescatar del hombre entre tantas miserias cotidianas e históricas. 


Antes de hablar de su poesía, permítame preguntarle por Kavafis y Cernuda…

A Kavafis lo conocí en las mismas pruebas de las versiones que José Ángel Valente hizo para Revista de Occidente en 1963. El me dio una copia de ellas y cuando fui a devolvérselas me preguntó qué me habían parecido y yo le dije que eran algunos de sus mejores poemas. Luego leí las que hizo Carles Riva, que excluye los poemas homosexuales. Kavafis, desde su verdad individual rompe con la poesía occidental, tan marcada por la religión, haciendo una poesía pagana que habla con naturalidad de la vida misma. 

A Cernuda lo descubrí en una de esas antologías de antes, la de Alfonso Moreno. Luego, en la librería Abril de Madrid, que tenía libros prohibidos encontré un ejemplar de Como quien espera el alba. Sólo después de haber leído Historial de un libro fue que leí La realidad y el deseo. El Cernuda poeta que más me interesa es el de después de la guerra civil. Cernuda ha influido mucho porque es la primera poesía cívica donde la estructura colectiva surge de una postura personal. 

La fuerte influencia de estos dos poetas en nuestro tiempo tiene mucho que ver con el peculiar erotismo que informa sus obras. El hecho de develar con franqueza su condición homosexual les ha hecho muy atractivos, porque al ser confesionales y dar testimonio de unos impulsos y deseos totalmente inaceptables para las sociedades de su tiempo, los hacía diferentes, dignos del futuro. No olvide que la homosexualidad ha sido el tabú más inconmovible y escarnecido de nuestras sociedades. Y aun cuando no lo crea, lo es aún. 

Kavafis y Cernuda no sólo defendían, sino que llegaban a la exaltación de la homosexualidad apoyados en la mágica calidad de sus versos. Esta posición significaba un ataque frontal al centro más sensible de la moral convenida, y de ahí la importancia tan relevante de los mismos, pues se hacen símbolos de la oposición a una moral históricamente caduca y, por ello, injusta. 

Pero no es el erotismo el valor principal de sus obras. Muy pocos poetas han dado a la emoción temporal tal intensidad como ellos sirviéndose de sus experiencias personales. Kavafis y Cernuda se presentan ante nosotros con la misma fatalidad y necesidad de las personas que la vida hace que se encuentren con las nuestras. 


Pero cuál de ellos ha sido más importante para usted…

Sin duda Cernuda porque yo descubrí su poesía siendo muy joven y aprendí en ella lo que buscaba y me era necesario. Si mi aprendizaje sentimental lo hice en Juan Ramón Jiménez, el moral lo ejercí con Cernuda, además Cernuda escribió en español. Pero no olvide Alvarado que ambos escribieron textos donde se hacen evidentes sus personalidades y al leerlos parece que los hubiésemos conocido siempre. No es sólo sus personales visiones del mundo, sino que ellos son protagonistas de su poesía. En eso son novedosos también, por lo menos para la poesía española, porque en los griegos y latinos hay evidencias de ello. Esa lección me ha importado mucho e importa en mi poesía y se percibe, como bien puede percibirse en buena parte de la obra de Jaime Gil de Biedma. 


Usted no fue un poeta social, y sin embargo escribió algunos poemas que incursionaban en el tema, en ese espinoso asunto de poesía y política, digamos En la república de Platón  y La muerte de Sócrates…

Puede ser cierto que esos poemas tengan algún cariz político, eso lo dirán los lectores y algunos lo han dicho, como usted mismo, creo. 

No soy un poeta social porque para mí ésta tenía el inconveniente de que formulaba algo ya sabido de antemano. Y yo concibo la poesía como desvelamiento, como iluminación o por lo menos, como revelación. Lo que sí puede decirse es que la poesía social representa éticamente un movimiento de solidaridad, pero en mi caso, ésta se da con respecto al hombre que ha existido y existirá. No digo que no se pueda hacer buena poesía política, ejemplos sobran, pero casi toda la que conozco tiene para mí escaso interés y eso que me considero lector sin prejuicios. La poesía política o de intención política tiene muchos seguidores, pero creo que les interesa más la política que la poesía… Yo he escrito sí una poesía que está atendiendo al otro desde mí, entonces, el conocimiento de la otredad es constante. En ese sentido es una poesía de solidaridad para con el hombre.


Viéndole aquí en Elca, su casa, donde ha escrito la mayor parte de su poesía, siento que es usted un solitario…

No necesariamente, quizás a ratos, no me aburro, no tengo tiempos muertos, siempre hago algo, sólo cuando uno está enfermo y con dolor sobra el tiempo, pero puede ser también cierto que la indiferencia cerca hoy más a los poetas que antes, el ruido y el brillo de las vanidades es enorme, ensordecedora y confusa, pero la poesía y los poetas siguen llegando a quienes la necesitan y piden. Hoy más que nunca el hombre y las mujeres solitarias necesitan del poema y de los poetas. 


En sus poemas parece la vida ausentarse, hay más carne que espíritu...

Porque es elegíaca, una queja más que una súplica porque la vida es pérdida, porque amas aquello que has perdido. Yo exalto la vida porque precisamente la vamos perdiendo, porque solo vivimos cuando somos felices, cuando estamos alegres, y cuando llegan las ausencias, cuando todo desaparece, celebro lo perdido. 

Amar el vivir, sentir y ver cómo transcurre y se va, ver que para unos hay gloria y para otros nada, si uno de verdad ha amado, tiene que ser elegíaco. 


Insisto, más carne que amor, más lubricidad que espíritu…

Es que me he enamorado pocas veces, y de pronto he amado mas en carne viva, y siendo el amor tan positivo, tan importante, doy mayor prestigio al segundo. El goce de la carne es algo que se nos da hasta cierta edad. Entonces hay que agradecerlo y procurar las ocasiones para ello. No obstante, en mi poesía el acto erótico se presenta de un modo negativo, por aquella visión del mundo que le he mencionado, por el sentido de despedida de la vida. Así el acto erótico resulta en mi poesía un acto de desposesión. 


Volvamos entonces al tema de vida y poesía…

Quien escribe no es el hombre es el poeta. La existencia es una cosa y la poesía otra. La poesía es un arquetipo al que nos asomamos y en el que aparece un personaje que no tiene nuestro rostro, pero que sabemos es nosotros, pero con otro rostro. La poesía descubre aspectos oscuros y desconocidos en nosotros y que sólo por el procedimiento poético llegamos a conocer. Por ello el personaje que aparece en los textos no es exactamente el que se refleja en el espejo. La poesía no es una biografía como tal. Es una biografía potenciada y a veces, sajada. Y entonces hay cosas que no aparecen. Por eso le he dicho que nunca he escrito desde la alegría sino desde la pérdida. 


Hay algo que he venido a descubrir aquí en Elca, que usted es aficionado a los toros y al futbol, algo que me deja estupefacto…

Las corridas de toros ahora son muy malas porque no hay toros de buena calidad. Pero las corridas son un espectáculo extraordinario, es un sacrificio donde la razón, la sensibilidad y el arte se enfrentan a una fuerza noble e inocente pero brutal, donde no media un ensayo, un arquetipo, como podría ser en el teatro o la danza. ¿Qué es una fiesta cruenta, qué duda cabe, pero es acaso la vida del hombre mejor que la del toro? Todos los que defienden la vida del toro, desde un punto de vista ecologista, están deseando la muerte del toro. El toro hubiese desaparecido sin la fiesta. Para carne, lo otro va mejor, cabe más y tiene menos gastos. Además, el toro lleva una vida mejor que los bueyes que araban y estaban condenados a la esclavitud del trabajo. Son libres y tienen 15 minutos de tortura, quizá menos. Lo pasan peor los que se hacen la cirugía estética. La espada bien puesta es sencillamente un infarto. Es lo que yo deseo: una estocada y caer. Y me gusta el fútbol también. Pero el fútbol, a diferencia de los toros, no es arte. El mismo público en los toros y en el fútbol no se comporta igual. Los partidarios de un torero ovacionan a otro si lo hace bien. Eso es arte. En el fútbol, el aficionado quiere que gane su equipo, con la ayuda del árbitro, con un penalti injusto, como sea. Eso anula el arte.


¿Recuerda Paco, este poema?: 

“En la noche más calma habita el asco. / Y una navaja extiende su única ala de ángel/desapacible, de odio. /La belleza es un vómito; la vida/se cumple en la justicia de no amarla. /Mas los niños, guardados de la noche, /despertarán felices con el sol. /Contempla, en la ancha calle, esas dos alas/que ahora mueven la luz de la ciudad/y hacen dichoso el aire./Vigila el crecimiento: su belleza/lo aísla en turbiedad. Quema el misterio.../Deslumbran, en su espalda, dos navajas.”


Si, es de mi libro El otoño de las rosas, el libro con el que me siento más identificado y cercano, quizás porque fue escrito más cerca de mi edad actual. 

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Harold Alvarado Tenorio (1945) poeta, ensayista, traductor, periodista. Doctor en Letras en la Universidad Complutense de Madrid. 

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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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