La textualidad en los cuerpos en la obra Eclipses de Ana María Jaramillo
Por Andrés Felipe Yaya
Wittgenstein escribió que se piensa con la pluma. La escritura permite, entonces, la revelación del pensamiento. Permite acercarnos a merodear las formas de la creación. Permite el dialogo con las obras y con la tradición. ¿De qué manera nos acercamos a nuestra tradición que se escribe lejos de las centralidades? ¿Cómo las obras que se escriben desde la frontera son materia para una correspondencia literaria con lo global? Ese pensar con la pluma busca, en términos del ensayo, sugerir la totalidad, pero no la alcanza. Sopesa. Merodea. Se guiña. Hay una tensión que se establece en la línea de las obras regionales pues se busca en ellas la relación con lo universal y la forma cruda de revelar nuestras pasiones. Instalamos en las obras un vaciamiento de todo contenido porque nos acercamos desde una mirada hermenéutica.
El ensayo, ese centauro de los géneros que denominó Alfonso Reyes, permite una multiplicidad de formas de dialogar con las obras. Fue a través de la crítica literaria, propiamente con el ensayo que algunos escritores en Colombia comenzaron a intervenir las obras de otros escritores. Intelectuales de las décadas del 40 y 50 del siglo XX escribían sobre la tradición: la revisaban y la debatían en suplementos y en charlas. El escritor pues es un pensador que se configura con el ejercicio de lectura. Hernando Téllez en toda su propuesta contracorriente y al margen nos entregó los insumos para leer nuestra propia literatura y escuchar sus ecos. Escribe a propósito: “El ensayo se da en el presente no solo porque surge ligado a la inminencia de una situación vivida, sino también porque trata de dejar inscrito en el papel el carácter perentorio, activo, eléctrico, de la indagación del sentido, mostrarlo en su propia dinámica y participativo” (p.63) Este ejercicio de escritura que, de acuerdo con las palabras de Téllez involucra la experiencia vital y la experiencia de lectura, es un acto para reconocernos en nuestra propia literatura.
Ahora bien, es necesario que desde las periferias construyamos nuestra propia crítica literaria y ampliemos el canon de lectura más allá del centro. Pensemos en las obras que se producen en la región, en este caso, en el Eje Cafetero. Obras sólidas y con una prosa descomunal que transgreden toda forma. Esta mirada, entonces, inicia con la obra Eclipses de Ana María Jaramillo. Un conjunto de relatos que se vinculan con el suicido y la presencia de lo femenino dentro del orden social. Cada cuento es una apertura al que sigue, porque es un aluvión que no se detiene. Los relatos que construye Ana María Jaramillo son pedazos de vida que se arrancan del mundo o fragmentos de cuerpos que se mutilan y sigue palpitando. El cuerpo en la escritura de Jaramillo es una presencia que se alimenta y que se rompe. Se transgrede. Son instrumentos vivos y contradictorios. El cuerpo escribe su propio relato en la medida que el mundo escribe su narrativa en cada pliegue. Es el habitar en una realidad y de entrar en el otro.
Ana María Jaramillo es una escritora pereirana. Nació en 1956. Estudió economía en la Universidad de los Andes y actualmente vive en México donde dirige la editorial Ediciones Sin Nombre junto a su esposo José María Espinasa. Su primera novela fue Las horas secretas que publicó en el año 1992. Es una novela que dialoga con la ficción y el discurso histórico porque cuestiona los tratados de paz entre el gobierno del presidente Belisario Betancourt y el M-19 en 1984, y la posterior toma del Palacio de Justicia en 1985. Repasa el amor de la narradora por el Negro que el ejercito desaparece. Traza toda una radiografía intima del guerrillero, toda una imagen que nos duele y nos conmueve porque es lo humano, porque es la monstruosidad hecho belleza con las palabras. En 1994 aparece el libro de relatos Crímenes domésticos. Un conjunto de relatos que explora el erotismo y los cuerpos que se entregan al amor en todas sus formas.
En el año 2007 Ana María Jaramillo ganó el concurso de cuento de la Secretaría de cultura de Pereira con el libro Eclipses que publicó en su editorial mexicana Ediciones sin nombre. Eclipses es una serie de relatos que se construyen a partir de un ejercicio de mirada hacia lo cotidiano: “Mientras batía las claras de huevo para capear unos chiles rellenos pensaba en la espuma que sube lentamente y baja sin que uno se dé cuenta” (p.41) Presenta relaciones de pareja con todas sus complejidades y maniobras. Cuestiona la doble moral de la sociedad. Presenta mujeres sometidas a los oficios del hogar. Mujeres que se suicidan como forma de desatar el peso de lo masculino sobre sus vidas. Son relatos a la vez que son mujeres, chispas, fuegos que se extinguen. Cuerpos en eclipses. Son la rebelión a los estándares domésticos. Son cuentos donde la música permanece sin importar lo que pasa. Mientras el agua se tiñe de escarlata habrá algún bolero perforando el ambiente. Son cuentos donde todo parece tan liviano, donde todo siempre está a punto de suceder.
En el cuento “El zapote” Ana María Jaramillo narra las acciones en la medida que reconoce al lector. Parte de la experiencia con la fruta. Merodea. Va de un lado al otro mientras construye una atmósfera, un sitio para morir.
“Si uno sube a un árbol de zapote lo que quiere y desea mirar el mundo por encima del hombro de todos, porque ellos ya han desgraciado el hombro de uno, entonces uno se trepa con la soga bien amarrada al cinto para que no se le vaya a caer, busca la última rama más fuerte –que no necesariamente es la más alta—y ahí cuelga la soga. Amarra bien el nudo, verifica que no exista apoyo para los pies, no vaya a ser que uno se arrepienta en el momento definitivo. Hay que asegurar bien el nudo y saltar al vacío.” (p. 46).
Ana María Jaramillo construye el preámbulo para la muerte, su escenario. Es la voz de los suicidas. Es el peso de las miradas que lastiman. Entrega sus personajes a la muerte a través del ritual, porque hay una conciencia plena por la muerte. Es la entrega del cuerpo al vacío porque es una forma de habitarlo. Es sublevación. Es el vértigo. Es una forma de resistir el embate que genera el peso de lo patriarcal. Son mujeres tan sólidas en su frialdad, en su determinación, en su dureza, en su desprecio. No deja de revelar su escritura, en algunos momentos intensa. En otro, feroz.
En el cuento “Veneno lento” Ana María Jaramillo instala la narración en seis focos: Helena, Guillermo, el notario, los ladrones, el veneno, Juan Guillermo. Es una tragedia familial puesta en acción. Propone Carlos Julio Ayran, desde una lectura de los cuerpos en ruptura y bajo la teoría de Améry con el concepto de la muerte voluntaria, que en los cuentos:
“Cuando los sueños de la dama se escapan por el tragaluz” y “Veneno lento” las protagonistas están confinadas, relegadas al espacio privado que disciplina al sujeto y al propio cuerpo. Los cuerpos de estas dos mujeres están apresados: una, en una torre medieval, custodiada por un sacerdote; y la otra en un altillo, apresada por su esposo. La vigilancia de los cuerpos representa una idea de cuerpo dócil que, en palabras de Foucault, se definiría como “un cuerpo que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser perfeccionado y disciplinado” (1984, p. 149). Claramente, la torre y el altillo representan el orden de la opresión y del castigo; el cura y el esposo funcionan, en el marco del relato, como centinelas de los cuerpos femeninos.
En “Veneno lento”, Ana María Jaramillo nos presenta una mujer bella. La más bella del pueblo. La belleza causa agobio a su esposo que a su vez es el notario del pueblo. Poco a poco el esposo desplaza a Helena hacia la azotea, lejos de los lejos y lejos del mundo. La declara loca desde el momento que es sorprendido teniendo relaciones con la sirvienta: “Hace treinta años mi esposo dijo que estaba loca, tan loca como hoy que no evito este dolor en el pecho”. Helena los sorprende:
“Me di la vuelta para regresar a la contemplación de la niña. Escuché una leve risa y pudo más mi curiosidad. Pegué el oído a la puerta. Gozosos reían, forcejeaban, adivinaba los movimientos voluptuosos de los amantes desnudándose. A veces callaban, a ratos hablaban en un tono que no puedo describir, con un lenguaje que jamás le escuché a mi esposo: soez, vulgar, directo. Cuando deduje que ya eran uno, que el jadeo era uniforme, tomé una botella y con ella rompí todas las demás formando un tremendo estruendo.”
Ahora bien, la belleza de Helena aplasta los deseos grotescos de su esposo que no revela el nombre. Por eso su esposo busca satisfacer sus deseos con otras mujeres:
“Todo tenía una explicación en la vida del notario. Él no era malo porque sí. Sufría de una debilidad de las carnes, que lo llevaron a tomar decisiones, que desembocaron en otras que parecían perversas, pero que a lo mejor no lo eran. El notario estaba en apuros constantes por su incontinencia sexual. (…) Todo se originó en una mala decisión del notario originada en su incontinencia sexual: acudió a las criadas para satisfacerse. La belleza de su esposa Helena lo intimidó. No se ha tenido noticia en el pueblo de una mujer más bella. Reía con gracia, lo atendía con prestancia y delicadeza. Fue refinada y exquisita en la cama, pero él tenía unos gustos un poco más vulgares”
Helena, en tanto, se instala en el silencio. “Se convirtió en una sombra en su propia casa”. El hogar es regido por su esposo. Domina la fuerza patriarcal. Todo es un orden impuesto desde la presencia del padre. Por su parte Helena es enviada a un manicomio a cuatro horas del pueblo. Se desplaza, entonces, la figura femenina del hogar. El manicomio, entonces, se convierte en el lugar de la cohesión: se comprime el cuerpo y se domestica los pensamientos. Helena se margina, se desplaza. Se excluye de su realidad. Tres meses dura excluida. Queda el notario con el total dominio de todo en el hogar. De vuelta a casa es marginada en su propio espacio: “El notario reacondicionó una pequeña habitación con baño en la azotea, que se utilizaba como cuarto de lavado, para alejar a Helena de la habitación matrimonial” (p.70). Helena se convierte en una extraña en su propia casa, en un caminar a la intemperie con la complicidad de su hijo Guillermo, a veces impotente frente a las acciones de su padre. Comienzan las inyecciones de litio, luego las pastas, luego la contrariedad. Discretamente Helena decide no tomarse más las pastillas que comienza a guardar en un tarro. Las pastillas que la llevan a la cordura. Al suspender se produce el efecto contrario: se instala en el deterioro de su vida. La abstinencia la devora. Muere “consumida por ese veneno lento de las enfermedades reales y las atribuidas a conveniencia” (p. 86-87). Tantos años después Helena muere. Es tan sólida su muerte, en su determinación, en su dureza, que muere por entregas.
REFERENCIAS
- Jaramillo, A. M. (2009). Eclipses. México: Ediciones Sin Nombre.
- Ayram Chede, C. J. (2018). Cuerpos suicidantes, cuerpos en ruptura: experiencias singulares de la muerte voluntaria y la rebelión al orden doméstico en Eclipses de Ana María Jaramillo. Estudios de Literatura Colombiana 42, pp. 81-98. DOI: 10.17533/udea.elc.n42a05.
- Téllez., Hernando. (1995). Nadar contra la corriente. Escritos sobre literatura. Santafé de Bogotá D.C.: Editorial Ariel.