Gargantúa y Pantagruel es un libro del que se habla muy poco en nuestros días (al menos yo lo percibo de esa manera), y es también una obra que, aunque escrita para reír, para burlarse de la solemnidad académica, para poner en ridículo el pensamiento clerical (De risa y no de lágrimas quiero escribir, ya que reír siempre es lo más humano. ¡Vivid alegres!), le ha ocurrido lo mismo que al Quijote de la Mancha (no el personaje, sino la novela). Libros nacidos del cerebro de hombres que querían llegar a las grandes masas de lectores a través del humor, y lo lograron en su momento, hasta que sus obras, con el pasar del tiempo, de los siglos, de las épocas que Europa inscribió como universales en los libros de historia, se convirtieron en emblemas. Para el caso de Gargantúa y Pantagruel, como para Don Quijote, se les puso la etiqueta de novelas-bisagra, que aparecieron en su momento para marcar el paso de un momento a otro, del Medioevo al Renacimiento, del oscurantismo al humanismo; se convirtieron en libros para especialistas y diletantes; se tornaron clásicos; se volvieron referencia bibliográfica para extraer citas, para mencionar discursos (sobre todo del Quijote), para escribir otros libros al pie de página, con el fin de ahondar en un conocimiento útil solo para quien busca con ello algún tipo de prestigio intelectual.
Gargantua by Gustave Dore
No soy un gran conocedor de la literatura. Hace mucho que no leo libros completos, salvo los que escriben mis amigos, que son solo dos (uno vive en Medellín, cohabitando la ciudad con una amiga cineasta, y el otro vive en Bogotá), pero considero que en la época actual, en la que son tan populares las novelas de fantasía juvenil, las tramas que se desarrollan en paisajes urbanos, con pinceladas punk; las historias de pocos personajes, con un solo arco narrativo; los libros perfectamente escritos, que no corren un solo riesgo gramatical (porque sus autores tienen miedo de no ser publicados)… En ésta época, decía, las aventuras de Gargantúa y Pantagruel podrían abrir un camino necesario, y hacer estallar el corsé que contiene la enjundia de los nuevos escritores.
No soy un lector juicioso, ni mucho menos un autor consagrado. La subsistencia, en mi caso, que no vivo de la literatura, ni mucho menos (¡cosa descabellada!) de la filosofía, demanda atención en los nichos laborales en los que, por cosas del destino, se me contrata. Por eso soy productor radial, y ocasionalmente pedagogo. De cara a lo real, se lee lo que se necesita para vivir mejor, o para cumplir con nuestras tareas. No hay buenos ni malos lectores. Hay personas que viven, y algunos que sobreviven. Entre el sujeto y el mundo no necesariamente debe mediar una página escrita. Las necesidades del cuerpo son más urgentes: una pareja (para no morirse de soledad), vivienda (para pelear con quien te acompaña), comida (para llenarse las venas de colesterol y azucares), y alcohol (para soportar el ejercicio cotidiano, físico, motriz, performativo, de supervivencia laboral, que no requiere de la lectura).
De modo que no soy un buen lector, pero creo distinguir la buena de la mala literatura. Hace pocos días hallé en la biblioteca que queda a media calle de mi casa una edición de Gargantúa y Pantagruel. He empezado la lectura y, aunque es prematuro afirmarlo, creo haber encontrado en esta obra un camino para lo que deseo escribir. Me encantaría que el cosmos se ajustara, como el mecanismo de relojería que es, a mis aspiraciones, para que cada intento de avanzar hacia mi porvenir se sincronice, se acople, se engrane perfectamente, con los movimientos de la rueda que gira a nuestro alrededor. Y así, verdaderamente, encarnar un destino literario.
Your Father's Feathes, Henry Mancini, del álbum Hatari!, 1962.
De los libros (No se aprende), Jarabe de palo, del álbum De vuelta y vuelta, 2001.