martes, 28 de noviembre de 2023

"Mujeres amadas": El regreso de Marco Tulio Aguilera

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Por Sergio Cordero*


Publicada por primera vez en 1988, esta novela no ha envejecido. De hecho, la visión que el narrador Marco Tulio Aguilera Garramuño (Bogotá, Colombia, 1949) ofrece de estas “Mujeres amadas” podría parecer más vigente ahora que hace 35 años.

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La referencia obvia es “Mujeres enamoradas” de D.H Lawrence. Pero también rondan esta novela las presencias de Henry Miller, Lawrence Durrell, Flaubert, Descartes, Schopenhauer, Freud y muchos otros novelistas y filósofos que abordan el tema del amor y son citados en las conversaciones de los protagonistas: el colombiano Ventura (“Ventura soy yo”, declara un flaubertiano Marco Tulio) y la mexicana (regiomontana para más señas) Irgla. Por supuesto, no faltan las alusiones a poetas: en inevitable primer lugar, Ovidio y su “Ars amandi” y a continuación el Sexto Propercio de las “Elegías” sin faltar, por supuesto, William Shakespeare.

Hay un pasaje de la novela (pp. 186-194) que desarrolla el tópico del amante que observa dormir a la amada (tercera elegía del libro primero), mismo que movió también las afortunadas plumas de Tomás Segovia y Rubén Bonifaz Nuño y la no tan afortunada de Homero Aridjis. Otro pasaje casi al final (pp. 252-254) parodia la escena de la alondra del amanecer de “Romeo y Julieta”. La última noche que pasa Romeo con Julieta antes de partir al destierro se refleja en el espejo deformante de la última noche que Ventura e irgla pasan juntos en la casa de los padres de ella antes de que él decida mandarlo todo a la chingada.

Otro tema ovidiano (esta vez de las “Heroidas”) está en las cartas que se dirigen los amantes cuando están lejos uno del otro e incluso cuando aún no se conocen en persona, las cuales les sirven para reinventarse o mentir sobre sí mismos con impunidad, como le pasó al desventurado Ventura con H. Timmermann, alias “la primera hija de Abraham” o, según la despiadada Irgla —genial para poner apodo a sus rivales—, “la ballenita caliente” (pp. 60-64). Una relación que hubiera ido viento en popa si los corresponsales no hubieran cedido a la tentación de conocerse durante la celebración de un congreso de brujos.

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Para este colombiano itinerante, finalmente asentado en Xalapa, cada mujer amada está estrechamente vinculada con un lugar: Cali (Mu y Juliana), Kansas (Jenny e Irgla), Guadalajara (Wendy Singer y Luz Divina), Monterrey (Irgla de nuevo, pero no igual) y Xalapa (Eglé). En Cali, los primeros escarceos y algunos amores imposibles, acaso imaginarios. En Kansas, el encuentro con Irgla y la comparsa de esas amantes de ocasión que nunca faltan en los campus.

Antes de proseguir, quiero hacer una mención especial de mi paisana, la tapatía Luz Divina (el nombre es todo un hallazgo) quien, entre las páginas 144 y146, sedujo a Ventura con una mezcla de recato, azar sabiamente calculado y blusas sin brasier, cuando esta dulce fémina bordaba con finísimo encaje las fronteras de la menopausia. Bien por ella.

Ventura imparte clases de español en Lawrence, Kansas, y estudia literatura hispanoamericana. Muchas de sus aventuras en el campus y los personajes que ahí encontró me recordaron mi paso por El Colegio de México, cuando quise estudiar el doctorado en Literatura Hispánica: los estudiantes extranjeros (una alemana vestida como cantante de Heavy-Metal, un español de dientes cafés que fumaba como chacuaco, un argentino “morocho” de Tucumán, un cubano callado y delgadísimo y —no podía faltar— una colombiana de Cali con las mejores piernas del salón), los chilangos pedantes e insufribles (los de Estudios Internacionales y Economía, hijos de políticos, iban siempre acompañados de sus guaruras), la sórdida pandilla de los becarios de provincia (los peor vestidos) y, por supuesto, esa galería de “freaks” compuesta por el profesorado.

Yo no me hubiera atrevido, pero Marco Tulio sí se dio el lujo de hacer un muy inspirador “dramatis personae” (pp. 156-160) de los profesores de Lawrence: Brushwood (“torturador de doncellas eruditas”), Molowoski (“amabilidad de puta babilonia con el puñal a la espalda”), Arrom, cubano (“la indispensable gota de sangre latina que toda academia norteamericana que se respete debe lucir”), Sneale (a quien le interesa “un soberano chayote la existencia de discípulos o adeptos”) y Heller (“tímido asesino de Hitchcock” y “dueño absoluto de Benito Pérez Galdós”). Si yo intentara lo mismo con mis maestros del Colmex, el resultado sería menos divertido que aterrador.

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El poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón expresó así la perplejidad que le causaba leer las memorias de José Vasconcelos: “Avanzo gritándome qué malo es y continúo leyéndolo hasta el final” (citado por Christopher Domínguez en “Tiros en el concierto”, Era, 1997, p. 165).

Marco Tulio, narrador pasional como nuestro Ulises Criollo, escribe torrencialmente llevándose de encuentro cualquier precepto, prevención o restricción que los grandes teóricos de la narrativa hayan recomendado a los aprendices del género: salta sin previo aviso de la primera a la tercera persona y viceversa (toda la novela parece una glosa que ilustra los diálogos de Irgla y Ventura), abunda en entre guiones o paréntesis que fragmentan las oraciones más sencillas, mete apartes explicativos que interrumpen el desarrollo de las acciones, despliega largas digresiones que podrían derivar en sesudos ensayos (en una destroza “Rayuela” de Julio Cortázar, p. 134), relatos autónomos o gérmenes de novelas muy diferentes (él mismo se resiste varias veces a contar la historia de Becker y Molly Randall) y, supongo que a sabiendas, desemboca en callejones sin salida ante los que cualquier otro narrador moriría estrangulado por el lector.

El primer callejón (pp. 168-176) lo representa Edmundo, el prometido de Irgla, el típico galán triunfador que llega a Lawrence para tratar de convencerla de que abandone sus estudios, regrese a Monterrey y se convierta de una buena vez en su esposa. Afortunadamente Ventura, a quien el advenedizo le cae —como a nosotros— en las bolas, encuentra la manera de mandarlo por donde vino.

El segundo, y el más grave en mi opinión, se aproxima a partir de la página 189, durante ese “spring break” cuando Irgla decide no pasar sus vacaciones en MTY. La tensión de la prosa baja al punto de que cae en algunos lapsus cursis: “La nueva primavera, vista a través de la ventana, seguía reventando en esplendor” (p. 191), “Tenía la suavidad y la tersura de las montañas acariciadas por el oro de la aurora después de una nevada copiosa” (p. 193). En la página 197, la narración llega a un punto muerto. Pero, no se sabe cómo, Marco Tulio logra superar el obstáculo y sigue adelante. El lector, tropezando, cayendo y volviéndose a levantar, no le queda otro remedio que seguir a este colombiano loco hasta la última página.

He aquí la marca del narrador nato, de quien tiene desde el principio un talento natural para la narrativa —a diferencia de literatos como un servidor de ustedes, humilde narrador de oficio que durante años veló celosamente sus armas, posando sus huesudas rodillas ante el duro altar de la técnica. Marco Tulio, por supuesto, no ignora la técnica pero, para él, es como si le ofrecieran una andadera a alguien que puede volar.

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Al final de “Mujeres amadas”, más posdata que epílogo, Marco Tulio recibe por debajo de la puerta la carta de un individuo que se dice agraviado por la novela ya que su tema “me es tan familiar, y en algunos pasajes tan excesivamente, que llegó a sorprenderme” (p. 267).

Este anónimo corre el riesgo de volverse unánime. A mí me pasó lo mismo —en particular con todo ese pasaje de la novela que ocurre en Monterrey. Marco Tulio cuenta, con las mínimas variantes del caso, la historia de mi llegada a esta ciudad en 1984, episodio que podría interpretarse a la luz de la lapidaria moraleja del chiste de la ranita: “No pierdas la cabeza por unas nalgas”.

Él la conoce a ella en otra ciudad, porque ambos proceden de ciudades diferentes, tienen sesiones de sexo intenso, participan en el desmadre alcohólico y literario de esa época, deciden dejar el sitio donde viven e irse a casar a la tierra de ella. Él comete el craso error de llegar a vivir a la residencia de sus futuros suegros (“¿tú también, Bruto?”), choca frontalmente con la mamá a causa de un secreto familiar que no revelaré aquí (esto es una reseña, no un “spoiler”) y se ve obligado a salir de ese opulento hogar, acabando en una sórdida casa de asistencia del centro de la ciudad. La miseria lo recibe con un áspero clima. Intenta cumplir las exigencias que le impone esta sociedad obsesionada por el dinero y fracasa. En el caso de Ventura / Marco Tulio, deja Monterrey y se va a Xalapa. Yo, en cambio, pensé regresar a la Ciudad de México, de donde había llegado. Antes de que pudiera hacerlo, la Capital se derrumbó el 19 de septiembre de 1985.

¿Qué nos salvó a Marco Tulio y a mí? Que, a pesar de todos los obstáculos, nunca dejamos de escribir. La posibilidad de transformar nuestras desventuras en ficciones literarias nos ayudó a superar experiencias que, de otro modo, nos hubieran abatido sin remedio. Yo lo hice en un relato titulado “Más amarga que la muerte” (incluido en mi libro “Los ojos de Anya” de 2002). Marco Tulio en “Mujeres amadas” y lo hizo con tal acierto que ahora son los propios regiomontanos los que reeditan la novela y la presentarán en su feria del libro.

Bien lo dijo la actriz Jane Russel (citada por Marco Tulio): “sólo regresan a casa dos clases de personas: los fracasados, a refugiarse contra el mundo, y los triunfadores, a recorrer la calle principal en un gran auto” (p. 227). Así, yo saludo a Marco Tulio Aguilera Garramuño como si, desde de un puente peatonal, lo viera encabezar un desfile a bordo de una larguísima limosina blanca en medio de la Calzada Madero, rumbo al Parque Fundidora.

Un regreso, sin duda, triunfal.

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Marco Tulio Aguilera Garramuño, “Mujeres amadas”, quinta edición, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2023, 272 pp.

ILUSTRACIÓN: Dibujo de la portada de “Mujeres amadas” y, en la parte superior, caricatura de MTA, reproducida en la página 105.


*Sergio Cordero. Guadalajara, Jalisco (25 de abril de 1961). Poeta, narrador, crítico literario, dramaturgo, traductor y editor. 

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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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