domingo, 24 de octubre de 2021

Los buenos libros

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Una nota sobre La Buena Novela, de Laurence Cossé




Por Paula Andrea Marín C.

 

- Eso me recuerda a la definición que daba Christian Dior del gusto.

- ¿Y cuál era?

- “Tener gusto es tener el mío”.

 

Las librerías que se consideran buenas […] son aquellas que no ocultan sus preferencias”.

 

Se sospecha demasiado poco que la creación artística y todas aquellas estructuras en las que se produce y se vende se presentan también como un campo de fuerzas preñadas de odio, donde la energía más común es la envidia y el arma habitual, al menos en Francia, el descrédito ideológico.

 

Laurence Cossé, La Buena Novela.

 

La Buena Novela es la quinta obra de la escritora Laurence Cossé (Francia, 1950), publicada originalmente en 2009 y editada en español por Impedimenta en 2012 (va por la segunda edición). Le debo a un muy buen librero la recomendación de esta novela, de la que dudé mucho al inicio por vincular a su trama una historia detectivesca; no soy buena para leer novelas policíacas, negras o thrillers. Sin embargo, la traje a casa por aquella otra parte de la historia: la fundación de una librería en París, en la que solo se venden “buenas novelas” (de todas las épocas) y cuya selección de títulos está a cargo, secretamente, de un grupo de ocho escritores muy admirados por los dos socios fundadores. ¿Cómo sostener una historia así? La novela comienza relatando los ataques a tres de los escritores miembros del comité de selección de la librería La Buena Novela; todos terminan en el hospital reponiéndose, respectivamente, de un accidente de tránsito, de una golpiza y de una intoxicación severa por bebidas alcohólicas. Entonces, los socios fundadores recurren a un detective para contarle la historia de la librería y buscar ayuda frente a los ataques que están recibiendo.

 

Es esta segunda parte estructural de la novela la mejor construida: el relato de los dos socios fundadores (Francesca e Ivan) al detective, acerca de cómo se conformó La Buena Novela. Francesca dispone de una fortuna, gracias a la exitosa publicación de los diarios de su abuelo (un italiano opositor del fascismo), pero también a su matrimonio con un exitoso hombre de negocios. Por su parte, Ivan ha sido librero la mayor parte de su vida y es la lectura la que da sentido a sus días. Ambos se unen para dar forma a uno de los sueños de su existencia: la fundación de una librería en donde las novedades editoriales solo tengan cabida en la medida en la que demuestren su calidad literaria (de allí que deban vender también libros de segunda o leídos para completar su selección). La Buena Novela es lo que podríamos llamar una librería estrictamente de fondo, el sueño cumplido de todo librero que se quiera denominar independiente. El sostenimiento económico de la librería está asegurado por varios años, gracias al mecenazgo de Francesca. ¿Qué podría salir mal? El hecho de no contar con que el libre mercado (editorial, en este caso) tome el proyecto de La Buena Novela como una afrenta.

 

Cuando el relato regresa al presente narrativo, los lectores comprendemos que los ataques a los tres escritores miembros del comité de selección de títulos de La Buena Novela son los pasajes al acto de acciones provocadas por detractores de la librería, pero que se habían circunscrito a la publicación de comentarios críticos en foros virtuales (en la novela, es el año 2004), en la web de la librería y en columnas de los periódicos más importantes de París. Es en este punto que, estructuralmente, la novela tiene una caída narrativa de la que no se recupera y de la que ni siquiera la salva la inclusión de una historia de amor. Cossé reproduce un archiconocido triángulo amoroso: Ivan ama a una muchacha (mucho más joven que él y que resulta ser la narradora del relato) que le es esquiva por mucho tiempo; Francesca ama a Ivan (y este amor la ayuda a salir de su duelo), pero al ver que su amor no tiene esperanza, decide ayudar económicamente a la muchacha para que esté más cerca de Ivan.

 

No perjudico la lectura de nadie al contar esto, pues resulta mínimo y accesorio (al igual que la historia detectivesca) frente a lo que considero que es el centro de la novela: la problematización del canon literario, de la calidad literaria, del elitismo cultural, de la idea de democratización cultural, del mercado literario y editorial. Problematización, digo, pero solo hasta cierto punto, porque, tristemente, la novela demostrará que el tipo de proyectos que encarnan La Buena Novela, para la que los libros que valen la pena son aquellos que no fueron publicados exclusivamente para la venta, son apabullados por el mercado editorial que controlan los grandes conglomerados productores de best sellers, pero también (y más triste aún) por las cofradías de poder conformadas por escritores, editores, periodistas culturales, agentes literarios, scouts y críticos, cuando se sienten excluidos. Al igual que cualquier negocio, La Buena Novela debe acudir a estrategias de marketing para que su inauguración no pase desapercibida; estas estrategias son exitosas y, aunadas a la buena selección de los títulos, permitirán que los clientes nunca dejen de entrar y de comprar en la librería (también, cada vez más, a través de su página web) e, incluso, sus preferencias de compra incidirán en algunas decisiones de ciertos editores. No obstante, la empresa no puede sostenerse en el tiempo sin el apoyo económico de Francesca (quien, recordemos, debe gran parte de su fortuna a la publicación de un best seller) y deberá pasar a ser una pequeña librería de barrio, en la que sus dos libreros combinan sus trabajos con otros fuera de la librería para completar sus sueldos mensuales.

 

No podemos comparar el volumen de novedades del mercado editorial francés con el latinoamericano (en cada uno de nuestros países), pero sí podemos comparar la actitud de ciertas editoriales y distribuidoras con las librerías cuando imponen la recepción de todas sus novedades, so pena de retirarles la distribución de sus sellos o de imponerles el pago en firme y no en consignación. Lo único que le queda al librero es desarrollar su habilidad lectora y, como Ivan, poder determinar la pertinencia de una novedad para su librería y para sus clientes con solo leer las primeras páginas de los libros. El ensañamiento en contra de La Buena Novela es y no es natural, al mismo tiempo: es natural por la amenaza que supone para el libre mercado editorial, pero no es natural porque en medio de ese libre mercado hay lugar para las librerías que privilegian el proyecto cultural sobre el mercantil y para aquellas que se conciben, en primer lugar, como un negocio; asimismo, hay clientes para ambos tipos de librerías y ellos (nosotros), mejor que nadie, conocen para qué usan cada una de las librerías que frecuentan.

 

Necesitamos librerías en las que estemos seguros de poder confiar en el criterio de selección de sus libreros, pero esto no implica que deban desaparecer las librerías que vendan best sellers (así como, en el mercado de libros leídos, son tan importantes los cazadores de joyas literarias para coleccionistas como los vendedores de libros baratos en quioscos); lo importante es que se asegure que habrá un lugar para cada una de estas librerías, que el poder o la visibilidad de unas no se impondrá sobre las otras. La dicotomía no está en si es mejor leer a Joyce o El milagro metabólico (tan solo por mencionar uno de los últimos best sellers colombianos), sino en que haya lugar para ambos libros en el ecosistema que frecuento como lector o lectora.

 

El final de la novela defrauda: es el resultado de unos personajes, de unos diálogos y de unas situaciones un tanto estereotipadas. No obstante, casi estoy segura de que no olvidaré esta lectura de La Buena Novela porque insiste en la idea de los demasiados libros que se publican anualmente e invita a pensar en una “ecología” de la producción y consumo de estos objetos simbólicos. Varias ideas quedan flotando en el aire, a la manera de la serpiente que se muerde la cola: se lanzan muchos títulos porque no se sabe cuál va a funcionar comercialmente y se necesitan éxitos editoriales para sostener el mercado editorial (que incluye aquellos libros que no serán éxitos editoriales), pero pueden existir librerías cuyo inventario no esté centrado en las novedades editoriales.

 

En la novela se sugiere que este tipo de librerías son sinónimo de elitismo cultural o que atentan en contra de la democratización del acceso a los libros. Francesca e Ivan se declaran explícitamente como defensores del “buen gusto” (y ya sabemos la historia ciertamente elitista detrás de esta expresión), pero al mismo tiempo se sienten defensores de un “patrimonio literario” que está en peligro en manos de editores que publican títulos sin calidad informativa ni estética; igualmente, estos editores sienten que al no ser parte de una “élite” literaria, sus libros amplían el público lector. ¿Dónde está el límite? En que un circuito oblitere la existencia del otro. El desafío es asegurar que las condiciones de funcionamiento de ambos contribuyan a un mayor acceso a la lectura y a los libros, a una oferta diversa y bien informada. Lo que no podemos dejar que ocurra es que se confundan los best sellers con cultura popular o cualquier selección literaria con “calidad”. Tanto los que limitan las selecciones como los que las amplían se basan en criterios que siempre deben ser sopesados y ojalá explicitados para que el lector pueda tomar la decisión que mejor le conviene en cada momento de su trayectoria lectora.

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  • Laurence Cossé. La Buena Novela. Trad. Isabel González-Gallarza. Madrid: Impedimenta, 2012.


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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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