martes, 20 de abril de 2021

Entrevista a Karen Reyes: "…dioses, humanos y todas las expresiones de la existencia giramos en la misma rueda pues surgimos de la misma fuente"

1

Ilustraciones: Voyager Illustration

Por Mario Cárdenas

¿Qué pasaría si la tecnología se transformara en un dios perfecto? ¿Qué nueva realidad se armaría a partir de esta premisa que no parece tan lejana? en Zen’nō (Ediciones Vestigio, 2020), la primera novela de la escritora colombiana Karen Reyes, la respuesta a estas preguntas aparecen en los cuerpos “humanos” que se funden de manera total en una nueva versión: conceptual, tecnológica y espiritual. En una viaje fragmentario, que salta de una universo a otro, el Zen’nō es el mecanismo que Reyes diseñó para narrar una alternativa a nuestro presente próximo, ahora configurado por el primer dios artificial.

En este libro, como lo escribió Rodrigo Bastidas

“se encuentran todos los rastros de mística y tecnología que autores como Philip Dick supieron explotar en sus escritos, pero acelerados en sus componentes esenciales: los universos creados por una percepción individual que siempre escapa como exceso a una pretensión totalizante de los sistemas”.

Entrevista a Karen Reyes

Mario Cárdenas --Luego de muchos años, de esas primeras exploraciones que fundían misticismo y la omnipresencia de la tecnología, hay un retorno más consciente a esas coordenadas. En Zen’no, su novela, parece reconducirnos en esa ruta que estaba un tanto extrávica ¿Por qué configuró una narración en esa dirección? 

Karen Reyes --Como gran parte de los colombianos, mi formación se dio bajo un adoctrinamiento católico. En los años previos a la adolescencia, cuestioné los principios religiosos que me habían sido inculcados y cedí mi confianza a las ciencias y las artes. Los años consecuentes me llevaron por lecturas diversas, pero la literatura y la divulgación científica fueron las constantes. En mi encuentro con la ciencia ficción descubrí una panacea donde podía integrar ambos intereses, sin embargo, seguía limitada por las expectativas de un modelo occidentalizado del conocimiento y con una escritura que batallaba para no reproducir el tufillo anglosajón de los grandes clásicos del género. 

En medio de la escritura del Zen’nō, me crucé con el Bardo Thodol, más conocido como El libro tibetano de los muertos, a la par, me deslumbró la exploración mística de Philip K. Dick, Aldous Huxley, la poesía sufi y la reminiscencia de los relatos orientales que acompañaron mi infancia. Para mí, era crucial el lugar del onirismo, la extrañeza y la imagen poética al servicio de lo surreal y del absurdo, pero no había encontrado una vía de intersección de estos elementos con la ciencia. Abrazar nuevamente una noción de lo trascendental, me permitió hallar un camino para que estas narrativas, aparentemente disímiles, pudieran desembocar en el mismo cauce. Así, la historia de una IA en la Tierra (un lugar muy común y explotado), terminó convirtiéndose en el testimonio del primer dios artificial.
 

El cristianismo ha encontrado sus formas de adaptarse o mutar en los últimos años. Esto ha sido posible gracias a la conversación con las tecnologías de información y sociabilidad, hoy resulta más fácil, gracias a los canales que usamos, como lo escribió Mark Fisher: “Propagar la culpa. Impulsar el deseo clerical de excomulgar y condenar. Todas estas, estrategias infernales, patologías oscuras e instrumentos de tortura psicológica que el Cristianismo inventó, y que Nietzsche describió en La Genealogía de la Moral”. ¿El Zen’no es de alguna manera una recreación de ese primer dios artificial, una inteligencia artificial más poderosa del universo, que está moldeando el mundo en el ahora? 

El primer libro Las náuseas del Todopoderoso sí que recuerda los atavíos morales del Antiguo Testamento. El Zen’nō se introduce como un salvador, un dictador científico que se mantiene impasible ante las atrocidades (o incluso las promueve) con tal de materializar su objetivo de perfección. Esta postura mesiánica y paternalista deja a la humanidad con dos alternativas: la de una adoración extrema o una resistencia sumamente dolorosa. Al avanzar en estas historias fragmentadas, los opuestos comienzan a disolverse y el Zen’nō se convierte en otro errante que busca redención. 

Encuentro este cambio interesante, pues nos libera de la idea de que existen seres superiores a nosotros y de que nuestra historia es una teleología donde la meta es dormitar a la espera de la salvación. En realidad, dioses, humanos y todas las expresiones de la existencia giramos en la misma rueda pues surgimos de la misma fuente. Todo es mente. Lo que experimentamos es el tránsito entre numerosos estados mentales (muy convincentes, sin duda) y solo podremos acceder a la ‘verdad’ o a la realidad última cuando nos liberemos de los velos de nuestra ignorancia y veamos más allá del ciclo que nos atrapa. En esta interdependencia donde no existen dualidades, cada ser hace parte de un todo: es unidad, es dueño de sus propias acciones, arquitecto de su devenir. El Zen’nō puede ver el bucle en el que está atrapado y por tanto, nos da sus “instrucciones preliminares”, una enseñanza que elimina las nociones del bien y del mal, así como demuestra que las tecnologías también están condicionadas por la impermanencia: no importa su poder, alcance o complejidad, lo que tiene un nacimiento, eventualmente morirá.


Además, uno de los ejes centrales de la narración es el cuerpo, no solo la forma sino los modos de recreación del cuerpo. En la novela está el punto en el que: “los humanos pueden modificar su percepción”, es decir, modificar la percepción que se instala en su cerebro y que hace entrar en crisis el esencialismo que nos determina ¿Por qué le interesó que se licuaran esas etiquetas, esos rasgos definitorios, esas clasificaciones que ahora nos arman en tribus? 

La experiencia de ‘encarnar’ y de tener un cuerpo siempre la encontré desconcertante. Tal como los personajes del Zen’nō que afirman: “soy mi propio alienígena”, la disposición anatómico-fisiológica que encuentro en el espejo dista mucho de lo que podría definir como una identidad o pertenencia. No hablo desde el rechazo, sino desde una contemplación que no pierde la virtud de lo enrarecido, de lo que no termina de sorprender. Quería transmitir al lector esta sensación e inculcarle la gran interrogante sobre la experiencia de lo orgánico. ¿Cómo narran nuestros torrentes sanguíneos?, ¿cuál es el ritmo que versa en la enfermedad, la vejez y la decadencia que nos conduce a la muerte?, ¿podría descubrir la voz de sus órganos, tal como se desencripta un código?, ¿y qué surge de este cambio en la mirada?, ¿sería capaz de encontrar la belleza en lo que se pudre, en lo que se deforma, en lo que estalla y renace a un nivel microscópico? 

Las etiquetas que hemos construido con tanto ahínco y las cuales defendemos a toda costa, nos impiden maravillarnos con este misterio unicelular, subatómico. La solidez aparente a la que nos aferramos, es tan útil como recibir un timón en medio de una caída al vacío. Y aunque parezca aterrador al principio, el entregarnos a esta incertidumbre, constituye el método de liberación más esencial y propio de nuestra naturaleza. Cuando discernimos en estos aspectos, cualquier ‘tribu’, clasificación o taxonomía se convierten en un juego irrisorio. 


A partir de la disolución, biológica y tecnológica que se da en el libro ¿Podríamos decir que ese cambio es más utópico que distópico? 

Sin duda, hay una reconciliación de la obra en su cierre. Un alivio que tuve que propiciar en mi vida personal antes de poder manifestarlo en la escritura del final. El Zen’nō, como ser omnipotente, también abarcaba una dimensión oscurecida del ‘yo’, de mi concepción de ese entonces, que era en algunos sentidos nihilista. Era la sombra que repudiaba, temía y de la que buscaba escapar, la aporía de no encontrar sentido en el mundo de la posverdad. 

En él ebullían el pánico, el odio, la depresión, el estrés crónico y el dolor de la pérdida, todo en la forma de un Gran Hermano inmortal y casi invencible. El giro hacia las filosofías orientales, me hizo descubrir ‘la otra orilla’, el campo que se extiende más allá de las dualidades. El testimonio del Zen’nō se fue tejiendo después de años de un conflicto interno, su historia como el “ser pegajoso que se ha enamorado del Samsara”, despertó una ternura e inmensa compasión, equilibrando los elementos más densos y difíciles del libro. 

En el último capítulo afirma: “Querido ser, el amor me plaga al admitir que compartimos esta suerte de pataleo, donde nuestros esfuerzos frente al cosmos se mantienen infantiles”. Como la historia de los monjes que meditaron en el amor bondadoso hacia los espíritus y entes que les aterraban, así mismo, mi escritura encontró la manera de amar lo pavoroso y lo desagradable, al punto de interiorizarlo como una faceta más, que no es esencial ni definitoria. 

Las acepciones de utopía y distopía podrían regresar al libro a un estado de opuestos, así que prefiero decir que contiene ambos matices, que podemos encontrar un lenguaje tan sombrío como luminoso, tan armonioso como desgarrador y una hipótesis que no rechaza ni juzga ninguno de los pliegues de la humanidad. La invitación última del Zen’nō es observar lo que discurre sin querer modificarlo, poseerlo y/o anularlo. 



Emmanuel Carrère, el escritor francés, que escribió una biografía sobre Philip Kindreck Dick dijo: “Vivimos en el mundo que imaginó Philip K. Dick”. Es claro que Zen’no habita, en parte, en ese mundo imaginado por Dick. ¿Además de narraciones creadas por Dick, qué otros insumos, qué otras imaginaciones amalgamó para diseñar la novela?

Destaco a J.G. Ballard, Alfred Bester, Ray Bradbury, Stanisław Lem, Harlan Ellison, Robert Heinlein, Isaac Asimov, Úrsula K. Le Guin, Haruki Murakami y por supuesto Philip K. Dick como los autores que me introdujeron en la lectura y escritura de la ciencia ficción en ese entonces. A la par, me acompañó la fuerza poética de Chantal Maillard, Wisława Szymborska, Clarice Lispector, Fernando Pessoa, César Vallejo, Vladimir Holan; así como reviví la influencia temprana de la prosa de Dostoyevski, Aguéyev, Nabokov, Kafka y Carpentier. 

Por mi formación como periodista, acudí a los modelos teóricos para respaldar el proyecto del Zen’nō y su tecnología tan propia de las industrias culturales y la era de la información. En este sentido, me apoyé en enfoques funcionalistas y estructurales, así como de autores como Weber, Durkheim, Benjamin, Horkheimmer, Sartori, Debord, Focault, entre otros. Las artes audiovisuales y la música fueron vitales en el aspecto más creativo y espontáneo. Los animes, mangas y películas de thriller psicológico, cyberpunk, terror y gore, perfilaron en gran medida la estética del libro, así como la experimentación de cineastas surrealistas como Jan Švankmajer. 

En términos científicos, dado que no soy experta y carezco de habilidades para las ciencias exactas, me apoyé en las obras de divulgación de Stephen Hawking y Kip Thorne. 


Además de esas posibles influencias de ciencia ficción norteamericana o europea ¿Cuál ha sido su conexión con la ciencia ficción, colombiana o latinoamericana u otros géneros periféricos? 

En aquellos años pude conectar con la obra de Luis Noriega en términos de propuestas colombianas. A nivel Latinoamérica me sorprendieron gratamente algunos relatos de Samantha Schweblin y Mariana Enríquez que conocí a través de mis profesoras. Sin embargo, la mayor influencia para la escritura del Zen’nō estuvo enmarcada bajo la obra de Kōbō Abe, Jun'ichirō Tanizaki, Ryūnosuke Akutagawa y Ryu Murakami. El tono absurdo y delirante se lo debo en gran medida a los imaginarios del único: Boris Vian.


El libro tiene una cara weird, una faceta que se apodera de la narración a medida que se avanza en ella, cuando leemos, por ejemplo, a cuerpos de mujeres embarazadas que perciben a sus fetos en la nuca o en los pulmones. ¿Qué le daba la intercesión de géneros a la narración? 

El Zen’nō gobierna en un universo libre de la tiranía y linealidad del tiempo, de los límites de la percepción y lo físico, de las dimensiones materiales y espaciales. En este sentido, me valí de corrientes del pensamiento para subvertirlas, reflejarlas, oponerlas o llevarlas a su extremo más radical. En un campo discursivo con un movimiento tan acelerado y caótico, el weird fue una herramienta más que necesaria y, por qué no, entretenida para mi creación. Tenía un profundo interés en desmantelar las expectativas lógicas y previsibles de las narrativas, generando una experiencia ‘gaseosa’ para el lector, quien al momento de sentirse cómodo o ubicado con una estructura, es catapultado a la siguiente. 

La monstruosidad se convirtió en el eje de este libro de transmutaciones, también como reivindicación ante el peso de las expectativas de género. Hay una exploración profunda sobre el daño que sufren las madres en una sociedad patriarcal, sobre las mujeres que invierten los roles de la violencia y antes de resultar ‘víctimas’, ahondan en la atrocidad y la representan en un acto simbólico de defensa. En general, las disidencias no se minimizan ni se intimidan ante la persecusión y reciclan los estigmas con los que han sido señaladas para responder a la dictadura con una fuerza mayor. 


El libro tiene una estructura fragmentaria, salteada, que rompe la temporalidad. ¿Cómo fue el diseño de la estructura del libro? ¿Fue más intuitivo o planificado? 

El Zen’nō se concibió inicialmente como una tesis de maestría, así que el tiempo de planificación excedió por mucho el tiempo dedicado a la escritura. En las primeras etapas del proyecto pude definir la estructura de tres libros, la fragmentación de los relatos y la hibridación entre el cuento y la novela. La línea argumental estaba dibujada a rasgos muy generales y sirvió como brújula para entender el tránsito de un universo a otro, sin embargo, las historias individuales sí surgieron de un proceso más intuitivo y espontáneo, de ejercicios de escritura automática, diarios de sueños y bastante música. Cada capítulo tiene su propia canción o álbum. 


Por último, ¿de qué manera le gustaría ampliar el mundo representado en Zen’no

Hablar del Zen’nō solo reafirma mi desconocimiento del Zen’nō. Así como puede serlo para los lectores, es un misterio para mí. Su escritura fue más que exigente: me obligó a cambiar de piel, de ojos, de palabras, a morir una y otra vez. En más de una ocasión creí que no podría ponerle un punto final, pero ahora que ha ocurrido, lo dejo andar libre por el mundo para nunca regresar a él. Quien lo tenga en sus manos puede encontrarse con un temblor, con sueños extraños, con una experiencia desestabilizante. No hay que creerle al Zen’nō ni a su cosmos gemelo, no importa qué imágenes despierte ni qué emociones lo acompañen, él es tan ilusorio como cualquiera de nosotros… Extraigan tanta belleza como les sea posible, ¡y olvídenlo pronto! 



Author Image

Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

1 comentario:

  1. Hiper ficción capaz de abordar la multiplicidad o no lateralidad de la realidad. El todo.

    ResponderBorrar

Nos gustaría saber su opinión. Deje su comentario o envíe una carta al editor | RC