lunes, 16 de diciembre de 2024

Un encuentro casual

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Veteranos, guerra de Vietnam, 1971 | Wikimedia Commons 


Ficción


Tras oír su nombre a través de la bocina del intercomunicador, Daniel Martínez se levanta despacio de su silla en la sala de espera del hospital y da unos cuantos pasos hacia el puesto de recepción del área de ortodoncia. Allí, saluda a la recepcionista de turno, una mujer de unos treinta y dos años de edad, y le dice a ella su nombre completo y el número de su cédula de ciudadanía. 

–La especialista lo atenderá pronto –le dice la recepcionista con tono amable, antes de mirar los mensajes o las llamadas perdidas de su celular–. Se paciente.

Pasados unos dos o tres minutos, una de las especialistas sale de su consultorio y camina lentamente hacia la recepción del área de ortodoncia. Allí, saluda nuevamente a la recepcionista llamándola por su nombre. 

–Buenas tardes, Carolina –con una mirada rebosante de felicidad. Después le dice a Carolina que nuevos pacientes están dentro de su agenda, que se encuentra archivada dentro de una de las carpetas del computador de recepción–. Ya el señor Martínez se encuentra aquí presente. 

–Muchas gracias, Carolina –la especialista se despide de ella con un beso en la mejilla, y guía a Daniel hacia su consultorio. 

Allí, le dice a él que se recueste cómodamente en la silla de ortodoncia mientras pone en orden sus instrumentos de revisión y de limpieza oral. Básicamente, la cita de Daniel es de higiene oral. 
Ya pasados los quince minutos, la especialista concluye el proceso de higiene oral de Daniel, sin ningún inconveniente. 

–Ya puede escupir –le señala a él el pequeño desagüe, que se encuentra justo a un lado de la cabecera de la silla donde está Daniel. Él se inclina hacia un lado y escupe sin ningún problema–. Ya puede levantarse o permanecer sentado mientras firmo el permiso de salida que tiene que mostrar en la recepción de ortodoncia. 

Daniel asiente levemente con la cabeza, mientras mira a la especialista sentarse en la silla junto a su escritorio. Ella saca de un cajón un bloc entero de permisos en blanco, lo pone sobre la mesa y firma la hoja que está de comienzo. Luego la arranca de las demás y se la tiende a Daniel. 

Y justo cuando ya la tiene en su mano derecha, él fija su atención en la foto que está a un lado del escritorio de la especialista. Había visto esa misma foto, piensa Daniel, en el algún punto de mi pasado. 

–Esa foto me resulta familiar –le dice a la especialista con tono dubitativo. Además del tono sepia de la foto, los rostros de los dos hombres jóvenes que aparecen en ella abrazados le resultan familiares. 

–Eso me lo dijeron casi todas las personas que han pasado por este consultorio –le contesta la especialista mientras da unos cuantos golpecitos al marco de plástico morado de la foto. 

Ante eso, Daniel trata de buscarla en lo más profundo de su mente, permaneciendo helado por un instante helado como una estatua. Hasta que por fin la encuentra, cuando él tenía unos siete años de edad y su abuelo Federico se la mostró, junto a otras que tenía dentro del álbum de fotos de los tiempos de juventud de su abuelo en la Guerra de Vietnam. 

La foto mostraba a dos hombres jóvenes en una tierra y época diferente: el de la izquierda, su abuelo Federico a la edad de veintisiete años; el otro, el de la derecha, un amigo suyo llamado Oswaldo Vásquez de veintinueve años. 

De regreso al presente, Daniel le dice a la especialista del nombre de su abuelo mientras señala con un dedo la foto. 

–¿Tu eres familiar de Federico Martínez? –Le pregunta ella con los ojos abiertos como platos. 

–Sí, soy su nieto –asiente él levemente con la cabeza. 

–Es un gusto conocer al nieto de uno de los tantos amigos de mi abuelo –la especialista se levanta rápido de su silla y le tiende a él su mano derecha. Daniel aprieta la mano de ella con la suya, asombrado por ese descubrimiento–. Mi nombre es María, y soy nieta de Oswaldo Vázquez, el que también participó como soldado en la Guerra de Vietnam. 

–También es un gusto conocerte, María –le dice Daniel apretando la mano de ella con más fuerza–. No pensaba en ver a la nieta de uno de los muchos amigos de guerra de mi abuelo trabajando aquí. 

–El mundo es muy pequeño ahora –le dice María, sonriente, mientras vuelve a sentarse en su silla–. ¿Cómo está ahora tu abuelo? 

Daniel baja su vista al suelo por un instante. María no le pasa inadvertido ese gesto, pero no le dice a él nada. Ella respeta el silencio, hasta que él la mira nuevamente con ojos tristes. 

–Mi abuelo falleció hace tres años, cuando tenía veintidós años – dice él finalmente, mientras se sienta en la silla de plástico cerca de la silla de ortodoncia donde estaba recostado antes. 

–Disculpe por eso… 

–No. No te preocupes por ello –le dice Daniel con tono amable. Luego le cuenta a ella la historia que le contó su abuelo de sus tiempos en la guerra, después de mostrarle la foto y las que también se encontraban en su álbum de fotos. 

Su abuelo Francisco entró al servicio en la Guerra de Vietnam como corresponsal de guerra de los Estados Unidos, a la edad de veinticinco años, y durante ese tiempo, vio cosas que Daniel jamás llegaría a imaginar, y los documentó en sus numerosos diarios que más adelante se convertirían en novelas biográficas y de ficción prestigiosas. Dos años después, a los veintisiete años, recibió una bala perdida durante uno de esos enfrentamientos con el bando enemigo, así que el soldado Oswaldo Vásquez lo rescató hacia una zona segura donde lo pudiera atender con sumo cuidado. Desde ese momento se hicieron buenos amigos, y más cuando la guerra terminó varios años después. Su abuelo publicó sus obras literarias en una editorial independiente colombiana, mientras que Oswaldo siguió con su carrera de medicina. Siguieron enviándose cartas desde entonces, incluso antes de que su abuelo falleciera y se perdiera toda comunicación con Oswaldo y de su familia. 

–Mi abuelo ha vivido desde hace un tiempo en Pereira, igual que el resto de mi familia. –le dice María después de que Daniel terminara de contar su historia–. Yo me pasé a vivir aquí, en Manizales, cuando tenía veintiocho años, con mi novio Gustavo hace unos cinco años –cambia de tema para no alargar más la historia por cuestión de trabajo–. Todavía conservo las cartas que tu abuelo escribió hace un tiempo y fueron recibidas al mío. Todas ellas recomendando obras literarias y temas políticos que solo ellos entendían muy bien. 

–Recuerdo tanto que escribía esas cartas…, con temas que solo él y el tuyo entendían como la política colombiana y la literatura contemporánea de finales del siglo veinte y principios del siglo veintiuno. 

–Sí, mantenían una relación inquebrantable –le dice María mientras recuerda las noches de su juventud cuando su abuelo le contaba historias de sus años en la Guerra de Vietnam, incluso de la parte que él rescató a Francisco, el abuelo de Daniel hacia una zona segura para atenderlo con sumo cuidado–. Y por eso sigo sus pasos, teniendo esta foto para demostrarlo, para seguir ayudando a los que más te necesitan. 

–Sin duda, tu abuelo está muy orgulloso de tu trabajo –le dice Daniel con una tenue sonrisa. 

–Y también el tuyo desde el cielo con tus cuentos y poemas que escribiste últimamente –le dice María sonriéndole–. Bueno, Daniel, fue un gusto conocerte, y que volvamos a vernos pronto –le dice ella mientras le tiende nuevamente a él su mano derecha. Daniel se la aprieta con firmeza, y también diciendo lo último que dijo María devolviendo la sonrisa a ella.
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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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