lunes, 18 de junio de 2018

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Imagen tomada de la Silla Rota. 

Por Keren Marín

Un país en donde las generaciones se suceden sin conocer otra cosa que la guerra es un pueblo indefenso, crédulo y temeroso que prefiere desconocer sus muertos que pensar en la posibilidad de darles nuevamente un nombre. La violencia, vestida de mil colores y ropajes, no solo ha arrasado con nuestra gente y nuestras tierras: también aniquiló nuestra capacidad de soñar. Como el condenado que solo imagina su futuro en el patíbulo creemos ciegamente que no merecemos un destino distinto, que contrario a toda profecía estamos condenados - no a cien- sino a mil años de soledad.

Por ello no es de sorprender que en esta jornada electoral haya ganado el miedo y la desesperanza. La paz parece una utopía remota e improbable y los déspotas, tan sagaces para politizar la incertidumbre y el desconcierto, venden a cambio del futuro la ficción del orden y la seguridad. Antioquia, territorio destrozado por el paramilitarismo y el narcotráfico, olvida que sus montañas y ríos son fosas comunes en donde se arraiga el poder. Norte de Santander, oscurecida por los hornos crematorios del Iguano, se yergue sin memoria sobre los vencidos y los muertos. Y el sur, geografía colonizada por la violencia y el hambre, desconoce la travesía de miles de familias campesinas que debieron huir hacía la inmensidad de la selva para encontrar en ella un refugio. Mientras tanto, las ciudades temen ante la arbitrariedad de la violencia y optan por cerrar sus ojos ante el desastre: serán otros quienes paguen las consecuencias.

Sin embargo, en medio del desasosiego y la desesperanza aquel otro país - el mismo que enmudecen y niegan los medios- se levanta cada mañana y trabaja por el sueño de un futuro común: en Medellín las Madres de la Candelaria siguen reivindicando la memoria de sus hijos desaparecidos y asesinados y en el Valle del Cauca las comunidades indígenas desafían el poder económico al sembrar, en medio de los cañaverales, las semillas nativas de aquellas tierras despojadas. Chocó se opone a la explotación minera y reconoce en sus ríos la fuerza de su cultura y en la Sierra Nevada de Santa Marta los Wiwa emprenden la tarea de construir un centro de memoria con el fin de recuperar y difundir su tradición. Las ciudades pintan sus muros para recordarnos los crímenes perpetrados a nombre de la paz mientras nuestros abuelos nos heredan la tarea de soñar por ellos lo que su juventud no alcanzó a imaginar.


Ese otro país que reconoce la dignidad de sus comunidades y el derecho sobre sus tierras, que recupera la memoria de sus muertos y señala sin miedo a los culpables de la barbarie, es un país cuya voz se opone a la violencia y el terror de sus relatos. Hoy somos más quienes creemos en un proyecto político incluyente, pluralista y democrático, quienes ejercemos nuestra ciudadanía de manera libre y crítica y quienes protegemos las libertades individuales desde las artes y las ideas. Contrario a lo que afirman los vencedores nada hemos perdido: ante las campañas desinformativas de los medios de comunicación logramos difundir nuestras propuestas mediante iniciativas ciudadanas y culturales que se tomaron las calles y las redes. Hicimos de las ciudades y sus espacios puntos de encuentro para la formación y el debate y sin más herramientas que las artes y el humor logramos convocar en un proyecto alternativo a más de 8 millones de electores de diferentes sectores sociales y corrientes políticas.


Por eso será nuestro deber asumir este momento histórico con la mayor fortaleza posible: para proteger la vida -escribió Henry Miller- necesitamos coraje e integridad, no armas ni coaliciones. Debemos desde nuestros oficios promover la libertad de pensamiento, defender la dignidad de los pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos y reivindicar con valor las luchas de quienes han sido perseguidos, torturados y asesinados por el establecimiento y su maquinaria. Para ello, hay que cuestionar la idea que considera el poder autoritario y ruin como la única forma de protegernos ante el miedo y la incertidumbre. La educación y las artes (visuales, lingüísticas, estéticas, sonoras, escénicas) son el medio ideal para hacerlo, ya que nada desespera tanto al poder como aquellas ficciones que revelan y denuncian el verdadero rostro de nuestros verdugos.

Nuestro deber es desafiar a los gobiernos cuando aquello que está en juego es la justicia, la vida y la libertad. Nuestra tarea apenas comienza.
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Publicado por Keren Marín
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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