Por Pedro Ismael Cárdenas Ballesteros
Verdad de Perogrullo: al escribir componemos el mundo que habitamos. O si se quiere ver de un modo diametralmente opuesto: las circunstancias que nos rodean definen la escritura con la que nos construimos, lo que es lo mismo que decir que nuestro cuerpo expresa lo que ha vivido y sentido, o que, si somos honestos con nosotros mismos, deberíamos vivir lo que expresamos, y viceversa.
Así, un estilo literario delata un estilo de vida. Una postura estética, una apuesta artística, resiente en el cuerpo de su autor, lo subyuga o lo libera. De una búsqueda literaria se desprenden todas las consecuencias físicas, psicológicas y sociales con las que debe cargar un individuo que escribe cuando se ocupa de los demás menesteres a los que está obligado en sus roles diarios con la gente que lo rodea.
Por lo tanto, hay que tener cuidado con lo que somos cuando escribimos, pues lo seguiremos siendo todo el tiempo. O como escribió Kurt Vonnegut en su prólogo de Madre Noche: "Esta es la única novela mía cuya moraleja conozco. No creo que sea una moraleja espectacular, es solo que sé cuál es: somos lo que fingimos ser, así que debemos tener cuidado con lo que fingimos ser".
Admiro a muchos autores que saben seducir a través de sus actuaciones literarias. Admiro a los escritores que usan los recursos del lenguaje para parecer lo que desean ser, y de esa manera serlo realmente en el teatro de lo social, imponiendo su ficción sobre la realidad que los somete. ¿Acaso el deseo de libertad no empieza con los simulacros de la libertad o con la idea de la libertad? ¿Y acaso no somos lo que actuamos frente a la mirada de las personas?
Descubrí hace días, en la lectura de la novela Viernes o los limbos del Pacífico, del francés Michel Tournier, el significado etimológico de la palabra existir. Proviene del latín existere, que significa salir, aparecer, emerger, dado el prefijo ex que señala aquello que está afuera, o hacía afuera. La existencia es aquello que se muestra en la esfera de lo público.
El arte tiene una connotación diabólica, pues se debe a todo aquello que se puede representar en el mundo, al artificio, a las performacias, a la vanidad de los cuerpos que convierten su deseo sexual en obras del ingenio y la cultura. Cuerpos que se expresan a sí mismos para acercarse a lo que verdaderamente son, o que siguen el guion de una existencia en la que se está más que convencido de que el personaje que se interpreta a través de los libros es lo que realmente se es.
Fraude o destino: cada quien es el juez de su propio invento.
Claramente, todo conlleva un peligro. Por eso se suicida la gente que aparentemente debería ser feliz, pues no les falta nada. Es tan difícil liberarse de la máscara social cuando creemos que dependemos de ella, que muchos enferman sin comprender lo que les ocurre. Constantemente necesitan confirmar lo que desean interpretar en el teatro de la sociedad, y esa necesidad de respuestas positivas por parte del mundo los esclaviza, los avergüenza y finalmente los aboca a cuadros clínicos depresivos.
Todos somos actores sociales. Todos somos imágenes que se perciben en el paisaje de lo comunitario. Todos somos lo que los demás dicen que somos, por más vida interior que tengamos.
Querer ser cada vez más lo que realmente somos, sin que medie la pretensión, la simulación, el fingimiento, la deformación de la personalidad, es el comienzo de un arte de la vida: una representación en la que nos sintamos absolutamente nosotros mismos.
Carta XV del Tarot de Marsella
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Lectura de la novela Madre Noche, de Kurt Vonnegut: Marina Escribe.
Música:
Piano Bar, Charly García, del álbum homónimo, 1984.
Traje para un loco, Fang, del álbum Dos Vidas, 2003.