domingo, 11 de julio de 2021

"No se vuelve"

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Una nota sobre Piedras en el bolsillo, de Kaouther Adimi 


 Por Paula Andrea Marín C.

 
Nací en Manizales, lejos de la ciudad en donde vivo y a donde llegué hace 22 años, una ciudad que nació cerca de un volcán, en donde mis papás me concibieron y en donde mi mamá pasó el embarazo y el parto. Mis diez primeros años de vida los pasé de un pueblo a otro, de una ciudad a otra: Chinchiná, Arauca, Quimbaya, el Lago Calima, Buenaventura, Fusagasugá; cuando iba a cumplir diez años, nos fuimos a Cali y allí pasé los siguientes diez. Luego, me vine a Bogotá. Cuando llegué aquí, era la “provinciana”, pese a que venía de la tercera ciudad más grande del país y pese a que estudiaba en una universidad pública en donde, suponía, ese tipo de clasificaciones no tenían lugar. Pero sí tenían. Me recuerdo sola y muchas veces juzgada por mis compañeros, a causa de comportamientos que, pese a mi “provincianismo”, eran demasiado liberales para ellos y, sobre todo, para ellas. Cuento esto porque creo que vivir en un país extranjero tiene que ver con esta experiencia (ampliada exponencialmente): la de sentirse fuera de lugar, la de sentir una constante ambivalencia entre cómo debemos comportarnos, cómo podemos ser para no sentirnos aislados, excluidos. Pero también la de sentir un enorme miedo a perder la pertenencia a un “clan”, de cambiar hasta el punto de sentir que se pierde una identidad.

Piedras en el bolsillo, de Kaouther Adimi (Argel, 1986), residente en París y autora de otras dos novelas (El reverso de los demás y Nuestras riquezas), es un relato de los días que preceden a la fiesta de compromiso en Argel de la hermana menor de la protagonista, quien vive en París desde hace un lustro y trabaja como diseñadora gráfica en una editorial dedicada a las revistas para niños. La novela abre con una noticia: 

Detenida una mujer de treinta años por el asesinato de su vecina, que se había burlado de ella diciendo que “nunca encontraría a un hombre tan loco como para casarse con ella”. La asesina golpeó a la anciana varias veces antes de estrangularla con ayuda de su cinturón “porque todavía respiraba un poco". Yo habría hecho lo mismo. (Piedras en el bolsillo). 

Este es el meollo del libro. No hay construcción de personajes; tampoco el desarrollo de un argumento narrativo. Lo que encontramos son las reflexiones descarnadas de la protagonista acerca de su situación: a punto de cumplir 30 años, no tiene pareja o un prometido que pueda presentar en la fiesta de su hermana menor; su vida en París, pese a tener un trabajo que envidiarían muchos, es tremendamente solitaria, pero nunca está segura de querer volver a Argel. Sus contactos con otros humanos se limitan a las interacciones con la secretaria de su oficina, con una mujer que vive en la calle y que ocupa una banca en el parque cerca de su casa, y con su única amiga: una mujer que está muy ocupada preparando su boda. El relato se alterna con la inclusión de trozos de conversaciones telefónicas con la madre (una muy parecida a la mayoría de madres latinoamericanas) que la instan a regresar a Argel, a conseguirse un marido, a abandonar comportamientos que espantan a los posibles candidatos. Su madre habla de la soltería de la hija como una tragedia, como una vergüenza familiar y, aunque ella presenta por instantes atisbos de querer liberarse de esta presión, la verdad es que consume cada uno de sus actos y de sus días: “Los días que desfilan sin que ninguna voz marque el ritmo. Nadie está ahí por la tarde, cuando el viento ha roto tu paraguas. Ninguna mano te tiende un té caliente cuando la naturaleza está contra ti. No hay ningún hombre para llorar contigo” (Piedras en el bolsillo). 

¿Cómo es que hemos llegado a esto? ¿Cómo hemos permitido que tener 30 años se convierta en una marca de desastre para una mujer que no se ha casado? La protagonista explica que no se trata de una situación que vivan solo aquellas mujeres originarias de países árabes, sino que las parisinas también sienten la misma ansiedad por estar sin pareja: “En París, las mujeres recorren los bares. A los dos lados del Mediterráneo las mujeres se comportan de manera idéntica cuando alimentan la esperanza de encontrar al hombre de su vida: con desesperación, cálculos maquiavélicos y una pizca de ingenuidad” (Piedras en el bolsillo). 

A pesar de esto que iguala a mujeres del Medio Oriente y occidentales, entre parisinos y argelinos (entre parisinos e inmigrantes árabes, latinoamericanos, africanos, asiáticos) hay una incomunicabilidad infranqueable llena de sobreentendidos, prejuicios, frases políticamente correctas y mentiras que sostienen el delgado hilo de sus contactos diarios. Cada uno ignora o deliberadamente quiere desconocer la realidad del otro. Mujeres como la protagonista de esta novela logran vincularse al mundo laboral oficial parisino, pero otros muchos inmigrantes se quedan en los guetos, amplificando las tensiones sociales entre “los de allí” y los extranjeros pobres. Nada lejos de la situación en Colombia con los venezolanos: aceptamos con más facilidad al que tenía una buena posición social y económica en Venezuela y logró ubicarse aquí en un trabajo legal y bien remunerado, pero rechazamos abiertamente al que llegó a pie y a quien le endilgamos las culpas de los atracos y el aumento de la inseguridad en nuestras calles. 

La descripción de Argel se parece demasiado a la descripción de una ciudad colombiana (bombas, escasez, guerra), pero la situación de los argelinos en París está cargada de colonialismo directo y reciente. Y aunque este tema no es abordado explícitamente por la narradora, su sensación de exclusión o su autoexclusión llevan esa marca. Sus gustos han cambiado: ya no se siente atraída por los hombres argelinos, pero los parisinos le son esquivos. Debajo está el miedo a terminar la vida sola. El enorme problema que tenemos las mujeres de más de treinta años que estamos solteras es confundir la soledad con la soltería, como si la soledad solo significara no tener un hombre a nuestro lado, como si nos faltara algo. ¿Cómo fue que llegamos a esto? Lo sabemos, pero hace falta recordarlo, porque por esto una mujer de treinta años asesina a una anciana que le dice que nadie se querrá casar con ella, otra asesina a su amiga porque logró casarse y quedarse embarazada primero que ella; otras más se suicidan.

Dolor, rabia y tristeza generan la lectura de un libro como este. Por momentos, tan banal, por otros, tan honesto, tan políticamente incorrecto en una época de feminismo en alza: 

Mi madre desprecia a las solteronas y yo también para ser sincera. Las imagino como mujeres de cuerpo vacío y rostro inexpresivo. Son inútiles… Cualquier marido en su cama es mejor que no tener marido (Piedras en el bolsillo). 
Mi cuerpo empieza a marchitarse. Tengo canas. Aún no se me han caído las tetas, pero es sobre todo porque no tengo. Se me estropean los dientes. Tengo el vientre algo hinchado… Mis muslos están arrugados por la celulitis. Tengo que vivirlo todo ahora. (Piedras en el bolsillo). 

Pienso en qué me marca el hecho de no sentirme de ningún lugar: jamás seré considerada como bogotana, me queda poco de mi paso por Cali y tampoco seré nunca de Manizales. Pienso también en que, cuando sales del país, siempre llevarás la marca del origen, muchas veces, más porque allí donde llegas se convierte en tu sello, en la forma en la que te clasifican: por encima o por debajo. “No se vuelve”, dice la narradora. Creo que es cierto. Los que se van de su país, por el motivo que sea, nunca pueden volver del todo. Se crea un limbo, un no lugar que ya nunca será un lugar de pertenencia: ni de aquí ni de allá, a menos que se decida abdicar de la idea de identificarse con la nostalgia del regreso o de lo que se ha sido en la infancia o en la adolescencia. Hay un momento, supongo, en el que debemos tomar la decisión de sacarnos las piedras que llevamos en el bolsillo o colgadas del cuello y que nos estrangulan, nos llenan de angustia, de pánico, de desespero, como a la protagonista del libro: la de “nuestro país” o “nuestra ciudad”, la de la lealtad a nuestra familia (especialmente, a nuestras madres, en el caso de las mujeres) y todo lo que ello conlleva: el peso del género, el peso del éxito profesional, el peso del matrimonio y el de los hijos. Nadie ha dicho nunca que sea fácil. 

Kaouther Adimi. Piedras en el bolsillo [2016]. Trad. Aloma Rodríguez. Barcelona: Libros del Asteroide, 2021.

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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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