Sobre Los Desagradables, de Andrés Mauricio Muñoz
Por
Paula Andrea Marín C.
La historia de un hombre pusilánime
–para mí, el peor adjetivo que se le puede añadir a alguien–; en eso no se
equivoca la contracarátula de Los Desagradables, la más reciente novela del escritor colombiano Andrés
Mauricio Muñoz (Popayán, 1974). Tampoco se equivoca en señalar que la novela
configura una crítica al mundo laboral y a las relaciones sociales centradas en
las apariencias. Yo diría que la crítica es, más exactamente, al mundo de las y
los oficinistas, la manera en la que mucha gente pierde el tiempo de 8 a 6, cada
día, en trabajos que podrían hacerse desde casa en máximo seis horas –como lo
demostró la pandemia hace casi tres años–, sin pararse por el café para chismosear
con los compañeros y compañeras, sin las reuniones alargadas inútilmente y que
se podrían resolver con un correo electrónico o con una reunión virtual de
veinte minutos, sin las celebraciones de cumpleaños y de amor y amistad que no
le importan a nadie, sin los almuerzos “ejecutivos” que solo dañan el sistema
digestivo, sin hacerse el tonto o la tonta escroleando por horas enteras en las
redes sociales, sin los formatos que se repiten ad infinitum. La verdad es que no soporto las oficinas y sobre todo la vida
que se genera en torno a ellas, pero esto es otro asunto.
En Los Desagradables, Muñoz lleva a otro nivel parte del argumento que
ya había desarrollado en Las margaritas,
su anterior novela. De nuevo, nos encontramos aquí con un hombre muy inseguro
sobre su aspecto físico y que no le ha ido nada bien con la vida en pareja, con
las mujeres. Palomino, el protagonista, se obsesiona pensando qué fue lo que
pasó para que Sofía, su compañera de oficina –una pasante–, hubiera decidido
terminar la relación sexo-afectiva que tenían, de manera tan intempestiva. A la
par que cavila sobre este duelo, reaparece en su vida una antigua compañera de
universidad quien, una noche de fiesta hace más de quince años, mientras
participaban en el juego de la botella, cuando le toca besar a Palomino, lo rechaza
diciendo “qué asco”. El protagonista creado por Muñoz es un hombre que no es el
prototipo de macho y que, en esta ocasión, termina cometiendo lo que las
autoridades interpretarán luego como un feminicidio, cuando intenta salvar a una mujer –después de
entrar en su casa sin ser invitado– de las manos de otro
hombre, este sí, claramente machista.
A Muñoz le interesa retratar las
contradicciones del feminismo, al igual que ya lo había hecho en Las margaritas: mujeres que hacia el
exterior defienden las ideas feministas, pero que en sus vidas privadas aceptan
a hombres misóginos como parejas o que mantienen prácticas sin ninguna
responsabilidad afectiva en su relación con los hombres, sobre todo, con
aquellos que no responden al prototipo del macho Alfa. Al igual que muchas
mujeres, también otros muchos hombres sufren de falta de autoestima y esto
influye en su sensación de fracaso en su vida sexo-afectiva. En Palomino, esta
característica se une al hecho de que se ha alejado de su familia –que no le
ofrecía ninguna contención– y de que también siente que ha fracasado en su vida
laboral por estar en un trabajo que no corresponde con su ideal –aunque en
realidad siempre ha carecido de él–; sin embargo, también es claro que Palomino
es una de esas personas que deja que la inercia lo vaya llevando –como Mersault
en El extranjero, de Camus–, en todos
los aspectos de la existencia, hasta llegar al colmo de cometer un asesinato.
Palomino busca una respuesta en esa
mujer que rechazó besarlo hace más de quince años, para hacerle “pagar” (así aparece en la novela) por todos los rechazos que vinieron después, pero no
es ella la que podrá responderle por qué ha hecho de su vida algo que no lo
satisface. Palomino se compara con sus amigos en relación con los logros
alcanzados ad portas de atravesar la
cuarentena de sus vidas y el ejercicio lo deja exánime: no hay esposa, no hay
hijos, no hay casa ostentosa, no hay carro, no hay trabajo rimbombante. No
sabemos si la vida que muestran sus amigos tanto en los encuentros como en las
redes sociales es real, pero es lo que nutre la somnolencia en la vive
Palomino, que se resume en pedir vacaciones solo para no saber qué hacer con el
tiempo libre y pasarse los días en su casa viendo series y comiendo cualquier
cosa.
Nuevamente, Muñoz nos presenta una
novela con una técnica narrativa impecable –sigo en deuda de leer sus libros de
cuentos–, en la que se nota el oficio y el compromiso con una historia que deja
muy bien retratado el mundo banal –y tristísimo– en el que nos movemos la
mayoría del tiempo los y las asalariadas. El inconveniente que tengo con la novela de Muñoz no es su
escritura, que sigo admirando mucho, sino el tufillo de rencor (como un dolor
atragantado) que subyace debajo de la historia: para Muñoz, hay hombres llenos
de virtudes que son injustamente rechazados por mujeres que siguen apegadas a
un modelo de virilidad tradicional. En realidad, los micromachismos siguen tan
vigentes como antes para hombres y mujeres: mujeres que han podido cambiar el
modelo tradicional femenino en su vida profesional, pero que en su vida
afectiva siguen sin poder desprenderse de la necesidad tener a su lado un macho
Alfa; hombres que confunden masculinidad no tradicional con tener problemas de
autoestima, los cuales deberían -según ellos- ser solucionados por unas mujeres muy comprensivas. Lo peor no es el machismo, sino la falta de responsabilidad con
nosotros y nosotras mismas; lo peor no es el machismo sino lo distraídos que
estamos consiguiendo la validación propia en los demás o en los logros externos;
lo peor no es el machismo sino los hombres y mujeres heridas en su valor propio
y apegadas a esa herida.
Los problemas de los que habla
Muñoz en Los Desagradables no son
solo de los hombres, porque también hay infinidad de mujeres que no
corresponden al prototipo de mujer bella, quienes permanecen solteras y son
despreciadas por los hombres –que eligen a la mujer más “prototipo”, quizás,
entre ellos, hombres del mismo talante de Palomino–, pese a sus muchas
virtudes. Hombres y mujeres debemos hacer el mismo trabajo: seguir cuestionando
y renunciando al patriarcado (el modelo capitalista del hombre blanco y rico;
la mujer blanca y rica: hermosos, con casa, carro e hijos siempre sonrientes),
pero esto no se hace endilgando las culpas al otro o a la otra y buscando
venganzas, como Palomino. “De las aguas mansas, líbrame, Señor”, porque
terminan haciéndolo todo “sin querer queriendo”, guiadas por esas hormigas que
dan vueltas todo el día en sus cabezas y que no logran controlar.
Andrés Mauricio Muñoz, Los Desagradables, Bogotá: Seix Barral,
2023.