domingo, 18 de octubre de 2020

Polvo eres y polvo serás: el juego como arte

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Shiny Spheres Started Out as Dirt. National Geographic 

Por Keren Marín

Sumerge las manos y enturbia el cauce del agua. Sus palmas reaparecen impolutas y de nuevo vuelven hacia el polvo, a moldear entre las líneas del destino figuras esféricas y frágiles. Absorto en la artesanía se devuelve a los tiempos primigenios: aquellos en donde la humanidad nace del barro y se revela como un leviatán acéfalo, enredado entre narraciones y devenires que le es imposible comprender. Entretanto, el polvo que antes fuera materia deleznable reaparece bajo la forma de una esfera brillante. Este juego -que es a su vez un arte- se conoce como Dorodango.

Este pasatiempo japonés se asemeja a los mandalas de arena tibetanos, donde la finalidad no es crear algo perdurable sino representar lo impermanente, el instante. Es por ello que cada esfera que emerge del polvo y el barro sigue conservando las cualidades de la materia con la que fue creada: es frágil, delicada, destinada a deshacerse. Sin embargo es en esta finitud donde inicia el juego, es decir la alegría y la diversión alrededor de lo intrascendente, espontáneo y libre. Maria Gainza, escritora argentina, cuenta que fue en un jardín de infantes donde Fumio Kayo observó por primera vez la alquimia misteriosa que afloraba de las palmas de niños y niñas, capaces de convertir "lo opaco y mugriento en bolas radiantes como de bronce pulido"

Hikaru Dorodango. Pinterest.

Dicho acontecimiento tuvo lugar a finales de la década del noventa y entonces Kayo -profesor de psicología de la Universidad de Kioto- intentó replicar el brillo, forma y tamaño de las esferas que observó en el jardín. Le tomó alrededor de doscientos intentos duplicar un dorodango semejante y alrededor de dos meses dominar la técnica para hacerlo. A grandes rasgos, crear un dorodango requiere únicamente barro, polvo y agua. Para comenzar, se toma una cantidad maleable de barro y se presiona entre las manos hasta que desaparezca todo rastro de humedad. Luego, se moldea hasta que tome una forma esférica y se le agrega durante las horas siguientes tierra o polvo de colores, que es el elemento que le dará brillo. Una vez finaliza este proceso se pule la esfera con un paño hasta que la capa exterior luzca refulgente.

Quienes se han acercado a este juego coinciden en que se asemeja a sosegar el pensamiento, a meditar mediante el quehacer de la artesanía. Puede que esto suceda, como sugirió Walter Benjamin, por la liberación que surge de la labor sin pretensiones y la conversión de lo material en depósito para historias imaginadas. En el juego, afirma el filósofo alemán, las lógicas de la producción y el consumo desaparecen, pues lo que prima es la creatividad: “en cada hombre existe una imagen cuya contemplación le hace olvidarse del mundo entero: ¿cuántos no la encontrarán en una vieja caja de juguetes?

Sin embargo, este punto de fuga ha sido apropiado paulatinamente por la industria, que a través de sus prototipos y líneas de montaje coloniza la actividad imaginativa para hacerla útil al consumo. Estos objetos prefabricados, argumenta Benjamín, exigen un uso convencional que domina la creatividad e imaginación ¿o puede un carro de bomberos- como copia fiel de la realidad que pretende representar- ser un avión, un ave o una casa? La maleabilidad de la materia, sostiene Benjamín, solo es posible mediante objetos genuinos. En las manos de un niño o niña, un pedazo de madera es múltiple: puede ser una muñeca, un tren, un buque, una resortera. 

Y en el Hikaru Dorodango esta transmutación tiene lugar. Puede que en su quehacer se guarden señas y simbolismos que nos lanzan de regreso al lenguaje de las imágenes y los sueños. Los juguetes -y los juegos- fueron en otros tiempos rituales y amuletos: el sonajero que es dado a los recién nacidos se solía emplear para ahuyentar a los malos espíritus. Tal vez el Dorodango sea otra forma de reconquistar la idea del presente y contemplar la finitud y sencillez en cada una de sus expresiones. O bien sea simplemente una manera de regocijarnos en la creatividad y la imaginación. Sea lo que sea, moldear el barro y el polvo para hacer de ellos materia rutilante ya es en sí mismo un acto místico, de creación...

...Y es allí donde seguirá escondiéndose la fuerza del arte, del juego.

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Publicado por Keren Marín
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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