lunes, 9 de octubre de 2023

Lo peor no es el machismo

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Sobre Los Desagradables, de Andrés Mauricio Muñoz

 


Por Paula Andrea Marín C.

 

La historia de un hombre pusilánime –para mí, el peor adjetivo que se le puede añadir a alguien–; en eso no se equivoca la contracarátula de Los Desagradables, la más reciente novela del escritor colombiano Andrés Mauricio Muñoz (Popayán, 1974). Tampoco se equivoca en señalar que la novela configura una crítica al mundo laboral y a las relaciones sociales centradas en las apariencias. Yo diría que la crítica es, más exactamente, al mundo de las y los oficinistas, la manera en la que mucha gente pierde el tiempo de 8 a 6, cada día, en trabajos que podrían hacerse desde casa en máximo seis horas –como lo demostró la pandemia hace casi tres años–, sin pararse por el café para chismosear con los compañeros y compañeras, sin las reuniones alargadas inútilmente y que se podrían resolver con un correo electrónico o con una reunión virtual de veinte minutos, sin las celebraciones de cumpleaños y de amor y amistad que no le importan a nadie, sin los almuerzos “ejecutivos” que solo dañan el sistema digestivo, sin hacerse el tonto o la tonta escroleando por horas enteras en las redes sociales, sin los formatos que se repiten ad infinitum. La verdad es que no soporto las oficinas y sobre todo la vida que se genera en torno a ellas, pero esto es otro asunto.

 

En Los Desagradables, Muñoz lleva a otro nivel parte del argumento que ya había desarrollado en Las margaritas, su anterior novela. De nuevo, nos encontramos aquí con un hombre muy inseguro sobre su aspecto físico y que no le ha ido nada bien con la vida en pareja, con las mujeres. Palomino, el protagonista, se obsesiona pensando qué fue lo que pasó para que Sofía, su compañera de oficina –una pasante–, hubiera decidido terminar la relación sexo-afectiva que tenían, de manera tan intempestiva. A la par que cavila sobre este duelo, reaparece en su vida una antigua compañera de universidad quien, una noche de fiesta hace más de quince años, mientras participaban en el juego de la botella, cuando le toca besar a Palomino, lo rechaza diciendo “qué asco”. El protagonista creado por Muñoz es un hombre que no es el prototipo de macho y que, en esta ocasión, termina cometiendo lo que las autoridades interpretarán luego como un feminicidio, cuando intenta salvar a una mujer –después de entrar en su casa sin ser invitado– de las manos de otro hombre, este sí, claramente machista.

 

A Muñoz le interesa retratar las contradicciones del feminismo, al igual que ya lo había hecho en Las margaritas: mujeres que hacia el exterior defienden las ideas feministas, pero que en sus vidas privadas aceptan a hombres misóginos como parejas o que mantienen prácticas sin ninguna responsabilidad afectiva en su relación con los hombres, sobre todo, con aquellos que no responden al prototipo del macho Alfa. Al igual que muchas mujeres, también otros muchos hombres sufren de falta de autoestima y esto influye en su sensación de fracaso en su vida sexo-afectiva. En Palomino, esta característica se une al hecho de que se ha alejado de su familia –que no le ofrecía ninguna contención– y de que también siente que ha fracasado en su vida laboral por estar en un trabajo que no corresponde con su ideal –aunque en realidad siempre ha carecido de él–; sin embargo, también es claro que Palomino es una de esas personas que deja que la inercia lo vaya llevando –como Mersault en El extranjero, de Camus–, en todos los aspectos de la existencia, hasta llegar al colmo de cometer un asesinato.

 

Palomino busca una respuesta en esa mujer que rechazó besarlo hace más de quince años, para hacerle “pagar” (así aparece en la novela) por todos los rechazos que vinieron después, pero no es ella la que podrá responderle por qué ha hecho de su vida algo que no lo satisface. Palomino se compara con sus amigos en relación con los logros alcanzados ad portas de atravesar la cuarentena de sus vidas y el ejercicio lo deja exánime: no hay esposa, no hay hijos, no hay casa ostentosa, no hay carro, no hay trabajo rimbombante. No sabemos si la vida que muestran sus amigos tanto en los encuentros como en las redes sociales es real, pero es lo que nutre la somnolencia en la vive Palomino, que se resume en pedir vacaciones solo para no saber qué hacer con el tiempo libre y pasarse los días en su casa viendo series y comiendo cualquier cosa.

 

Nuevamente, Muñoz nos presenta una novela con una técnica narrativa impecable –sigo en deuda de leer sus libros de cuentos–, en la que se nota el oficio y el compromiso con una historia que deja muy bien retratado el mundo banal –y tristísimo– en el que nos movemos la mayoría del tiempo los y las asalariadas. El inconveniente que tengo con la novela de Muñoz no es su escritura, que sigo admirando mucho, sino el tufillo de rencor (como un dolor atragantado) que subyace debajo de la historia: para Muñoz, hay hombres llenos de virtudes que son injustamente rechazados por mujeres que siguen apegadas a un modelo de virilidad tradicional. En realidad, los micromachismos siguen tan vigentes como antes para hombres y mujeres: mujeres que han podido cambiar el modelo tradicional femenino en su vida profesional, pero que en su vida afectiva siguen sin poder desprenderse de la necesidad tener a su lado un macho Alfa; hombres que confunden masculinidad no tradicional con tener problemas de autoestima, los cuales deberían -según ellos- ser solucionados por unas mujeres muy comprensivas. Lo peor no es el machismo, sino la falta de responsabilidad con nosotros y nosotras mismas; lo peor no es el machismo sino lo distraídos que estamos consiguiendo la validación propia en los demás o en los logros externos; lo peor no es el machismo sino los hombres y mujeres heridas en su valor propio y apegadas a esa herida.

 

Los problemas de los que habla Muñoz en Los Desagradables no son solo de los hombres, porque también hay infinidad de mujeres que no corresponden al prototipo de mujer bella, quienes permanecen solteras y son despreciadas por los hombres –que eligen a la mujer más “prototipo”, quizás, entre ellos, hombres del mismo talante de Palomino–, pese a sus muchas virtudes. Hombres y mujeres debemos hacer el mismo trabajo: seguir cuestionando y renunciando al patriarcado (el modelo capitalista del hombre blanco y rico; la mujer blanca y rica: hermosos, con casa, carro e hijos siempre sonrientes), pero esto no se hace endilgando las culpas al otro o a la otra y buscando venganzas, como Palomino. “De las aguas mansas, líbrame, Señor”, porque terminan haciéndolo todo “sin querer queriendo”, guiadas por esas hormigas que dan vueltas todo el día en sus cabezas y que no logran controlar. 

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Andrés Mauricio Muñoz, Los Desagradables, Bogotá: Seix Barral, 2023.


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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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