martes, 20 de julio de 2021

Gabo y Mercedes: ronda de la muerte enamorada

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García Márquez y Mercedes Barcha | Fuente: El País

Por Daniel Ferreira

Había un arcoíris de cuatro colores, un pájaro de vuelvo corto revoloteando fugazmente por la ventana y una sutil escarcha invernal en el aire mientras leía Gabo y Mercedes, una despedida (2021) de Rodrigo García. Mientras tanto, en el libro, una gripa se convertía en neumonía, la neumonía en cáncer y así se preparaba la ceremonia del adiós. Mientras leía cómo fue perdiendo la memoria uno de los maestros de la literatura latinoamericana, pensaba en esa frase que un esclavo se encargaba de susurrar al oído del emperador romano cuando volvía de una conquista y era aclamado por su pueblo: "recuerda que eres mortal" (memento mori). Afuera de la ventana "la escarcha" era solo lluvia ligera como azúcar impalpable en una tarde de sol bogotana. Luego se puso amarillenta como si me hubiera trasladado de nuevo a las atmósferas de los libros de García Márquez (mientras en la lectura el cuerpo amortajado entraba al crematorio) y luego una urna de cenizas era custodiada por dos presidentes en un edificio público de México y así acababa al menos el paso por la vida (como el ocaso). 

Uno de los primeros relatos de la humanidad sobre la muerte de un ser querido es La Ilíada. También allí se narra lo que provoca la muerte de Patroclo en el héroe Aquiles que en medio de la cólera contra su rey Agamenón por arrebatarle una amante pierde a su amigo y eso lo enardece. Esto lo lleva a la lucha a muerte contra Héctor y acaba con la parte más conmovedora de la historia: la súplica del padre de Héctor por obtener los despojos de su hijo y hacerle las honras fúnebres. Así que tiene razón García Barcha: uno de los relatos más remotos de la humanidad debe ser el relato del duelo. También este libro publicado en el año de la peste más reciente (cuando las honras fúnebres se han proscrito por decreto en casi todos los países -menos India-) es un relato contenido sobre la despedida de los padres, donde se asiste a la fragilidad de la vida de alguien que ha alcanzado la cúspide del reconocimiento, la integración de la muerte a la vida de los que quedan en el camino, la enfermedad en los cuerpos envejecidos y la adaptación al vacío que dejan los seres amados. 

El recurso de presentar la narración de los últimos días de Gabriel García Márquez (GGM) como un diario es un acierto que recoge por un lado la instantaneidad de las notas en caliente, escritas en el hospital (en viajes constantes a la casa de los padres del autor, el improvisado lecho de muerte de GGM, el tanatorio, el homenaje palacio de Bellas Artes, el jardín florido que separaba la casa del estudio) y por otro desgrana algunos recuerdos minuciosos de inusitado cronista en que se convierte el propio hijo mayor. Describe ambientes y hechos ordenados de cada decisión tomada frente al deterioro fisiológico del padre. A estos hechos ya no el cronista sino el hijo agrega evocaciones de diálogos sobre los sueños y la demencia, la creación, la pérdida de las facultades, recuerdos privados, íntimos, remotos, de infancia, emociones contrariadas y honestas (como la sorpresa de descubrirse más inteligente que el insuperable padre) y otras reflexiones sobre la fragilidad de la celebridad y la vida misma (acaso añadidas ya con el reposo y la perspectiva del tiempo, a seis años de la muerte del autor.) El todo da como resultado un relato íntimo, muy cinematográfico en términos visuales, de los acontecimientos concatenados de esos últimos días en que a GGM y a su esposa y a toda la tribu los rondaba la muerte. 

Algunos capítulos se introducen con notas tomadas de los libros del propio GGM. La selección de esas citas me hizo pensar en que la muerte de GGM se parece a la muerte de sus personajes de novelas y de cuentos. La pérdida de la memoria y el decaimiento recuerda la demencia de Úrsula Iguarán y al coronel Buendía orinando piedras en Cien años de soledad (1967), y la decadencia física y la terrible conciencia y constatación de la misma en un escritor recuerda el descenso tuberculoso por el Magdalena del Bolívar libertador y sus frases rotundas y humorísticas para espantar un poco a la muerte en El general en su laberinto (1989). Los achaques y chispazos de su inteligencia recalcitrante, recuerdan algo de la edad proyecta y los arrestos del viejo Florentino Ariza y el anciano del burdel de Barranquilla que se acuesta junto a una muchacha solo para olfatearla como los viejitos impotentes de Kawabata. Su muerte y los consiguientes funerales de estado en el Palacio de Bellas Artes de México recuerdan la conciencia del inminente fin de la gloria y fama en el El otoño del patriarca (1975) y acaso aquel funeral no menos fastuoso de la mama Grande a la que acude el Papa y los presidentes en el relato Los funerales de la Mama Grande (1962)

Hay un momento puntual de su novela Cien años de soledad que también parece muy relacionado con este relato real de la muerte de GGM: cuando Melquíades, el gitano, regresa a Macondo en medio de una lluvia de pétalos simplemente para asistir a “la muerte del rey”, es decir de José Arcadio Buendía. 

No llueven pétalos en la muerte de GGM (salvo las papeletas que hacen llover a las afueras del palacio de bellas artes), pero hay amigos (como gitanos que llegan justo en ese momento) para la muerte del rey y entonces las flores amarillas lo rondan todo el tiempo hasta que se evaporan sobre su pecho antes que él mismo ya entregado al horno de hades del crematorio. 

Todo lo cual sugiere que aquello que le hubiera gustado hacer a GGM, como gran reportero que era, algo que nunca podría escribir, pero con lo que había soñado (en alguna entrevista dijo que solía soñar con que llegaba a su propio entierro pero no podía hablar con nadie) y que se reducía a escribir la crónica de su propia muerte, todo eso, de alguna forma, sublimada, ya lo había hecho (e indicado cómo hacerlo), o al menos anticipado, imaginariamente, con las dotes de adivino que le daba su escritura.  Y lo hizo cada vez que contó la de sus personajes, porque él que había podido describir con tal piedad los intentos de un cuerpo por aferrarse a vivir, conocía también los rudimentos de la muerte, y sus protocolos, tanto como conocía los resortes de la vida, que es en realidad la base que hace tan intensa la fuerza de empatía de su escritura. 

El segundo relato que contiene el libro trata sobre la partida de la madre. Es muy breve y ajusta algunas piezas que quedarían sueltas con respecto al legado póstumo del padre. Aquí habría que decir que Mercedes Barcha vivió 6 años después de la muerte de GGM y que no le interesaba ser tratada como viuda del escritor famoso, sino bajo su propia identidad. Después de ser mencionada como “viuda” por el presidente de México, bromea con que al próximo que le diga "viuda" le va a dejar claro que se casará lo más pronto. 

Pese a su deseo de que la dejen en paz, la imagen pública la dan los demás, y ese rol de esposa la convertía en una institución para los lectores. Esa era una distinción impuesta por la vida, pero ella la sorteó con dignidad sin rechazar el lugar que el periodismo o la historia o los demás, le dieron. Asumió, por ejemplo, la presidencia de la fundación que lleva el nombre de quien fuera su marido hasta el final de su vida y en esos seis años dejó resueltos asuntos como el lugar en Cartagena donde reposan hoy las cenizas de GGM (patio central del Claustro de La Merced) y el traslado del archivo al Harry Ransom Center de Texas

Por lo demás, asumió su vejez como centro de la casa y eje de las mujeres de su familia. Esta parte final del relato está interrumpida por la distancia geográfica que se interpuso entre madre e hijo tras las limitaciones de la peste que impidieron los desplazamientos de Rodrigo García durante los últimos días de Mercedes Barcha como para poder estar cerca de ella y presente en la partida de la madre como lo estuvo en la del padre. Sin embargo, es una breve evocación de Mercedes Barcha a modo de semblanza que se detiene lo suficiente en su carácter práctico. La perfila recuperando expresiones espontáneas que eran enigmáticas incluso para sus seres queridos y que permiten hacerse una idea de lo que la hacía tan singular y que tal vez es difícil de ver para quienes saben de ella solo buscando saber algo más de GGM. 

Rodrigo García Barcha, acaso de manera deliberada, ha conseguido un relato sobrio que se ciñe al protocolo tácito del momento más privado de las familias: el dolor de la despedida. Logró narrarlo sin patetismo y transmitirlo a los lectores de la obra de su padre, aceptando que había un sentido de pertenencia sobre la figura del escritor que era también su padre y que convertía todo lo que le concerniera en tema público. Pero a ese, el momento más íntimo y privado, solo tenía acceso el núcleo familiar. Aunque podría ser transmitido como una metáfora de la fugacidad de toda gloria y la fragilidad humanas. El hijo asume con dignidad el lugar de reportero, de hijo y de testigo privilegiado sin romper las distancias de la privacidad (se reserva los nombres de los amigos y parientes y santos, pero no algunos milagros), se ciñe al protocolo que lo muestra ya no como el hijo del padre sino como el padre de su padre que va tomando decisiones en los momentos cruciales de sus últimos cuidados como interrumpir los tratamientos del probable cáncer para darle al cuerpo una partida tranquila en el espacio familiar. Habla sobre el tabú de lo que significó para los más cercanos la derrota fisiológica y la perdida de la memoria, el final paradójico de un escritor que se queda sin sus herramientas de fabular, de pie, solitario, ante su jardín de rosas mientras llora las lágrimas imaginarias que acaso también olvidó cómo es que se dejan salir. Rompe el hielo y asume el lugar de ser hijo de una celebridad mundial y lo humaniza al contar momentos del pasado, los diálogos entre padre y niño, los cuidados y temores y pensamientos del hombre viejo, los consejos para toda la vida, las herencias del carácter, los proyectos en común (saboteados por la enfermedad), y la forma en que logra desmarcarse de esa enorme influencia al asumir un camino, un destino, una profesión (cineasta), el desenfado del enorme peso de la fama universal de su padre (que lo sigue a donde va, incluso ya después de muerto: en el celular de la vecina del asiento de avión que lee Cien años de soledad). En ese momento emocionante en el cual se describe como padre de su padre, uno no puede dejar de pensar en los ciclos incesantes de la vida, la inversión de los roles y en las estirpes (y en los Buendía) y en Úrsula alzada por sus bisnietos y convertida en un grillito; en fin, en los últimos capítulos de la obra mayor. 

Gabo y Mercedes* es el libro de otro buen narrador de la misma familia sobre la partida del jefe de la tribu y contiene algunas fotografías no vistas antes desde la intimidad del hogar García Barcha. La que más me sorprendió es la siesta de GGM abrigado con una ruana colombiana y probablemente tomada un martes como en el título del que el escritor consideraba su mejor cuento.

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  • Gabo y Mercedes: una despedida. Rodrigo García. Traducción Marta Mesa. Literatura Random House, 2021
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Publicado por @stanislausbhor
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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