lunes, 20 de enero de 2025

La buena muerte

0


Para los Danieles y Sergio

Por Paula Andrea Marín C.

 

Un mundo donde el cielo sería –como bellamente dice Michel Onfray- ideal de la razón en la Tierra… Y donde, en vez de vida eterna, importaría la eterna vivacidad.

-Carlos Framb, Del otro lado del jardín.

 

No recuerdo cuándo fue el primer encuentro con ella: la eutanasia; seguramente, debió haber sido alguna noticia que vi en televisión a finales de la década de 1990 (cuando se despenalizó la eutanasia en Colombia, para pacientes con enfermedades graves o incurables). Desde entonces, cada vez que veo o escucho algo sobre el tema, me quedo ahí y leo, escucho, aprecio. Luego fue Leila Guerriero, quien en su texto “El ‘no’ es un peligro vivo” planteaba una idea que se ha vuelto muy importante para mí: la vida no es lo fundamental, vivir no es lo fundamental, sino cómo hacerlo y eso incluye cómo morir. Hay muy pocas ideas que se han vuelto principios tan claros para mí, pero la de la eutanasia es una de ellas: tenemos derecho a vivir y a morir dignamente.

 

Supongo que, en un primer momento, lo que me llamó la atención fue la posibilidad de elegir, pensar que había una alternativa, que no teníamos que aceptar todo lo que nos fuera dado (cuando, donde y como sea), incluida la muerte, por esa mezcla de azar y destino que son nuestras vidas. ¿Para qué prolongar una larga y dolorosa enfermedad que no tiene cura?, ¿para qué vivir cuando ya no se puede gozar conscientemente de nuestra integridad, de nuestra identidad? Doy las gracias cada vez que hay un avance en la legislación en Colombia sobre la eutanasia y espero que, si llega a ser mi caso o el de algún ser querido, encuentre una mano que tenga compasión o pueda extender mi mano compasiva.

 

Creo que la diferencia entre el suicidio (la muerte voluntaria, como prefiere llamarla Carlos Framb en su libro Del otro lado del jardín) y la eutanasia es que, por lo general (y sin que mi intención sea simplificar tan complejo tema), alguien que decide suicidarse lo hace porque está en un estado de decepción o de desesperación, de ira o de melancolía; en ese caso, el suicidio se contrapone a la vida y el suicida actúa desde un enojo con ella. En la eutanasia no hay un enojo, sino una aceptación radical de que es imposible la continuación de la vida, porque el deterioro físico, psíquico y mental son imparables; no se rechaza la vida, sino la imposibilidad de seguir presente (en cuerpo, mente y alma) en ella. Por esto, el suicidio me parece, sobre todo, triste (y celebro a los suicidas que se pueden ir sin cuentas pendientes con la vida, cuando “tal decisión [es] la consecuencia de un cálculo racional y prudente”, como reflexiona Framb en su libro); la eutanasia, en cambio, me parece bella.

 

Toda esta introducción para hablar sobre el libro del escritor antioqueño Carlos Framb (n. 1964), que conocí, gracias a la película colombiana Del otro lado del jardín, estrenada el año pasado, y que contó con las maravillosas actuaciones de Vicky Hernández y de Julián Román. El libro es presentado como una novela, pero creo que no es tal. Aquí no hay ficción literaria; Framb escribe un testimonio, una narración personal de la forma en la que, en 2007, ayudó a su mamá, Luzmila Alzate, de 82 años, a morir dignamente (un acto que en Colombia y en muchísimos países es un delito, pues solo está aprobada la intervención de un médico o del mismo paciente, según la sentencia de la Corte Constitucional de 2022), tras un largo y penoso sufrimiento, debido a varias enfermedades crónicas. No he leído los libros de poesía de Framb, pero quedo con muchas ganas de hacerlo, porque una de las características más sobresalientes de Del otro lado del jardín es su tono poético, reflexivo e íntimo (excepto por los apartados en los que el autor reconstruye los argumentos del abogado defensor y de la fiscal durante el juicio en su contra). Framb incluye en el libro un ensayo sobre el bien morir, a partir de la lectura de varios filósofos y escritores. La literatura y la filosofía son para el autor un sostén en los momentos más críticos o aciagos y, en Del otro lado del jardín, ambas se convierten en una correspondencia entre la reflexión y la narración que configuran la obra.

 

Framb fue acusado de homicidio agravado, luego de que su hermano lo encontrara inconsciente junto al cuerpo de su madre, quien había fallecido hacía algunas horas, después de ingerir una mezcla de morfina y somníferos, que Carlos le preparó y que él también tomó, pero que, en su caso, lo dejó en el umbral entre la vida y la muerte. Allí empieza una travesía de varios meses en los cuales Framb es llevado al búnker de la Fiscalía y luego a la cárcel de Yarumito (en Itagüí, Antioquia), mientras se lleva a cabo su juicio.

 

En la primera parte del libro, Framb narra la manera en la que, al ver las constantes expresiones de su madre de tristeza y desánimo por sus enfermedades y las continuas peticiones a Dios para que se la llevara pronto, decide incitarla a acudir a la eutanasia. Luzmila toma la decisión luego de someterse a una fracasada intervención quirúrgica en los ojos. Framb decide morir con ella (sin confesárselo), porque siente que su vida sin el ser que más ama (junto con su perro) no vale la pena de ser vivida. Este gran amor por su madre, testificado en sus esmerados cuidados hacia ella en vida, su dedicación a ella, es –en buena medida- uno de los mayores argumentos a favor del autor, para demostrar que no se trató de un acto homicida (arrebatar la vida a quien quiere mantenerla), sino de un suicidio asistido. Este es el único aspecto del libro de Framb con el que me obligo a mantener distancia, quizá porque el demasiado amor por una madre o por un padre, en una cultura en donde nos han enseñado que debemos amarlos, incluso pasando sobre nosotros mismos, puede llevarnos a perdernos a nosotros mismos. Sin embargo, entiendo el acto de Framb, más allá de un acto de amor de un hijo por su madre, como un acto de compasión de un ser humano por otro, especialmente, cuando esos dos seres humanos (o no humanos, como en el caso de los animales que viven con nosotros) han sido íntimamente cercanos. 

 

¿Qué pasa en una persona que intenta suicidarse y no lo consigue? Cuando despierta, Framb reflexiona sobre su “fracaso” y piensa que le han dado una prórroga para “justificarse”; esa justificación resulta ser Del otro lado del jardín, escribir la historia de su madre, de su buena muerte y la de él y del juicio que demostró que ayudar a morir a alguien por compasión no es igual a un homicidio. Durante los meses que dura este juicio, el autor es testigo de la amistad, pues son algunos de sus amigos quienes se reúnen para pagar un buen abogado y su equipo, y son otros quienes le ofrecen sus casas para hospedarse, y otros muchos más quienes le escriben cartas y correos electrónicos para apoyarlo y acompañarlo. También es testigo Framb de los amigos que desaparecen, aquellos que no “superan” la prueba de la amistad y que duelen en el corazón, así como de otros conocidos y desconocidos que le recuerdan el poder de la poesía, de sus poemas que han quedado en la memoria de varias personas. Esos amigos lo ayudan a paliar su sentimiento de soledad inconmensurable.

 

Pienso en el Framb de hoy, 16 años después de su absolución por el cargo imputado y 17, luego de la muerte de su madre; ¿habrán cambiado sus ideas sobre la muerte voluntaria, la muerte asistida, la soledad, la poesía? Ojalá algún día este libro se convierta en un pequeño best seller, como lo ha hecho Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnet. Aunque soy consciente de las grandes diferencias entre ambos (Bonnett-madre hablando del dolor de perder, por suicidio, un hijo que padecía de esquizofrenia; Framb-hijo hablando de ayudar a morir a su madre para que no sufriera más sus enfermedades) y de que esas diferencias son insalvables en un país donde en la misma medida en la que es complejo vivir dignamente, lo es la de morir en las mismas condiciones, y en el que la figura de la madre es más respetada, valorada e inclusive idolatrada, que la del hijo, anhelo que este libro de Carlos Framb siga encontrando lectores y lectoras, y que la posibilidad de elegir la eutanasia sea cada vez más una opción al alcance de la mayoría. Todas y todos tenemos derecho a una buena muerte y, como dice uno de los personajes de la más reciente película de Almodóvar (La habitación de al lado, una bellísima defensa de la eutanasia), tal vez solo nos van a dejar ser totalmente libres de ella cuando el sistema sanitario colapse.

_______ 

Del otro lado del jardín, Carlos Framb. Bogotá: Aguilar, 2024 [2009, 2015].

Ver: Reseña en Revista Corónica sobre el libro Del otro lado del jardín, 2012, por Pedro Ismael

Author Image

Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nos gustaría saber su opinión. Deje su comentario o envíe una carta al editor | RC