martes, 9 de mayo de 2023

El testigo, de Juan Villoro

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Por Ernesto Gómez-Mendoza

México es un país lleno de santos. Y de milagros: los millones de mexicanos que se cuelan al país del norte, superando riesgos y mala suerte son un milagro. Hace poco, el presidente López Obrador bendijo los miles de dólares que los emigrantes envían desde Estados Unidos

En su novela El testigo, su capolavoro, no le falta el santo a Juan Villoro. A nadie se le escapa la ironía y el humor negro de que en este libro el poeta López Velarde haya realizado un milagro. Dos milagros, también le ha dado unos años de vida adicional al realismo mágico fundacional. ¿Cómo no se les ha ocurrido a los gringos un William Faulkner milagroso, a quien se le pueden pedir favores y soluciones a los dolores terrestres?

México es mágico, pero letal. Su entorno narco conlleva que te puedan enviar al otro lado si hablas de más o si sabes más de lo conveniente. El testigo es una narconovela elegante. Una anécdota narco es el cañamazo para urdir una trama barroca en que todo es alegórico y alegoriza lo que es México desde que tenemos memoria, una mezcla barroca de escenario dantesco y escenario circense. Como sea, El testigo es el narco que quieren las narrativas banales, que todavía dan jugo para alimentar la tercera guerra mundial que es la “guerra contra las drogas”. Los narcos de El testigo se pueden intercambiar con los narcos de las otras narconovelas, y no pasa nada. 

Como en todo barroco latinoamericano se formulan preguntas sobre el país haciéndose el preguntón: haciéndose, porque los escritores latinoamericanos saben porque sus países están llenos de santos, de pobreza y de narcos. Todos sus libros tienden a rodear lo que ya saben y postular que nuestros países son excepcionales y trágicos. Dantescos. Y son así porque no son Europa, o Estados Unidos. Con este libro Juan Villoro apuesta fuerte a un lugar en “el canon”. 

Interpretar danza con mensaje social puede tener resultados nefastos. La construida por Villoro es una novela con mensaje social ahí volvemos de nuevo con ese tic. 

Todas las novelas que alojan en su interior no sin cierta violencia sobre su forma, el mensaje social parecen querer hacerse perdonar ser novelas. Novelas, divertimentos (no hay derecho a divertirse mientras México se desmorona; y olvida muy convenientemente el autor que ya se desmoronó, que nada de lo que lo escriba puede ser un intento de prevenir el desmoronamiento). El tic o reflejo del autor chamán latinoamericano que conjura las fuerzas contrarias al “ethos”. No es novela. Entre los anglófonos hay una forma épica, el “romance” con una orientación fundacional o de restauración de lo nacional que los latinoamericanos copian sin darse cuenta. Carlos Fuentes siempre flirteó con el “romance”, parece que Villoro quiere ser su sucesor. 

Esta agenda no cobija los intereses del lector, es egoísta. El testigo con todo su andamio culterano traduce la necesidad del autor de confundirse con su país, de proyectarse como un profeta nacional, de producir la nación en virtud de su palabra-prosa. Por más que sean proyectos dignos desde el punto de vista personal, no lo son para el lector, si este lo que busca es llanamente la experiencia concreta de la novela, no un ritual exorcista más adecuado al imaginario intelectualizante (y diletante) de Villoro. En otras palabras El testigo es expresión del villocentrismo de Villoro. Los mexicanos no sienten así a su país. Nuevamente un narco México (o Latinoamérica narco) para las cómodas conciencias peninsulares (son los mandarines españoles quienes operan con la narrativa narco; en otro texto podríamos explorar porque ella es tan conveniente para los intereses político/económicos de España en Latinoamérica). Sin embargo, eso mismo es lo que hace a El testigo material de canon; su asentimiento a la agenda española, alerta a ficciones fundacionales de países momificados en su excepcionalidad. El canon se fragua en la península.

Por cierto, El testigo es un libro de unos 500 gramos de peso. Yo lo cargué durante una hora de la biblioteca a mi casa. Como préstamo bibliotecario  pude tenerlo dos semanas a este mamotreto de 500 páginas; así que mi lectura tuvo mucho de “skimming”, pero recuerdo tanto de El testigo como de Tres tristes tigres o El lugar sin límites. El testigo no debe dejar más recuerdos ¿según que privilegios? Suficiente que recuerde  esos muñecos colaborando en el diagnóstico de una “sociedad” complaciente con el Narco. El héroe, Julio Valdivieso es todo un ícono; de esos mexicanos literatos-intelectuales, un Octavio Paz ¿mejorado? , parte del establecimiento intelectual, cosa que en México es un vasto dispositivo corporativo a cuyo cubículos no llegas sin padrinos políticos, bien recomendado por vacas sagradas, y no sin cultivar a las vacas con gestiones adulatorias. Julio anda con un proyecto de libro sobre el poeta López Velarde a cuestas. En las primeras páginas es un tío que no desdeña sorber una línea de cocaína. Un intelectual bien conectado ocasional usuario de narcóticos pesados es el héroe que como el griego va a seguir el hilo de Ariadna hasta el pasado en donde presuntamente hay un revelación esperando. Nomás miren: no me ha costado mucho escribir la sinopsis de esos 500 gramos de narconovela barroca y “fuentiana” (subsidiaria del modelo Fuentes de novela latinoamericana).

Presupuesto de todos estos libros narcos es que el narco es una infección de sociedades que en un vago pasado han sido viables, jóvenes democracias con enorme potencial para convertirse en milagros económicos, para “despegar”. Promesa frustrada en la raíz por…el narco (en Colombia los autores de narco-rapsodias sostienen igual explicación).

Hay un tipo de investigador o detective que paralelamente al “caso” que sondea, se sondea a sí, se persigue, se cuestiona, busca. Persigue sombras. Es el prototipo de la figura central y voz narrativa de Villoro. El mito del detective (el buscador)  es sumamente productivo y ubicuo en literatura. Artemio Cruz se busca en el río de su conciencia. Tal vez sus tendencias homosexuales sería un buen motivo de búsqueda para Julio Valdivieso, héroe de El testigo. Pero se lo inserta en la búsqueda fuentiana, y las entrañas del héroe de Villoro quedan en segundo plano, para ceder la prioridad a la gran búsqueda de la fundación del Mal, del mal propio de México. 

Julio Valdivieso es un detective, no hay más misterio. Su misión encontrar la respuesta a la adivinanza sobre México. Este aire de novela negra ha ayudado probablemente a que Jorge Herralde leyera el manuscrito. La novela negra como carnada o incentivo para leer la novela barroca fundacional (o fundadora). Sin la gabardina o chaquetón arrugado de Columbo, Julio Valdivieso entra y sale por varios episodios con la sobriedad y espíritu deportivo del investigador privado. ¿Obra genial, esotérica, misteriosa? Puede ser, pero no me provee nada de la felicidad que depara una buena novela policíaca, caso una de Dashiell Hammett por caso. 
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  • Juan Villoro, El testigo, Anagrama, 2004
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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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