"Yo hablo como proletaria de la feminidad:
desde aquí hablé hasta ahora y desde aquí vuelvo a empezar hoy." Virginie
Despentes, Teoría de King Kong
“La vida es mucho más experta que el yo.” Suley
Rolnik
Soy lo que llaman una mujer pública. Según la
definición del Diccionario de la Real Academia de la lengua española, eso
equivaldría entonces a decir que soy prostituta. No podría yo ser un hombre
público como aquel que incide en la sociedad. Este texto es para reaccionar
abiertamente ante las definiciones y prescripciones del diccionario y el
prejuicio sobre lo que soy, sobre lo que digo y cómo lo digo, como una mujer. Desde
allí comenzaré. Debo aclarar que cuando digo yo, hay unas otras que me
anteceden y con quienes converso aquí y hay también muchas maneras de ver lo
femenino en lo público.
Si me quito algunas capas del yo, diré también
que soy lingüista y que la mayoría de las personas cuando escuchan esto piensan
que tengo en mi cabeza el deber y cumplimiento de manuales de ortografía, esto
lo uso convenientemente para ganar dinero corrigiendo textos, pero no soy
purista; más bien me ubico entre lo que mis estudiantes llaman la revolución
de la lengua, la de aquellos que hablan y desforman las lenguas y nos gusta
escucharlos para conocer la variable y las variantes, lo que esto representa y
manifiesta del pensamiento y la realidad que viven las personas. Soy una
lenguajera en la peluquería. Una profesora por vocación y escritora por pasión
y ejercicio.
Escribo esto mientras me tinturo el pelo y
pienso en la incerteza que nos plantan a las mujeres para hablar y hacerlo en
público. Soy honrosamente deseosa de mi vanidad y mi sexualidad, me ha pasado
dos veces escribiendo que he tenido orgasmos.
Este texto es sobre esa energía de crear y sobre la incorrección de usar
la palabra que aún cargamos las mujeres, también es sobre feminidad y expresión
de un lugar en el que nací, que a veces pesa, pero que quiero celebrar.
Cultivo en la peluquería mi propia armonía y
estética, escucho hablar a una pareja de dos hombres sobre sus proyectos y
planes amorosos, me da gusto por ellos, sigo escribiendo el texto porque soy
una mujer pública, aunque lo haga en secreto y privadamente.
También he caído en esas trampas de a veces
ponérsela dura a alguien que no me garantiza sueños, como dice Virginie, pero
cada vez es más mi certeza de no hacerlo, de gustarme y elegirme, de mi
sensualidad. Vibro la vida en el hecho de que escribir es una energía erótica y
vital, una fuerza femenina, que se nutre de las palabras, con todo y la risa
que me provoca la pretensión de esta burguesía. Escribir es el poder de gozar y
hacer puente entre lo espiritual y lo político, dice mi ancestra Audre Lorde.
Otra capa de la cebolla dice que soy literata,
la burguesa. Tal vez son las más finas prendas de este ego frágil que me toca
engordar el doble que a un hombre para poder sobrevivir, aun así, la verdad es
que a veces lo dejo languidecer, porque como dice Virginie, sí, me ha tocado
ser un hombre y sentir como uno, pero
recientemente pienso en que mi padre siempre quiso un machito y yo lo fui,
actué como uno hasta que me cansé y ahora vengo a la silla giratoria de la
estética para confirmar que mi palabra es de mujer, que escribo desde allí y
mis contradicciones y aprendizajes están en la lengua que se transforma a cada
tanto, que es una y otras miles, la que comparto para el mundo, para mis hijos,
para las masculinidades que escuchan, pero sobre todo para mí.
Soy una mujer potente más no poderosa. Más bien
una mujer pública que no cae en el altruismo, o en el odio, por ser buena
persona y demostrar mi simpatía por una causa también externa a mí. Por eso soy
mujer sin banderas, aunque se confundan algunes en el afán de
clasificarme, aunque a veces yo misma me confunda en contradicción con mi
propio ser y alimente mi ego con el fast food de lo que no soy en la
dualidad entre hombres y mujeres. Se sabe que todos somos uno y que ese uno es
femenino, caos y naturaleza, rechazada y abyecta luz después del túnel oscuro.
Soy una proletaria que saca cuentas alegres
para arreglarse el pelo, porque los crespos son costosos de cuidar. Así es el
deseo, donde la macropolítica capitalista tiene su más fiero cuchillo, también
recuerdo a Suley Rolnik mientras me considero una consumidora de la belleza que
hace ocho o más horas frente al ordenador para sacarse un turnito y de vez en
cuando ponerse la capa de adorno de las certezas. La peluquería es otra ilusión
burguesa de esta mujer obrera obsesionada con ideas libres. Un deseo de vida
que se reafirma para sobrevivir a punta de mi cotidianidad de obrera. Una
vulnerabilidad consciente en la garganta y la interdependencia de quienes me
anteceden.
El ego también me dice que habito en la
academia y trabajo allí, más no cultivo una disciplina digo lo que pienso y
siento desde mi existencia en femenino y siempre llego al tema del género
alternativamente por decir, no es mi estudio principal. Virginie me habla sobre
las que salieron de estos antros y no soy muy diferente a ellas, solo que aquí,
en este lugar masculino, intento hablar y alguien me escucha, cada vez más
erótica y armoniosa para mí, aprendí a reconocer al bestiario y la paciencia de
las burocracias maquillada por la rutina y a escapar de los embates con
creatividad, a escribirme por fuera desde adentro.
Una generación de mujeres preparadas y solas,
dice el censo del D.A.N.E. del 2019[1] en
Colombia, proletarias de lo femenino, las que lograron insertarse en el mundo
de machos académicos, pero llevan sus luchas en la intimidad y la mente bisagra
entre las madres y abuelas de capas arraigadas de machismo y jóvenes
progresistas en los salones de clase. Proletaria de un femenino que hasta las
mismas mujeres rechazamos, y no es cuestión de sonreírle a los machos, ni de
imitarlos, sino de caer en el juego binario. Aprendí a decir vieja masculinidad
y a no callar, tampoco llevo la bandera de las nuevas. Me expreso y esa es toda
la transformación que pretendo en este mundo.
Para mí la poesía es la madre, la lengua madre,
con todo lo tirana y estatal que puede llegar a ser la madre según conversaba
con Virgnie en su libro, pero también la informe, la que se sale de las normas
del diccionario, la Yocasta en el psicoanálisis de Christiane Olivier y la
lengua materna de la filósofa Luisa Mouraro de quien aprendí que es necesario
escuchar las lenguas nodrizas, las vernáculas y conecté, por relación con la
filología, con un español vulgar que hablamos en este siglo, que, además
heredamos como lengua de los victimarios, la madre Negra que nos hace libres y
que habita en lo oscuro de los sueños, la que humaniza, la que siente antes de
pensar para existir me dicta en los dedos Audre Lorde. La pacha herida de los
pueblos andinos. Me gustan esas lenguas otras que no son la del español y que
están dentro del español mismo, las frágiles del resto y fuertes de alma y
cuerpo diverso, resonante.
Me
pinto las uñas mientras exijo el derecho al aborto libre y gratuito, aunque no
aborté ni lo haría nunca, pues el tigre que siempre me hace repetir mis
narrativas más crueles se llama judeocristianismo. Así como hago poledance
y no creo que por eso esté cosificándome, a mi ego gordito a veces le gusta
mostrarse como alguien fuerte y que se note en el cuerpo y que yo misma pueda
retarme a hacer algo de lo que pensaba no era capaz. El cuerpo hacia todo y el
cuerpo en presente, me quedo con ese sentir y escribir del cuerpo y desde el
cuerpo en femenino.
No
es lo erótico igual a lo pornográfico, no es una representación o ritual para
satisfacer al macho, es al contrario una liberación de mi yo sensual y
femenino, de la psique y lo emocional allí en la barra. Incluso cuando lo
publico en una foto de Instagram no busco causar una reacción sino hacer la
diferencia a largo plazo, aunque exista una palabra afuera o me escriban
quienes acostumbran a sentir que una foto está dedicada a ellos porque no
existe más en el mundo que su falo. Así que si llegaran a violarme por poner
fotos de pole, alguien seguro diría que yo lo busqué, como repiten los diarios
sobre las mujeres que quieren el gozo, las peligrosas. Incluso mujeres dirán
que lo incité porque nos educaron a no desear, no aprendimos a aceptar el deseo
para nosotras, sino a vernos bonitas y sonrientes siempre agradar a un él.
El
cuerpo es una letra, un sonido, una palabra que busca emerger del orden de la
madre, unas palabras deformes y desfiguradas que se maquillan para bailar en la
fiesta a la que no fueron invitadas, régimen en resistencia y celebración de la
propia oscuridad, de la indeterminación y la forma efímera que se busca fijar
en la escritura, para no morir, cuando la muerte es lo cierto y la
transformación lo que permanece. El cuerpo es inocencia y es ese lenguaje de la
infancia que perdimos cuando dijimos la primera persona del singular del padre.
El cuerpo canaliza todo, siente en presente, cuando se extravía deprime a la
mente hacia el pasado, traba y angustia el ser hacia el futuro cuando imagina
las catástrofes. Todas estas enfermedades impuestas sobre las mujeres
peligrosas, según me dice Audre. La mala educación emocional.
El
cuerpo resonante está en todos, en todo, en el sexo abierto y receptor que
escribe y siente, ese femenino es el de mi clase proletaria. Hay una potencia
de la vida y la muerte transformándose permanentemente, lo sabe Clarissa
Pinkola desde la tradición Jungeana pero más desde los mitos de los ancestros,
la palabra emerge para dar cuenta de la transformación del mito. El femenino
muta y los lugares de su imaginación también, también debe transformarse en el
sagrado masculino, en nuestro interior ambos.
El
pacto del patriarcado, la cultura de la violación y del amor romántico es equiparable,
denunciable y relacionable con la fuerza, la rabia y con el repudio de una puta
a quien le roban dinero después de trabajar, de la impotencia que siente la
esclava sexual y de ese dolor antiguo en nuestras vulvas. Las mujeres públicas
recibimos el palo por todos lados, dice Virginie, si decimos sexo se nos trata
de prostitutas e incluso se nos repudia la cara de la ternura porque la imagen
no les cabe en la mente a quienes nos observan asumidas en nuestro ser.
Aun
así, hay quienes nos quedamos allí, en no ser las más buenas, las más amables,
sino en abrazar a las brujas y desde esa lengua informe y femenina nos entrega
al disfrute y al gozo del cuerpo, para nosotras mismas. Esta es una
micropolítica, mayoritariamente aislada, pero ahora que hablamos y que
escribimos poesía, es una siembra de embriones desde la garganta, es también
volver a la intuición como categoría del conocer, la sabiduría de la vida dice
Suley Rolnik, en el epígrafe que cito, frente al paradigma racional que tanto
nos ha anestesiado.
Las
mujeres escritoras a lo largo de la historia, también las lingüistas, también
las ancestras (aunque el autocorrector de Word en este momento me marque en
rojo la palabra), todas públicas, hemos estado escondidas escribiendo en las
cocinas (de donde se me acusa, huyo para venir a maquillarme las cejas) a lo
sumo nos hemos puesto nombres raros o anónimos o nos han hecho como a Virginie
el reclamo por aquellas fronteras que no debimos romper al hablar. Por lo bien
dicho y el deber ser, incluso por la exigencia de los activismos que se vuelven
otras cadenas más del mismo caldo de egos.
Sin
embargo, este siglo es de mujeres menos calladas, Audre Lorde nos convidó a no
callarnos porque son tiempos de que hablemos las sobrevivientes de ese largo
mutismo, hablar desde todo ese silencio y resonar con él. Una palabra sale como
una figura en la barra de pole, después de mucho entrenamiento, las piernas se
abren y los brazos se mantienen, puede una con toda su humanidad y eso es
bastante en tiempos de amenaza. Mi hija dice que soy trancúa, macisa,
que tengo el cuerpo fuerte y me veo como si pudiera darle un golpe a cualquiera,
yo en cambio creo en que mis brazos son bellos y si tengo que decir algo con
fuerza lo haré alto y contorneado, con la resonancia del golpe del tambor como
dice Chantal Maillard, sobre todo cuando una tiene que decir: No, hasta aquí,
esto no es mío, hazte responsable.
Mi
abuela me pintaba el mechón de rubio cuando yo tenía ocho años, mi profesora de
tercero pensaba que era natural. Mi abuela aprendió a escribir adulta y hacer
cuentas y negocios para sobrevivir, mi herencia proletaria está en el secador de
pelo. En el espejo abrazo a mi madre, a mi hija, a mi abuela y hasta a mis tías
y sus vidas que llegan a hacer fiesta cada vez que honro su silencio y hablo. El cuerpo expuesto en la página en blanco es
salvaje, femenino y luminoso, también habla en inclusivo y si se va a la
protesta lleva las pancartas, ralla y se emborracha el corazón; esta es la feminidad
auténtica de poder consigo misma y dar cuenta de la fuerza que resuena es parte
de mi cotidiano activismo, sin estigmas desde alguna orilla. Inconveniente y
políticamente incorrecta para todos los bandos cuando haya que ser crítica y
estar por fuera de un juicio acusatorio, pero con el cuerpo metido
apasionadamente en escribir.
Lloro
en la peluquería por un tipo que fingió interés para tener sexo, no por él sino
por haber caído de nuevo en la idea de amor romántico, lloro por el tigre y por
la muerta que aparece en el periódico encima de la repisa al lado de los
cepillos para hacer el blower y los ganchos de la vuelta, también le
dicen a la toca, por las muertas en mi propia familia. Mi garganta
muchas veces enferma de autocensura. Vivir en el gozo es un problema porque
buscas eso que te anima y no siempre está, hay que crearlo y auto dárselo.
Aunque a veces solo se sobreviva escribiendo textos o revisándolos sin querer
solo para tener unos pesos e ir al diván del peluquero. Allí nos parecemos a
las putas en el sentido del trauma que se suma a lo pornográfico de lo que
habla Virginie, cuando una no entrega su erotismo a lo que quiere hacer cada
día.
En
ese lugar que no tiene una raíz me conecto con todas y transformo siempre lo
que soy, el problema es la lengua única, esa camisa de fuerza que es el idioma
español que no deja de serme imposible, inasible. Por eso el silencio heredado
y resonante, el lenguaje inclusivo me parecen redobles de ese puño femenino que
va tocando con el cuerpo, sintiendo una lengua materna y vulgar, y los
dialectos dentro del español colombiano, y el sociolecto del parlache con toda
su carga narcotraficante, porque es honesto con lo que somos y de dónde venimos
porque es pensamiento, la memoria y el terror que permiten las palabras, dar
cuerpo al sentir.
Son
las lenguas que me gustan, las orales, las del margen. No las lenguas erectas
que se posesionan en un canon o en el estante del más vendido, por eso no me
quiero autocensurar en este escrito. Nótese que no quiero poner la cita aquí, al
menos no en formato A.P.A., pongo los libros al final para quien quiera leer las
busque y tenga a bien escuchar algo del eco que traigo en estas palabras.
Prefiero apropiarme de la libertad que me ha dado esta publicación de ser
políticamente incorrecta en todo el sentido. Incluso escribiendo en el femenino
plural de la primera persona, prefiero el boca a boca de una recomendación, el
balbuceo.
He
pasado muchos años de mi juventud, que no acaba, en las peluquerías y con
lenguas distintas, me he cambiado el pelo y en la frivolidad me pienso esto de
la incerteza que nos plantan el no estar segura y la condena al no deseo, el
preferir ser antes violadas que, catalogadas como zorras, dice Virginie y le
creo. Nací mujer y esa capa es muy gruesa de quitar, sobre todo la del dolor
antiguo de tantas violencias que traen una rabia nueva.
Para
ser mujer poeta me he reconciliado con escucharme, y todavía pienso que no
llego al lenguaje que quiero, dudo cuando me preguntan por una poética y ahora
que lo pienso sería esa, la de lo indeterminado y el gozo. La poesía es una
madre, y también un fracaso porque no dice lo que uno quiere decir exactamente,
porque tampoco es algo lo que se quiera decir más bien pintar el silencio que
es la madre de todas las lenguas del tocador mientras el sonido sordo o el olor
a amoniaco.
Además,
está el ensayo, la narrativa, todo ejercicio del cuerpo es una labor pública,
como la de la prostituta, dice Virgine, muy cercana a la definición de
diccionario porque al final una mujer que escribe en el siglo XXI está marcada
por alejarse del rol tradicional en el que la sociedad pone a las mujeres,
incluido el deseo que se cuela por las páginas. Una mujer que dice lo que
quiere y se exhibe, en conflicto gozoso y deseante, en eso sí nos parecemos
Virginie y yo, en lo que disentir y estar por fuera de la norma de la feminidad
construida. Yo cultivo el agua adentro para mí, transito mi poder en la
oscuridad y eso me lo enseñó Audre. Por eso vengo al salón y a sus lenguas eróticas
en revolución, lenguas de la sexitud de la palabra.
Me
trago entera la tristeza mientras inventario los labiales y pido las
referencias de los aclarantes para una próxima visita, me he puesto un vestido
de flores y llevo un bolso, como una mujer delicada y compasiva antes de cometer
un crimen. Me siento bella antes de salir y luego de tres horas sentada en esa
silla con Alejo soy esta que baila sola a la salida, para ella misma porque no
hay sino para una misma. La sensualidad me habita ahora y sonrío con sus
colores, no tengo los mismos problemas que otras mujeres, pero al mismo tiempo
los tengo todos que son la misma inseguridad. La misma fragilidad y amenaza de
lo que vibra este cambio de siglo en nuestras existencias, de lo que se resiste
a hacerse ligero en el cuerpo.
Soy
la puta deseante, definición que el diccionario establece para las mujeres
públicas, esta es mi palabra incorrecta, y aunque me cuesta desformar la
estructura de la lengua del padre español en la mente, cuando digo hijes
o cuando digo cuerpa estoy diciendo que estas lenguas de la peluquería
son las mujeres en el semáforo que cargan a los suyos, son hembras que
exploraron su deseo irresuelto y se condenaron al desmembramiento de su cuerpo,
cuando digo amigue y cuando digo amora estoy atentando contra una
forma que me excluye y diciendo a la mente del que lee que en esta lengua
romance y su variante vulgar: las vulgares somos personas.
Todo
lo que está mal afuera lo quiero cambiar en la mente, que es también el lugar
de la rabia y del deseo salvaje e indómito fuera del diccionario, porque Sapir
y Whorf lo dijeron en sus teorías del relativismo lingüístico no hay palabras
que no determinen el pensamiento y la realidad determina a las palabras, pero
también lo vimos en la película The Arrival (2016) donde la traductora aprende
la lengua de las marcianas y con ello también modifica su mente y sus
sentimientos, aprende a valorar de otra forma su realidad y su tiempo.
Ahora
que lo pienso, nunca he escrito en lenguaje incluyente, en mis libros, ni en la
academia, lo hablo informalmente porque están siempre esas alertas de lo que no
te puedes saltar, de las normas, las alertas de una misma, primero. La mayoría
de las veces escribo más en redes coloquialmente, me aprovecho de esos géneros
digitales, más libres, y hay siempre hombres y mujeres cultos que me señalan
porque se sienten molestos, como cuando alguien incorrecto e inconveniente debe
ser ocultado, como una amante indebida, como una puta con vergüenza y con el
poder femenino de unos tacones stiletto y de una boca provocativa para que
todos la vean cuando ella no la deja para sí misma.
Soy
una mujer pública y dejo aquí todo lo que ya no soy para que cuando se me
escuche hablar de nuevo, o se me lea, se sepa también que ya no soy esto ni lo
otro, en mi ejercicio a puño, tambor y rímel de lo femenino sigo transformando
mi pensamiento y con mis gafas miro y desequilibro la estructura, pero
realmente todo eso no es lo que me hace ser persona, ni mujer.
Me
quedo con el sentir de la vida, con el decir sí o no según lo quiera, la
libertad siempre de pensar e imaginar a mi antojo este pedazo de realidad que
me tocó vivir y al que me sumo hablando lenguas de la peluquería. Me gustaría
no terminar de manera decepcionante este texto y darle a los lectores más
argumentos de rojo carmín y razones por las cuales lo incorrecto nos da vida,
pero me conformo con la conclusión a la que llego y es que soy una mujer escritora
deseante, que concuerdo con Virginie en no querer ser un hombre, abrazo mi
femenino y lo asumo desde Audre Lorde con erotismo y le quiero hacer saber a mi
padre que soy una mujer, para que no lo olvide cuando decida escuchar y vibrar,
para verlo a él feminizado en reflejo del espejo profundo y subterráneo de la
peluquería, para abrazarlo en mí cuando me abrace.
___
Bibliografía
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Lorde
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Horas y horas editorial.
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num. 14 (1998): 12-28, digital.
Maillard
Chantal. La ira. Conferencia consultada en youtube. Reproducida en julio de
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Maillard
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Rolnik
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Rolnik
Suely (2019) Entrevista a Suely Rolnik: “Hay que hacer todo un trabajo de
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Whorf, Benjamin Lee (1974). "La
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125.