sábado, 11 de julio de 2020

Por las autopistas de EEUU en tiempos de COVID-19 y leyes xenófobas

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Indiana University, foto: Claudia González Caparrós

Crónica de un estudiante mexicano en EEUU, quien tras la contingencia del COVID-19 está en una situación legal incierta debido que una directiva del gobierno de Trump indica que los estudiantes extranjeros no podrán permanecer en el país si toman los cursos en línea. Limbo migratorio que comparten actualmente los estudiantes extranjeros en Estados Unidos.



Por Ollin García Pliego


Me mudé a Estados Unidos el primero de agosto del 2009 porque mis padres decidieron que era lo mejor para mi futuro académico. Llegué a Houston, Texas, a vivir con mi madre, quien hasta la fecha trabaja en la cuarta ciudad más grande del país. Terminé la preparatoria (el High School) en el 2010 y me fui a Wisconsin a estudiar la universidad. Años después, en el 2016, decidí irme a estudiar la Maestría en Escritura Creativa en español a The University of Iowa, en Iowa City, porque en México no existen programas de escritura creativa en donde te den beca completa y además trabajo como maestro de lengua y literatura.—

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Es domingo 5 de julio del 2020, son las 6:30 p.m. y me encuentro en el estacionamiento de “Taquitos El Jaliscience”, en el pueblo de Nacogdoches, Texas (el más antiguo en el estado, según indica el letrero de bienvenida que está en algún lugar de la Interestatal 59, aunque dudo mucho que sea cierto). Estoy detenido en la camioneta blanca Toyota que maneja mi madre, quien me acompaña en este trayecto de 1 001 millas desde Houston, Texas hasta Bloomington, Indiana, donde actualmente resido y donde soy estudiante del Doctorado en Literaturas Hispánicas desde agosto del 2018. Me siento fatigado y necesito cafeína en mi sistema, algo que me despierte.

Nos faltan casi 13 horas de carretera según el Google Maps y tal vez paremos a dormir en algún lugar de Arkansas, de preferencia en una ciudad algo grande, por si las moscas. Texarkana, tal vez. O Hope, Arkansas, quizás. Debo llegar a Bloomington para mudarme de departamento porque la renta está muy cara para lo que me pagan por ser maestro de español y para los estipendios que me han dado por ser estudiante de posgrado. El dinero no me va a alcanzar para vivir ahí el próximo año escolar. Necesito, al igual que otros colegas, comprar libros para mis clases, comida, pagar internet, luz y tener algún guardadito extra para cosas de primera necesidad. La crisis del COVID-19 se agravó y prolongó debido a un manejo infame, nefasto y oscuro de la administración de Donald Trump. Esas circunstancias me orillaron a permanecer en Houston, en la casa de mi madre, desde el 13 de marzo hasta el día de hoy, fecha en la que he decidido regresar a mi departamento del Medio Oeste.

Me decido a bajar del vehículo y el sol de la tarde texana atraviesa mi mascarilla negra y me cuesta trabajo respirar en el bochorno soporífero que rebota en el asfalto del estacionamiento. Mamá permanece en la camioneta, escuchando un podcast de Radio Ambulante, con Daniel Alarcón y su maravilloso equipo de trabajo. Lleva puesto un cubrebocas de algodón con dibujos de ecuaciones matemáticas (funciones trigonométricas y fórmulas físicas). Camino a la entrada de “Taquitos El Jalisciense” y me pido cinco de suadero con cebolla y cilantro, una Coca Cola de vidrio, dos quesadillas de queso y una Coca-Cola Light. Suena una canción de Belanova a todo volumen: “Me pregunto por qué/No te puedo encontrar/Todo habla de ti/Pero tú no estás/Me pregunto por qué/Te pudiste marchar/Creo que te puedo ver/Pero tú no estás”. Me teletransporto por unos instantes al verano del 2010, en la Feria del Carmen, en Ciudad del Carmen, Campeche, la isla en donde viví durante casi 13 años, en el Golfo de México, en la península de Yucatán; en aquel concierto donde vi a Belanova por primera (y única) vez. No recuerdo con quién iba, ni qué hacía exactamente, pero evoco una sensación de brisa nocturna, cuando estaba a punto de irme a estudiar la universidad a Lawrence University, en Appleton, Wisconsin.

Vuelvo a Nacogdoches, Texas. La chica de la caja registradora me cobra, le pago y le sonrío por debajo de mi tapabocas. Lleva puesta una mascarilla roja que combina a la perfección con su delantal; me sonríe y lo puedo percibir a través de su cubrebocas debido a los gestos de sus ojos. Es más alta que yo y es de origen mexicano. Definitivamente aquí no ponen canciones de Los Tigres del Norte. El grupo de chicas en la cocina trae una fiesta fantasía pop y eso me gusta, es distinto, pienso.

Traen un buen reventón con la música allá atrás en la cocina. Me gusta que pongan pop. Siempre escucho puras norteñas. Aunque no tengo nada en contra de ese género le digo.

Luego salgo al calor inclemente texano que me rebota en el cuerpo y siento que me cuesta trabajo respirar a través de mi mascarilla. Hay un señor cincuentón con barba cana como de tres días que se me queda viendo; está como a unos cien metros de donde me encuentro y me comienza a hacer gestos con las manos y a hablar y no comprendo qué me quiere decir. Me acerco un poco y veo que está fumando un puro y un cigarro al mismo tiempo en una suerte de acrobacia neblinosa y me comienza a señalar mi cubrebocas y a gritar en inglés, así que considero prudente meterme al vehículo y me limito a saludarlo con la mano. Pongo los seguros. No vaya a ser un trumpista xenófobo.

Ya sabes qué hacer, ma. Que no te alarme el señor. Tal vez sólo quiere platicar. Pero si se nos acerca y nos toca la ventana, simplemente arranca la camioneta le digo.

Recuerdo la ocasión en la que dos sujetos nos apedrearon el automóvil a mi padre y a mí, en San Fernando, en Trinidad y Tobago, una noche de octubre o noviembre del 2007 después de retirarnos del cumpleaños de una amiga trinitaria. Una roca como del tamaño de un puño se estrelló en el marco de mi puerta y de milagro no le dio de lleno al cristal, con lo cual se me hubieran incrustado algunos o todos los vidrios en el rostro. Por aquellos días mi padre trabajaba allá y yo estaba estudiando lenguas y tratando de reivindicar mi vida académica, esperando a que llegara febrero del 2008 para volver a estudiar segundo semestre de preparatoria, el cual había reprobado escandalosamente. Según nos enteramos días después de la boca de nuestra amiga trinitaria, nos apedrearon el carro los dos sujetos afrocaribeños ̶ sus vecinos ̶ porque no éramos de su mismo origen racial y étnico y porque a ese barrio no debía entrar gente que no fuera de ahí.

Vuelvo a Nacogdoches, Texas. Mi madre y yo decidimos distraernos escuchando el podcast de Radio Ambulante que habla sobre la cuarentena general obligatoria en Perú a causa del mortal coronavirus. Dejo de prestarle atención al podcast y reviso a través de la ventana para ver si el señor sigue mirándonos o diciéndome algo. Está sentado en su bicicleta, fumando y hablando con otra gente que parece no prestarle tanta atención. No puedo leerle los labios a la distancia. El aire acondicionado hace que se me tape la nariz. Salgo de nuevo de la camioneta con mi mascarilla ajustada y el calor vuelve a golpearme el cuerpo. Mamá se queda en el carro y decide poner una canción de Flans, la de “No controles”. Hice varias playlists para el camino y le bajé una de música de los ochenta en español, en Spotify. Me da una bolsa de plástico del CVS con basura para tirar en el bote que está afuera.

¿Ya volvió, joven? me pregunta la chica.

Ahora suena una rola de OV7 a todo mecate: “Bajo el cielo la ciudad se empieza a iluminar/Esta noche todo lo que quiero es bailar/Solo espero que esta vez te quieras acercar/Y así comenzar”. No recuerdo el nombre. ¿Cómo se llama? “Enloquéceme”, me viene a la mente. Tiene muchos años que me dejó de gustar OV7, por allá en el 2003. Me traslado brevemente al año 2000 cuando compré mis primeros álbumes de música, a mis nueve, en una tienda de discos y casetes en Perisur, en el sur de la Ciudad de México; aquellas épocas en las que vivía con mis padres en la Colonia Miguel Hidalgo, en la delegación Tlalpan, en un condominio horizontal en las faldas de un cerro, desde donde se veía la mayor parte de la Ciudad de México. Otro mundo, pareciera que en otra vida. Decidí comprar los casetes porque mi tía L. P. me había regalado una grabadora azul que sólo tocaba casetes. Vuelvo a Nacogdoches, Texas.

Está bueno el concierto le digo a la chica mientras me entrega la comida.

Los Tigres del Norte, los narcocorridos y la música banda como La Arrolladora Banda el Limón son cosa del pasado o de otras geografías y no la de “Taquitos El Jalisciense”, liderado por un grupo de chicas bailarinas y cantantes de pop, muy trabajadoras. Salgo del restaurante y el señor se me acerca de nuevo, en esta ocasión gritando entre la humareda de su tabaco. El olor a puro penetra mi mascarilla. Entro a la camioneta y cierro la puerta rápidamente.

                                                                                         archivo del autor

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¡Ay!, ¿qué es eso? Se ven muy patéticas las maniobras, y yo así como que ¡ayyyy! Se va a estrellar me dice mamá.

Es la 1:22 p.m. del lunes 6 de julio y vamos por la Interestatal 40, a la altura del pueblo de Hazen, Arkansas, en dirección a Memphis, Tennessee. Veo algún espectacular aislado con la cara bronceada artificialmente y la sonrisa oscura de Donald Trump, publicidad para su campaña presidencial del 2020. “Vote Trump”, dice el letrero. Cómo me gustaría que alguien quitara ese anuncio y lo hiciera pedazos, pienso. Grabo un video con la cámara de mi iPhone. Una avioneta amarilla de hélice que pasa volando por encima de la autopista, quizás unos 400 o 500 metros por encima de nosotros, de cabeza, y luego sobrevuela a un lado de la carretera, por arriba de un campo de maíz, a una altura considerablemente baja, y nos sigue un breve tramo, si acaso menos de un kilómetro mientras nosotros avanzamos a 75 mph. De momento creo que puede volver y estrellarse en la autopista, pero la avioneta no regresa. Tal vez sea una señal de algo, pienso, pero no tengo idea de qué.

La música suena en el estéreo de la camioneta, en esta ocasión una canción de Plastic Ono Band, la de “Give Peace a Chance”, con la voz de John Lennon cantando: “Let me tell you now/Ev’rybody’s talking about/Revolution, evolution, masturbation/Flagellation, regulation, integrations/Meditations, United Nations/Congratulations/All we are saying is give peace a chance/All we are saying is give peace a chance”. Me mueve muchísimo el ritmo de los panderos y de los demás instrumentos de percusión y de las palmas aplaudiendo. Muevo la cabeza hacia adelante y hacia atrás una y otra vez. La avioneta no vuelve, ya se quedó atrás en los campos de maíz. Everybody’s talking about racial inequality, black lives matter, police brutality, and coronavirus, me digo. Sigo moviendo mi cabeza y mis hombros. Mamá le pega al volante con las manos, rítmicamente, siguiendo los ritmos de percusión de la rola. De un momento a otro, reviso rápidamente mi cuenta de Facebook, en una acción habitual y totalmente impulsiva, como si la aplicación y mi celular tuvieran vida propia. Leo en mi news feed el enlace que compartió una colega del Departamento de Español y Portugués de Indiana University-Bloomington: “SEVP modifies temporary exemptions for nonimmigrant students taking online courses during fall 2020 semester”. Pinches leyes supremacistas blancas de mierda, me digo. Le doy clic y lo abro. Suenan los panderos. La voz de John Lennon.

 *** 

Son las 4:28 a.m. del sábado, 11 de julio del 2020 y no he conseguido dormir aún y he optado por no tomar mi dosis de Melatonina Triple Strength, ni ningún somnífero. Llevo días pensando en que me podría hacer adicto a las pastillas y no lo quiero averiguar. Me he quedado viendo por unos instantes, acostado en el sillón, la sala de mi departamento en la oscuridad: la televisión apagada y las lucecitas del módem de internet, parpadeantes, como queriéndome decir algo, como si ocultasen un mensaje codificado. Mi madre duerme en mi recámara. He intentado cerrar los ojos por varias horas consecutivas y no he logrado conseguir ni siquiera un sueño de cinco minutos. Me duele el pecho y la espalda y tengo energía como para salir a correr diez kilómetros. No lo hago por precaución. Hace unos días un grupo de supremacistas blancos intentó linchar a un hombre afroamericano en el Lago Monroe, a unas 20 o 30 millas de mi departamento, y considero que la situación no es la más favorable para que las minorías raciales andemos en la calle, en solitario a las 4:28 a.m. Tendré que esperar a que amanezca. Mi solidaridad está con ese hombre valiente, quien compartió su historia a través del Facebook. Hasta donde tengo entendido, la policía no hizo acto de aparición, sino que lo refirió a los oficiales del Department of Natural Resources.


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He tenido la visa de estudiante F-1 desde septiembre del 2010, cuando empecé a estudiar en Lawrence University, y he continuado con el mismo tipo de visado hasta el día de hoy. La F-1 me ha permitido trabajar en los campus de las universidades donde he estudiado. En Lawrence University tuve algunos trabajos: traductor, tutor de español, encargado administrativo en el centro de atención al cliente en la biblioteca y como columnista en el periódico universitario, The Lawrentian). En The University of Iowa y en Indiana University-Bloomington he sido maestro de lengua española, literatura y escritura.

La visa F-1 no me ha permitido trabajar fuera de las universidades, con excepción de mi paso por el Fox Valley Literacy Council (2015-2016), una organización sin ánimo de lucro que ofrece servicios educativos gratuitos para adultos en Wisconsin. Para los que estudiamos alguna disciplina en el área de las humanidades, la F-1 ofrece una extensión laboral de un año (válida a partir de la fecha de graduación del estudiante), llamada Optional Practical Training (OPT). Después de ese año la empresa u organización debe patrocinarle la visa H1-B o la Green Card al empleado; de lo contrario, es imposible renovar el contrato. Otra alternativa es que el trabajador pueda conseguir por sus propios medios la residencia y/o la ciudadanía: mediante un familiar, por ejemplo.

Mi situación legal como estudiante internacional con visa F-1 es incierta y he pospuesto mis planes de mudanza de departamento en Bloomington hasta que Indiana University-Bloomington me aclare las medidas oficiales que llevará a cabo ante la modificación xenófoba, racista y discriminatoria del US Immigration and Customs Enforcement (ICE) al Student and Exchange Visitor Program (SEVP); no me puedo dar el lujo de firmar ningún contrato de renta y después tener que pagar una multa por incumplirlo.

En resumen, el gobierno nos está diciendo lo siguiente: regresen a clases cara a cara para el semestre de otoño del 2020, expónganse al COVID-19, enférmense y/o muéranse, o en su defecto, lárguense de Estados Unidos; no los queremos aquí, o los queremos enfermos o muertos. Es un sistema malvado de eliminación racial, étnica y de origen nacional. Las modificaciones al SEVP, anunciadas el lunes 6 de julio ̶, afectan a todos los estudiantes internacionales cuyas universidades decidan impartir clases enteramente online para el semestre de otoño del 2020. Existen reglas que nos permiten tomar una clase online y el resto cara a cara ̶ en el caso de los estudiantes con visa F-1 y en el de los estudiantes con visa M-1 ̶ , aunque existen ciertas especificaciones adicionales que se pueden consultar en la página web del ICE. Por ahora me limito a plantarme firmemente en solidaridad con mis colegas y con todos los y las inmigrantes que están sufriendo, que están detenidos, que han sido deportados, y con la memoria y el espíritu de todos y todas aquellos y aquellas que han perecido en algún tren o en el desierto o en el río, huyendo de la violencia.

Sé que en medio de la pandemia del COVID-19 y del desastre migratorio provocado por el ICE soy alguien privilegiado. Ahora ningún estudiante internacional está exento de poder tener problemas con el ICE.

He revisado mi cuenta de Facebook impulsivamente y he visto una publicación de una amiga del doctorado, A.C., con noticias de Indiana University y una fotografía del presidente, Michael A. Mc Robbie, en la que sale sonriendo sin mostrar los dientes. El título dice: IU supports lawsuit challenging and condemning new visa rules for international studies. En español: La Universidad de Indiana apoya la demanda que desafía y condena las nuevas regulaciones para las visas de los estudiantes internacionales. Leo el primer párrafo: “Indiana University has joined an amicus brief in support of a lawsuit against the U.S government challenging newly announced guidelines that would strip international student visas if they enroll only in online courses this fall”. En español: “La Universidad de Indiana se ha unido al amicus curiae en apoyo a la demanda en contra del gobierno de los EEUU, desafiando las nuevas pautas que eliminarían las visas de los estudiantes si se inscribieran sólo en cursos online este otoño”. Es decir, Indiana University ha decidido elogiar y apoyar la demanda que Harvard y el Massachussetts Institute of Technology (MIT) presentaron contra la administración de Trump en una corte federal el miércoles 8 de julio, a fin de proteger la permanencia legal de sus estudiantes extranjeros en EEUU en caso de que las clases sean impartidas online durante el otoño. Sin embargo, Indiana University no ha demandado directamente al gobierno de Trump.

Sé que Mike Pence, el vicepresidente de los EEUU, estudió en la Indiana University Robert H. McKinney School of Law, en el campus de Indiana University ̶ Purdue University Indianapolis, en Indianápolis. Me pregunto si el hecho de que Indiana University-Bloomington no demande directamente al gobierno federal tiene que ver con que Mike Pence sea un ex alumno de la Indiana University Robert H. McKinney School of Law, en Indianápolis, dado que tanto el campus de Bloomington como el de Indianápolis forman parte de la red estatal educativa de Indiana University, con siete ubicaciones en todo el estado.

Tal vez Indiana University no ha demandado directamente al gobierno de Trump porque no tiene el mismo poder que Harvard o MIT.

Posiblemente Indiana University no ha demandado directamente al gobierno de Trump porque teme que le retire los fondos.

He revisado lo que significa un amicus brief porque no había escuchado ese término antes. La Wikipedia me dice que también se le llama amicus curiae, y que, en resumidas cuentas, se refiere a una persona u organización que no forma parte del caso en cuestión y que asiste al tribunal ofreciendo información, experiencia o conocimiento que puede influir en el fallo del juicio.

Hace unas horas me recibí un correo electrónico por parte del Coordinador de Servicios de Estudios Graduados, en el cual nos ha incluido a los 22 estudiantes internacionales del Departamento de Español y Portugués de Indiana University-Bloomington. Nos ha reenviado una petición de la rectora y vicepresidenta ejecutiva, Lauren Robel, donde nos pide una historia “poderosa” de un estudiante internacional que haya sido afectado por la modificación al SEVP que efectuó el ICE hace unos días.

La historia “poderosa”, es decir, no cualquier historia, según Robel.

Un estudiante que necesite usar las instalaciones de la universidad, aunque los cursos sean en línea.

Un estudiante que haya hecho inversiones significativas a fin de que se pueda quedar en EEUU el próximo semestre.

Un estudiante que haya traído a su familia a EEUU y que haya inscrito a sus hijos a una escuela norteamericana.

Un estudiante que, de tener que regresar a su país de origen, le resulte imposible tomar las clases en línea.

He hecho inversiones significativas para permanecer en EEUU hasta el 2023. He comprado comida.
He pagado renta, luz, internet, camiones, taxis, Ubers y gasolina. He pagado colegiaturas y pagos de impuestos al gobierno federal y estatal desde el 2010. He comprado muchos libros para mis clases.
Si regreso a la Ciudad de México, no tengo un espacio dónde quedarme y poder estudiar un semestre entero en línea.

Debo escribirle urgentemente una carta al Coordinador de Estudiantes Graduados y a la vicepresidenta Robel. Es probable que tenga colegas en una situación parecida a la mía y otros tantos con un escenario más adverso.

Todas nuestras historias son poderosas. Resistiremos.

Llegué a Estados Unidos como estudiante con visa F-1 en el 2010 y nunca creí que el gobierno atentaría contra nuestra salud y vida de esta forma tan canalla.

*** 

Mi situación en Indiana University-Bloomington está de la siguiente manera: sé que las tres clases para las que me inscribí en el semestre de otoño del 2020 serán impartidas online ̶ me he comunicado con la profesora vía e-mail ̶ , lo cual me sitúa, por el momento, en la necesidad de cambiarme de cursos o de irme a México o, en caso de no hacerlo, ser deportado. De no lograr tomar los cursos de posgrado de literatura y cine en portugués a los que me inscribí para el semestre de otoño, me retrasaré significativamente en el avance de mis estudios doctorales. Con el apoyo de Indiana University a las demandas que han impuesto Harvard y MIT existe la ligera posibilidad de que nos permitan tomar todas nuestras clases online en el otoño, según mis cálculos.—

Aún no lo han confirmado. Seguiré escribiéndoles y llamándoles por teléfono. No puedo hacer un movimiento en falso. Tal vez tenga que irme de los Estados Unidos y tomar los cursos desde México y pedir un préstamo para poder subsistir en mi propio país. Posiblemente tenga que cambiar algunas materias y retrasarme un semestre en mis estudios, situación que me llevaría a gastarme un semestre de beca que necesitaré para hacer mis exámenes doctorales y para tener tiempo de planear y comenzar a escribir la tesis. Quizás Indiana University emita un comunicado en donde se nos diga a los estudiantes internacionales que podemos tomar las clases que necesitemos online.

No sé si eso sea posible y si baste con que Indiana University elogie y apoye la demanda de Harvard y MIT. No sé si eso sea posible con el hecho de que la vicepresidenta Robel recopile historias de todos los departamentos de la universidad. No nos quiere el gobierno del país de las barras y las estrellas, pero defenderemos nuestros derechos, resistiremos.

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El miércoles 8 de julio, en la madrugada, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, debía encontrarse en algún hotel de Washington D.C., durmiendo tranquilamente, o ensayando algún discurso mesiánico o lisonjero en la antesala de su visita a Donald Trump en la Casa Blanca. En su reunión de ese día, en la Oficina Oval, hablaron de beisbol e intercambiaron bates. Conversaron sobre la modificación del antiguo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), ahora llamado T-MEC. Hablaron sobre las relaciones comerciales entre ambos países. Los otros temas que fueron aprobados por ambas comitivas fueron la salud y la seguridad. Las conversaciones diplomáticas sucedieron mientras morían migrantes en México y Estados Unidos. Mientras eran violados los derechos humanos de menores de edad.

Días después de la visita de López Obrador a la Casa Blanca, miles de estudiantes internacionales mexicanos nos encontramos a la espera de ver qué procede con nuestras respectivas universidades, y algunos de nosotros tenemos enfrente un panorama de oportunidades limitado en México ̶ aclaro, no todos, sino algunos, como lo es mi caso ̶ , sobre todo ahora, en medio de la pandemia de COVID-19 mal manejada por las autoridades mexicanas y en plena crisis económica debido al infame coronavirus y a la gestión limitada del gobierno mexicano.

Antes de la visita de López Obrador a Washington D.C. la población mexicana estaba políticamente dividida, y considero que ahora lo está más. López Obrador había prometido dignidad y apoyo a los grupos más vulnerables frente a la presidencia xenófoba de Trump, que ha insultado a los mexicanos y a personas de otras nacionalidades. 

Tanto López Obrador como Trump han fracasado en su gestión contra el COVID-19. Ambos han demostrado ser incompetentes ante el virus. Tanto las acciones de López Obrador como las de Trump han demostrado que no les interesa prolongar la cuarentena y que pretenden exponer a sus habitantes al coronavirus de una manera infame. Trump no pretende querer disimular el exterminio de su gente y de los extranjeros. Un sistema de eliminación sistemática de los más pobres y de las minorías raciales.

De acuerdo con información del APM Research Lab sobre las víctimas del COVID-19 en Estados Unidos, existen 69.7 muertes por cada 100 000 afroamericanos; 51.3 por cada 100 000 indígenas americanos; 40.5 por cada 100 000 americanos de las islas del pacífico; 33.8 por cada 100 000 latinos; 30.2 por cada 100 000 caucásicos/blancos y 29.3 por cada 100 000 asiáticos americanos.

Hace algunos días leí otra nota con estadísticas de un medio cuyo nombre no recuerdo y que no he logrado encontrar de nuevo en internet, pero situaba a los latinos/hispanos y a los asiáticos como los grupos raciales y étnicos con más fallecimientos por COVID-19.

De cualquier forma, Trump, Pence y su equipo de trabajo son responsables de todas las muertes. Ni López Obrador ni Trump usaron tapabocas. López Obrador es responsable de todas las víctimas en México.

México tiene 289 174 casos de COVID-19 y 34 191 fallecidos hasta el día de hoy, según las estadísticas de Johns Hopkins University. El gobierno lopezobradorista es incapaz de proveer a sus cuerpos médicos con el equipo necesario: guantes, máscaras, pruebas y trajes de protección, y han maquillado las cifras con decesos identificados bajo cuadros de “neumonía atípica”. Todo ello lo sé de primera mano porque que tengo una tía que es médico en un hospital del Sector Salud en el Estado de México, y otra tía que es enfermera en un hospital del ISSSTE en la Ciudad de México. A ambas les dio COVID-19 y vivieron para contarlo. Y también me he enterado de los casos de “neumonía atípica” y de la falta de equipo a través del Twitter y en algunos medios de comunicación. De acuerdo con Hugo López-Gatell, el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, de la Secretaría de Salud de México, hay que multiplicar el número de infectados y fallecidos por 10, 11, o 12, o por algún otro número, para acercarnos a las cifras reales. La curva no se ha aplanado. La respuesta del gobierno ha sido ineficaz. Están fracasando y sumiendo a México en una crisis social y económica de proporciones inimaginables.

López Obrador pudo no haber asistido a Washington D.C. como muestra de respeto a su pueblo, a los migrantes indocumentados, a los estudiantes internacionales mexicanos y a su país. Trump ganó su campaña presidencial en parte atacando a los mexicanos, diciendo que: “They’re bringing drugs. They’re bringing crime. They’re rapists”. En español: “Ellos traen drogas. Traen crimen. Son unos violadores”. Las circunstancias son distintas: EEUU vende armas y los cárteles introducen droga a su territorio debido a una crisis de salud pública entre sus ciudadanos, a lo que hay que sumarle otras actividades inhumanas como el tráfico de personas y de menores. Las guerras auspiciadas por EEUU a lo largo de la historia han dejado crisis sociales, políticas y económicas en Centroamérica, lo que ha orillado a millones de personas a escapar de la violencia en sus países de origen. Es una situación que responde a una red global siniestra de manejos políticos y económicos.

Ahora, en el 2020, López Obrador decide hacer su primera visita al extranjero a Washington D.C. ̶ en un vuelo comercial de Delta con escala en Atlanta, populismo fantoche, aunque con significativos ahorros del erario público al no usar avión presidencial ni lujos extremos como los ex presidentes ̶ para dialogar con el presidente de EEUU, quien ha insultado en innumerables ocasiones a México. Lo acompaña un séquito de empresarios mexicanos, entre los que sobresalen nombres como el de Carlos Slim o Ricardo Salinas Pliego, y el Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.

La visita de López Obrador le ayudará a Trump en su campaña de reelección y puede ser que el gobierno mexicano esté apostándole a que Joe Biden pierda en noviembre ̶ un pronóstico que decenas de millones de personas en EEUU esperamos que sea completamente errado. Las palabras del presidente mexicano definitivamente están sumidas en una realidad retorcida e inexistente. López Obrador dijo que: “Yo decidí venir porque ya lo expresé. Es muy importante la puesta en marcha del tratado. Pero también, quise estar aquí para agradecerle al pueblo de Estados Unidos, a su gobierno, y a usted, presidente Trump, por ser cada vez más respetuosos con nuestros paisanos mexicanos”.

López Obrador considera que el trato de ICE hacia los migrantes indocumentados es “más respetuoso”, y parece ser que presenta un cuadro agudo de amnesia. Quizás debería ir al neurólogo.

El Primer Ministro canadiense Justin Trudeau no ha asistido a la reunión debido a las posibles tarifas que EEUU les impondrá para el aluminio, y ante el inminente peligro del COVID-19 en el país líder en número de casos. Estados Unidos, quien hoy por hoy registra un total de 3,184,722 casos confirmados de coronavirus y un total de 134,097 muertes, de acuerdo con las estadísticas de Johns Hopkins University. Estados Unidos, el matadero principal del coronavirus, donde han fallecido más personas que soldados norteamericanos en la Guerra de Vietnam, Corea, Afganistán e Irak juntas, de acuerdo con el diario británico Independent.

López Obrador debió haber tenido un poco de dignidad y respeto por su pueblo y haber hecho lo que el Primer Ministro Justin Trudeau.

  Muro en la frontera entre Tijuana y San Diego, foto: Armando García Jaramillo


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Ahora son las 5:35 a.m. y estoy más despierto que después de haberme tomado tres cafés expresos. No he logrado dormir ni un segundo y mientras intentaba cerrar los ojos por más de cinco minutos consecutivos sólo pensaba en lo malagradecidos, malvados, racistas y supremacistas que son con nosotros los que impulsaron la modificación al SEVP, los millones de estudiantes internacionales en este país, quienes dejamos una derrama económica de $41 mil millones de dólares anualmente, y quienes además pagamos altas cuotas de colegiaturas y cargos adicionales por ser extranjeros, y quienes por si fuera poco contribuimos a enriquecer la diversidad ideológica, cultural, lingüística, científica y humanística de estas instituciones y de este país.

Mi permanencia en Bloomington, Indiana ̶ como la de millones de colegas en Estados Unidos ̶ es incierta y algunas de mis herramientas de defensa son firmar y circular peticiones para que reviertan las modificaciones al SEVP, exigirle respuestas a la universidad y mantenerme al tanto de los cambios radicales de las leyes migratorias absurdas y medievales de este país, las cuales son responsables de enjaular personas y menores de edad en los centros de detención del ICE, calabozos en los cuales no existen ni las medidas higiénicas ni de salud adecuadas. Esas “hieleras” del ICE, pozos inhumanos en donde han fallecido migrantes indocumentados por la negligencia de los guardias del gobierno norteamericano, autoridades que buscan eliminar la migración a toda costa.

Por si fuera poco, y en medio del caos que ha generado la pandemia de COVID-19, el gobierno de Estados Unidos ha tolerado los ataques raciales y los asesinatos de las personas de color. George Floyd, Ahmaud Arbery y Breonna Taylor son sólo algunos nombres que representan a las personas afroamericanas asesinadas por la policía de EEUU a lo largo de la historia sangrienta de este país.

Me planto firme y solidario con todos aquellos que han perdido la vida a manos de policías racistas y supremacistas.

Mis herramientas de defensa son la pluma y el papel; el documento de Word y el teclado.

Tal vez pueda quedarme en Bloomington y tomar mis cursos de literatura, cine y teatro del mundo lusófono. A lo mejor deba cambiarme de cursos y retrasarme un semestre en mis estudios. A lo mejor me deba salir del país. Indiana University-Bloomington ha elogiado y apoyado a las demandas de Harvard y MIT, pero aún no aclara qué significa eso para nosotros.

Ahora son las 5:51 a.m. y escucho el canto de los pajarillos afuera de mi departamento. He abierto la puerta y he salido momentáneamente. He mirado los pinos enfrente de mi departamento y he visto a las parvadas de pájaros revolotear entre árbol y árbol, pero no he podido distinguir la especie. Siguen cantando y he optado por comenzar el día de una vez por todas. Quizás el sueño vuelva mañana. Mi futuro, como el de millones de colegas, es más incierto que antes. Sé que existe un lugar en el mundo para mí. Por el momento, no sé dónde.
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Nota del 14 de Julio de 2020: "El gobierno del presidente estadounidense Donald Trump desistió de retirar los visados a estudiantes universitarios extranjeros que deban seguir estudios en línea a raíz de la pandemia de coronavirus, informó el martes una jueza federal de Boston." Fuente: El Espectador
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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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