Sobre Lenguaje inclusivo y exclusión de clase, de Brigitte Vasallo
Fuente: www.larousse.es |
Por Paula Andrea Marín C.
Podemos llenarnos la boca con la igualdad de oportunidades porque la desigualdad está más que asegurada. Y donde el discurso de la igualdad de oportunidades solo sirve para invisibilizar todas las fuerzas estructurales de esa misma desigualdad.
--Brigitte Vasallo (Lenguaje inclusivo
y exclusión de clase).
El libro más reciente de Brigitte Vasallo (Barcelona,
1973), editado en 2021 por Larousse, aborda no solamente el tema del lenguaje
inclusivo, sino también el del clasismo. Vasallo parte de la idea de que “las
que venimos de pobres”, quienes no tuvimos padres escolarizados, casa con libros,
familia con dinero, y logramos acceder a la vida académica, a la acumulación de
cierto capital cultural (un tipo de erudición performativa), vamos ganando en
refinamiento, pero perdiendo en conciencia de clase. Esa pérdida, por un lado,
nos va desconectando de la realidad, de las condiciones materiales de
existencia, que son estructuralmente desiguales y, por otro, nos instala en un
plano simbólico desde el cual emprendemos acciones discursivas sobrevalorando
su impacto en el plano real. Producimos, para ese plano simbólico, formas
lingüísticas que son asimiladas por la cultura del espectáculo o son
institucionalizadas y pierden todo su valor, su capacidad de introducir un
cambio en el sistema.
Quienes producimos discursos desde esa ingenua ceguera,
lo hacemos, por lo general, de espaldas a nuestras familias y a nuestras clases
de origen; creamos textos que no son entendidos por ellas y las excluimos de
nuestras nominaciones. Para sobrevivir en ese espacio que no hemos heredado
sino que hemos conquistado desde el esfuerzo, nos hemos desvinculado de nuestro
lenguaje de origen y hemos perdido el diálogo con aquellos de quienes
provenimos. Desde ese nuevo lugar de “privilegio” ganado a pulso, excluimos a
quienes ya nos parecen poco refinados y los juzgamos por no comportarse igual
que nosotras. Esta situación se traslada al uso del lenguaje inclusivo, pero
más extensivamente a todos los espacios y discursos “feministas”. Vasallo
pregunta ante quiénes nos estamos haciendo visibles y a quiénes estamos dejando
por fuera. Más allá de eso, la principal preocupación de la autora es que la
discusión permanezca en un plano simbólico que borre los problemas reales: las
situaciones de desigualdad producidas por la violencia de género.
El peligro de quedarse en discusiones lingüísticas es que
son fácilmente espectacularizadas (los medios de comunicación, Internet, las
redes sociales) y también pueden ser eventualmente institucionalizadas (por la
Academia de la Lengua o por las políticas estatales); así, se crean nuevas
homogeneizaciones y se neutraliza todo el cuestionamiento político que subyace
en cada nueva forma que surge para nombrar lo existente. Creo, sobre este
punto, que, si bien la preocupación de Vasallo es absolutamente válida, tiene
el ánimo de exagerar (como cuando ha advertido sobre los bemoles del matrimonio
igualitario o cuando ha dicho en entrevistas que deberían prohibir el
matrimonio y la pareja monógama) para hacer visible el peligro y buscar pronto
maneras de no permitir que la situación llegue a ese estado de parálisis. Se
trata, en últimas, de la misma situación de las protestas cuando se piensa que
de nada sirve hacerlas en redes sociales, si no hay manifestación social o
acciones civiles que las acompañen. Sin embargo, movimientos como el Me Too
(que inició en redes sociales) y todos los subsiguientes han demostrado que cambiar
la manera de nombrar tiene el poder de hacer visible algo que hasta entonces no
lo era; esa visibilidad facilita el emprendimiento de acciones civiles y
privadas que introduzcan transformaciones en las dinámicas sociales, pues por
más mínimas, intermitentes o de corta duración que sean, tienen a su favor
familiarizarnos con la desnaturalización de comportamientos, creencias,
discursos y sentimientos arraigados en el sistema patriarcal.
Quienes tenemos el poder de producir discursos desde el
ámbito académico, por lo general, lo hacemos en un contexto de pocos riesgos,
bien sea porque lo hacemos desde nuestros privilegios de clase social o porque
lo hacemos entre pares. Dentro de ese espacio académico de pocos riesgos
materiales, las académicas pueden llegar a usar un lenguaje que excluya a
quienes no posean su mismo nivel de capital cultural, ya sea porque no
entiendan ese lenguaje o porque se sientan juzgados por un comportamiento que
el discurso de las académicas señala como contrario a los fines de las luchas enarboladas
(usar corbata, adquirir una hipoteca, ser madre, aunque no se haya buscado, son
algunos ejemplos que expone la autora). Vasallo insistirá aquí en preguntarnos
siempre desde dónde estamos hablando (cuál es nuestro origen social y los
privilegios que hemos ido acumulando, cuál es el lugar epistémico desde el que abordamos los temas y las consecuencias que ello tendrá
en nuestro discurso) y cuál es el margen de acción que ha tenido esa persona a
la que estamos enjuiciando por hablar, pensar o comportarse de manera contraria
a las creencias configuradas por nuestro capital cultural-social-económico.
Todo ascenso social es sospechoso, dice Vasallo en su
libro. “Las que venimos de pobres” siempre estaremos en la lógica de demostrar
nuestro “refinamiento” cultural (de la misma manera que las mujeres trans
acuden a una feminidad hegemónica para demostrar su identidad, explica Vasallo),
para sobrevivir en un medio en el que nuestra existencia material y simbólica
carece cada vez más de certezas (la pauperización del trabajo intelectual y
creativo, sumada a la falta de padres con dinero y con una casa a la que volver
en caso de emergencia). A diferencia de lo que plantea Vasallo, pienso que si bien es
cierto que perdemos consciencia de clase, la sensación de vergüenza, de ser
impostoras, jamás se va del todo y las formas aprendidas de nuestra familia de
origen, de nuestra clase social de origen se manifiestan en pequeños detalles
que siempre son detectados por los herederos del capital cultural, económico y social,
para recordarnos –sutil, pero claramente– la diferencia entre ellos: “los
legítimos” y nosotras: “las advenedizas”. No es cierto que hoy todo sea
cultura, dice Vasallo, que todas sus formas sean válidas, igual de legítimas.
Las jerarquizaciones siguen existiendo y el campo social siempre busca
mantenerlas para poner a raya la entropía, la “demasiada” democratización. De
allí que sea tan importante que, sobre todo, “las que venimos de pobres” no
perdamos de vista nuestro origen para no terminar sirviendo a los objetivos de
las clases dominantes (los que tienen el poder de imponer sus formas): la
reiteración de la exclusión y la subalternización.
Más interesante aún para mí resulta esta otra invitación
de Vasallo en este libro: escabullirse de las etiquetas, de las clasificaciones,
renunciar a ser la otredad a través de la cual siempre un “uno” hegemónico se
define, “rebelarnos contra las definiciones impuestas e ir bajándole el volumen
con la esperanza de que un día se diluya” (Lenguaje
inclusivo y exclusión de clase) la imposición de elegirnos bajo un género,
por ejemplo. En este punto, la propuesta de Vasallo se enlaza con la de sus
otros libros (https://www.revistacoronica.com/2021/06/la-revolucion-de-los-afectos.html), especialmente, con la de Pensamiento
monógamo, terror poliamoroso: se trata, “simplemente” de considerar la
ciudadanía como una red afectiva, en donde habrá preferencias, pero no
ninguneos, en donde cada quien pueda ser su “uno” mismo, en donde puedan
existir los “locos de pueblo” -ese hermoso ejemplo que da Vasallo para mostrar
las contradicciones de hablar de ruralidad como atraso y conservatismo-, sin
necesidad de que les den una existencia institucional, porque –como sucede en
las zonas rurales– su comunidad espontáneamente los cuida para que no se
“desmadren”; en donde podamos todas decir que no nos enamoramos de hombres o de
mujeres, sino de personas (porque lo importante es hacernos responsables del
tipo de vínculo que construimos con ellas); en donde nadie me obligue (ni una
institución ni mis pares) a definirme como homosexual, bisexual, heterosexual,
pansexual, asexual, etc., en donde no tenga que demostrar mi feminidad ni mi
masculinidad (mi valor, mi virtud). Desde hace veinte años ha sido esta mi
búsqueda y aunque hace veinte años recibí muchos juicios y “castigos” de mis
pares por ello, no pierdo la esperanza.
Como formato, este libro de Vasallo tiene dos aspectos
resaltables: el primero, que la escritura resulta coherente con la propuesta
sobre el lenguaje. Vasallo no se casa con ninguna forma del lenguaje inclusivo;
las usa todas a lo largo de los diferentes capítulos, quizá para demostrar que
solo se trata de una cuestión de acostumbrarse a un uso, pero que,
precisamente, en ese acostumbramiento está el peligro de la
institucionalización, del estancamiento de los movimientos, de los activismos,
el límite para que la realidad de violencia y discriminación cambien todo lo
que sea posible. El segundo aspecto tiene que ver con la manera en la que
Vasallo ha puesto en interacción la escritura con recursos en línea incluyendo
ilustraciones que sintetizan videos de YouTube, conversaciones por Whatsapp y
códigos QR con referentes de la cultura pop(ular) (siempre sus ejemplos
favoritos). Imagino que no es el primer libro que usa estos recursos, pero su
composición y organización hacen que no funcionen como una imposición para la
lectura, pero tampoco que sean gratuitos, como termina siendo en muchos casos.
Como propuesta editorial, en últimas, es un muy buen ejemplo de lo que puede
seguir ofreciendo el formato de libro impreso.
Como propuesta de texto ensayístico o “académico”, todas
las lectoras de este libro harían bien en empezar por el epílogo, una pieza
maestra para feministas, antropólogas, etnógrafas, comunicadoras
audioviosuales, documentalistas, sociólogas, lingüistas, humanistas,
escritoras, hijas. Vasallo hace maravillas describiendo y analizando un
documento audiovisual, leyendo en él entre líneas lo que la misma realizadora
fue incapaz de ver, obnubilada por sus “privilegios” de capital cultural
acumulado y por su soberbia generacional. Haremos bien en leer este texto antes
de emprender cualquier juicio de valor contra nuestros padres y contra nuestras
pares. “Renuncia a tener razón” (Lenguaje
inclusivo y exclusión de clase), nos grita (sonriendo) Vasallo.
Brigitte Vasallo. Lenguaje inclusivo y exclusión de clase.
Barcelona: Larousse, 2021.