Por Juan Felipe Gómez
En la serie británica-estadounidense
Penny Dreadful, el guionista John
Logan creó un excepcional pastiche con personajes de la literatura clásica de
terror. Así, vimos en pantalla un entramado argumental con un hombre lobo,
brujas, Drácula, Dorian Grey, Frankenstein y otros engendros interactuando a lo
largo de tres temporadas. Aunque para algunas personas la palabra “pastiche”
pueda tener una connotación peyorativa, en su esencia define un procedimiento
creativo y estético válido en diferentes expresiones artísticas desde el siglo
XVIII.
Para los amantes de éstas
obras canónicas puede resultar sacrílego atreverse a poner fuera de su mundo original
a los personajes y criaturas que tuvieron su concepción original en la mente de
grandes maestros, los cuales difícilmente pudieron imaginarse que con su
inventiva y el pulso de sus plumas dejarían una herencia susceptible no solo de
leerse, sino de recrearse, transformarse y ampliarse de manera insospechada,
aunque no siempre con la misma fortuna.
Reconocemos entonces que adaptaciones,
pastiches y secuelas son formas de homenajear y preservar la memoria literaria
de una sociedad, que de esta forma se expande y nos permite conservar el
asombro y la fascinación por personajes y tramas que han calado en lo profundo
del imaginario cultural más allá de las fronteras de los territorios donde han
surgido.
¿Drácula en Bogotá? ¿Fausto como
subtitulador de películas? ¿Mary Shelley estudiante de medicina? Sí, éstas y
otro puñado de recreaciones están presentes en el volumen con el que Miguel
Mendoza Luna obtuvo el Premio Nacional Libro de Cuentos 2017 de Idartes: El asesinato de Edgar Allan Poe y otros
misterios literarios.
Con una prosa tan clásica y
prolija como la de algunos de los autores homenajeados, estos nueve cuentos nos
llevan por los recovecos de una tradición literaria donde el periplo vital de
los escritores resulta tanto o más fascinante y misterioso que sus obras. Mendoza
Luna, que tiene en su haber una biografía de Truman Capote y un estudio sobre
asesinos en serie, arriesga no solo en poner a personajes emblemáticos en
nuevos planos temporales y geográficos, sino en la reconstrucción de momentos
donde la vida y la obra de los creadores se pudieron entrecruzar. De este modo
presenciamos el encuentro del inquisidor Heinrich Kramer y una de sus
perseguidas (Noche de brujas); somos
testigos de cómo el gran Dostoievski empeña su máquina de escribir para saldar
una deuda con Dimitri Karamazov y, en el juego de la ruleta, y de la vida,
termina convertido en novelista y no en asesino (Ruletenburgo); encontramos a la más famosa criatura de Franz Kafka
en la escena de un crimen real que ha inspirado muchos horrores (Regreso a Amitiville); y se nos presenta
la encarnación del Doctor Jekyll y Míster Hyde en un funcionario diplomático
escoces que ha sido aparentemente “emburundangado” y víctima de un paseo
millonario en Bogotá (El elixir de Jekill).
En el relato que da título al
volumen cumplimos el que puede ser un sueño de cualquier fanático de Poe: ver
al detective Auguste Dupin resolviendo un nuevo crimen, en este caso el de su
propio creador, en una trama acertadamente truculenta y digna de los febriles
arrebatos narrativos del fabulador de Boston.
El juego de disociaciones, la
dualidad, el misterio, la metatextualidad y las nuevas lecturas de los clásicos
propuestas por el autor dan cuenta de un trabajo esmerado y que enriquece el
panorama de la cuentística contemporánea, tan dada al facilismo y la anécdota
insulsa. Después de estos cuentos podemos volver una y mil veces a las
historias originales, con el asombro renovado y la inquietante sensación de que
esos personajes persisten en otras páginas, persisten en nuestra mente de
lectores y nos pueden acechar a la vuelta de cualquier esquina.