Una nota sobre Ébano, de Kapuściński
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Ébano, ed. Anagrama |
Por Paula Andrea Marín C.
Me asusta encontrar en Ébano tantos parecidos con la realidad latinoamericana y, específicamente, colombiana. Mucho tiene que ver el pasado colonial que une a ambos continentes: en primer lugar, nos une el “espíritu de provisionalidad” con el que los colonos realizaron en sus colonias muchas de sus acciones, “una manera de pensar de cara tan solo al beneficio rápido y la conquista fácil… A expoliarlo todo y a llevárselo con el coste más bajo posible”. Pienso en cómo esas prácticas ahora son repetidas por las mineras multinacionales que van por los países expoliándolo todo, llevándose todos los beneficios, pero también por los gobiernos nacionales que mantienen con ese mismo “espíritu de provisionalidad” a tantas regiones apartadas del centro, a las que tácitamente consideran sin valor, en las que no vale la pena invertir.
En segundo lugar, a África y a Latinoamérica los unen las prácticas burocráticas coloniales que han pervivido en el tiempo:
Este origen colonial del Estado africano -en el que el funcionario europeo recibía salarios desmesurados y más allá de todo sentido común; y los lugareños adoptaron este sistema sin modificaciones- hizo que la lucha por el poder en el África independiente cobrase enseguida un carácter extraordinariamente feroz y despiadado. De golpe, en un instante, nace allí una nueva clase gobernante, burguesía burocrática, que no produce nada, no crea ninguna riqueza sino que gobierna a la colectividad y disfruta de privilegios. —Kapuściński
Nuestra clase dirigente, por un lado, gobierna al país como si fueran caciques, “como lo hace el terrateniente en su finca”; por otro lado, esa clase gobernante considera la política como una “posibilidad de amasar una fortuna”, ante “la pobreza y la decepción de los de abajo y la codicia y la voracidad de los de arriba”. En este ambiente “emponzoñado y minado”, el ejército siempre está presto a aparecer “como defensor de los humillados y ofendidos, abandona los cuarteles y alarga la mano para tomar el poder". No hay salida, parece decirnos Kapuściński, menos "en un país que no tiene una gran industria privada, donde las plantaciones pertenecen a extranjeros y los bancos también son propiedad de capital extranjero”.
A la África subsahariana, además, se le suman otros factores que crean pequeñas y gigantes bombas de tiempo que explotan continuamente: la división del territorio, por parte de los países colonialistas, que pasó por alto la división ancestral de las comunidades nativas (y que ha producido y produce cientos de guerras fratricidas entre diferentes clanes); y la naturaleza que pareciera estar siempre en contra de la existencia del ser humano en aquellas tierras:
El africano nunca deja de sentirse amenazado. En este continente la naturaleza cobra formas tan monstruosas y agresivas, se pone máscaras tan vengativas y terroríficas, coloca tales trampas y emboscadas, que el hombre, permanentemente asustado y atemorizado, vive sin saber jamás lo que le traerá el mañana. Aquí todo se produce de manera multiplicada, desbocada, histéricamente exagerada… En las relaciones naturaleza-hombre no hay nada que las suavice, ni compromisos de ninguna clase, ni gradaciones, ni estados intermedios. Todo –y durante todo el tiempo– es guerra, combate, lucha a muerte. El africano es un hombre que desde que nace hasta que muere permanece en el frente, luchando contra la –excepcionalmente malévola– naturaleza de su continente, y ya el hecho de que esté con vida y sepa conservarla constituye su mayor victoria.La vida en el campo es difícil y casi siempre escasea la comida; como en Latinoamérica y en tantas otras regiones del mundo, las personas migran a las ciudades masivamente, pensando que allí sus condiciones de vida mejorarán, pero no es así: las ayudas alimentarias se pierden en la corrupción de la burguesía burocrática y se crean inmensos y numerosos cinturones de miseria y violencia que hasta para un latinoamericano son difíciles de imaginar por su crudeza. “La guerra, el combate, la lucha a muerte” no se dan solo en la naturaleza abierta, sino en aquella otra escu(l)pida por el hombre.
—Kapuściński
Esta África carece de clase media, es decir, carece de una clase intelectual. Entre muy ricos y muy pobres no quedan muchas personas con tiempo para pensar, para reflexionar, para criticar. Quienes se atreven a hacerlo, para salvar sus vidas, deben huir fuera del continente, donde hay suficientes universidades y un clima más oportuno para educarse. En esta África, las escuelas están debajo de los árboles y los profesores enseñan a quien quiera escucharlos; no hay lápices ni papel para escribir, así que el aprendizaje permanece en la memoria de la oralidad. En esta África (vista como enemiga por la del norte y viceversa), no hay universidades suficientes –ni siquiera mínimas– y mucho menos librerías.
Cuesta creer que se pueda vivir en un mundo así (para mí que siento ya no podría vivir sin leer y sin escribir), cuesta creer que en ese mundo no haya historiadores ni archiveros ni bibliotecólogos, porque registrar la historia también causa la muerte: “Más vale no hurgar". A falta de archivos, de documentos, “la Historia alcanza aquí su encarnación más pura y cristalina: la del mito”.
No hay historia oficial, pero hay literatura popular. Dejo como final de esta nota este maravilloso pasaje de Ébano, este descubrimiento:
Onitsha me ha fascinado también porque es el único caso de mercado que conozco que haya creado y desarrollado su propia literatura: la Onitsha Market Literature. En la ciudad viven y trabajan decenas de escritores nigerianos cuyas obras son editadas por docenas de editoriales del lugar, que tienen en el mercado sus propias imprentas y librerías. Se trata de una literatura muy variada: folletines de amor, poemas y sainetes (que más tarde se representan por las numerosas minicompañías de teatro que allí mismo actúan), comedias de bulevar, vodeviles y farsas populares. También abundan las historias didácticas y las guías prácticas del tipo ¿Cómo enamorarse? o ¿Cómo desenamorarse?... Quién no tiene dinero para comprarse el folleto con una obra maestra (o, simplemente, no sabe leer) puede escuchar su mensaje por un céntimo.En países donde falta la comida siempre, donde faltan el agua y las medicinas, donde abundan el miedo y la sangre, la literatura cumple una función muy precisa: brindar respuestas y no dejar al ser humano solo en su necesidad de amar y de sentirse amado, y también de reír.
—Kapuściński
- Riszard Kapuściński. Ébano [1998]. Anagrama: 2018.