lunes, 7 de junio de 2021

Un viaje interior en medio de un mundo devastado

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En la novela Mugre Rosa, la escritora uruguaya Fernanda Trías crea una historia en la que predomina una atmósfera de desolación que sirve de espejo a nuestra difícil realidad actual. 


Por Pablo Concha


“No me resulta fácil describir el tiempo del encierro, porque si algo caracterizaba el encierro era esa sensación de no tiempo. Existíamos en una espera que tampoco era la espera de nada concreto. Esperábamos. Pero lo que esperábamos era que nada pasara, porque cualquier cambio podía significar algo peor”. 

El párrafo anterior no está describiendo el confinamiento ocasionado por la pandemia del Covid–19, aunque, dada nuestra realidad actual, sería lo más lógico de suponer. Se refiere a una catástrofe de otra índole, que puede servir de espejo a nuestra nueva normalidad. En Mugre Rosa, la nueva novela de la escritora Fernanda Trías (Montevideo, 1976), una misteriosa epidemia viene en el agua y ocasiona que los peces aparezcan muertos en la playa, luego los pájaros dejan de verse y unas algas comienzan a invadirlo todo y a cambiar el color del agua. Entonces llega El Príncipe, un viento rojo, feroz, que sacude cada tanto los pueblos costeros y todos deben encerrarse porque el solo contacto con el aire te contamina y te enferma, hace que la piel se caiga. La gente debe hervir el agua varias veces antes de tomarla, usar pastillas purificadoras, llevar mascarillas cuando salen a la calle en medio de una niebla espesa que lo cubre todo y tapa el sol. 

Fernanda Trías escribió esta novela entre 2018 y 2020, gracias a la primera edición del premio SEGIB-Eñe-Casa de Velásquez para escritores iberoamericanos y el programa de escritor en residencia de la Universidad de los Andes en Bogotá, y es como si hubiera vislumbrado un futuro –ligeramente distinto pero igual de desastroso– que estaba a la vuelta de la esquina para todos nosotros. Un poder de anticipación igual al de leyendas de la literatura como Philip K. Dick y J. G. Ballard. Lo curioso es que la autora no se sintió muy impactada al descubrir el paralelo entre su novela y la realidad que estamos viviendo: “No me sorprendió tanto porque la literatura siempre ha tenido un papel anticipatorio. Lo extraño fue que la novela justo se publicara durante la pandemia, no antes ni después, lo que hace que su lectura adquiera otros matices. Pero pienso que esta pandemia no era tan difícil de predecir: no sabíamos cuándo, no sabíamos cómo, pero una epidemia importante estaba anunciada desde hacía mucho, la OMS hablaba de que había que prepararse. Las pandemias son cíclicas, y la gripe española de 1918 no iba a ser la última. Solo que pecamos de soberbios, nos creímos inmunes, nos creímos demasiado civilizados, con una confianza exagerada en la capacidad de la ciencia para evitarnos una pandemia de estas dimensiones. Y resultó que descubrimos que somos un organismo más, una parte del todo que es el planeta, y que dependemos de la armonía general para nuestra propia supervivencia”. 

En Mugre Rosa, una narradora sin nombre cuida por periodos de tiempo cada vez más largos a un niño con el síndrome de Prader-Willi, un trastorno genético poco común que provoca “una sensación constante de hambre. La parte del cerebro que controla la saciedad no funciona como debe. Las personas con este síndrome comen de manera excesiva y voraz, sufriendo la mayoría de obesidad”. Ambos sobreviven en medio de la epidemia, observando el colapso del mundo alrededor, tratando de seguir una rutina: Mauro jugando y comiendo sin parar, la narradora adentrándose cada vez más en su memoria, quizá como una forma de escape, tratando de entender cómo llegó ahí, qué pasó exactamente, cuándo cambió todo; a veces sin poder recordar algunas cosas, o sabiendo que lo que recuerda es falso, que es la reminiscencia de otra persona, algo que le contaron y de lo que no se puede fiar. Esa lucha consigo misma, con la memoria y la importancia de no olvidar el pasado, de fijarlo definitivamente, está en el corazón de Mugre rosa

“La memoria es una vasija rota: mil pedazos y lascas de barro seco. ¿Qué partes tuyas quedan intactas? El barro te hace resbalar, perdés el equilibrio. Y era un equilibrio tan precario, te esforzaste tanto en mantenerlo, para luego irte de culo al piso”. 

La novela tiene una estructura que alterna la narración con breves fragmentos de diálogo en donde no se especifica quién habla. “Quería que toda la novela tuviera una atmósfera un poco onírica, desdibujada, gaseosa, al igual que la niebla omnipresente, que borronea los contornos y no permite saber cuál es el límite de las cosas. Que ciertos sentidos quedaran velados. Estos fragmentos más poéticos, o diálogos sin hablantes, ayudaban a generar esa sensación, como voces de la vigilia que se cuelan en los sueños. Y también por el trabajo con la memoria, la memoria ¿cómo funciona? Los recuerdos son fragmentarios, hay trozos que llegan como flashes, hay lagunas, hay otras zonas que permanecen inaccesibles”, dice la escritora. 

La voz de la narradora cambia con frecuencia de la primera persona a una segunda persona, como si ella no solo recordara lo que aconteció, sino que también se lo estuviera reafirmando de alguna manera; lo cual crea un efecto raro, medio hipnótico, en el lector. “Todo el tiempo intenté trabajar el lenguaje y explorar todas sus posibilidades para que no fuera un mero vehículo de una historia (algo que no me interesa para nada), sino que tuviera una cierta plasticidad acorde a la atmósfera de la novela. Al escribir me interesa que tanto la estructura como el tono y el trabajo con el lenguaje no sean caprichosos, sino que dialoguen con lo que está ocurriendo. Ese efecto raro y medio hipnótico era justamente el que quería lograr, porque ese mundo devastado también es un mundo nuevo, y como mundo nuevo necesita otro lenguaje que pueda comunicar mejor la experiencia de habitar en él”. 

Otro tema importante es la maternidad, pero la fallida, la que al final abandona y no se puede recuperar. Y el hambre, la incapacidad de saciarla, lo que significa vivir sin estar nunca satisfecho. Hay algunas obras de ficción que dialogan y están en comunión con Mugre rosa: “Podría decir que vengo haciendo acopio de influencias desde antes incluso de pensar en escribir esta novela, y lo que yo considero novelas que dialogan con Mugre rosa ¡son libros que leí después de haberla escrito! Por ejemplo, Tejer la oscuridad, la nueva novela de Emiliano Monge, que es maravillosa. Pero si tengo que pensar en una constelación de libros que se emparenten pienso en Distancia de rescate de Samanta Schweblin, La carretera de Cormac McCarthy y hasta El cuento de la criada de Margaret Atwood. No son influencias, pero sí creo que tienen elementos en común”. 

Al final, lo que está en el núcleo de Mugre rosa es la idea de entender el pasado para poder seguir adelante; comprender que los recuerdos, en ocasiones, son lo único valioso que nos queda. Al contemplar la soledad de esta mujer que en medio de ese nuevo mundo, resultado de una eco-catástrofe, analiza su pasado y su vida para tratar de hallar algún sentido a la mujer en la que se ha convertido, podamos considerar hacer lo mismo.

Mugre rosa forma parte de la colección Mapa de las lenguas del grupo editorial Penguin Random House y se encuentra disponible en todas las librerías del país. 


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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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