martes, 9 de febrero de 2021

Un póster en la pared

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@rugeratcliffe

D esde hace un mes Keanu Reeves intenta decirme algo. Lo pegaron con plasticola, Uhu, o Poxiran en una pared de Virrey Avilés. Entre Avenida Forest y Delgado. Nos encontramos a la noche. Todas las noches, o casi todas. Yo en shorts y zapatillas, transpirada. Él, de traje y brazos abiertos. A la hora en la que ya todo está cerrado. 

La primera vez fue un lunes. Salíamos con Toler del gimnasio. Habíamos hecho una clase de spinning. La profesora había preguntado si éramos novios. Yo había dicho que no, y Toler que sí. Por eso ahora discutíamos, parados en la esquina mientras estirábamos. El calor era una cortina que empujábamos en cada movimiento. Quedarse quieto era la posibilidad de morir ahogado por esa masa de fuego y humedad. 

 ––¿Por qué dijiste que no? Si es sí. ––me preguntó Toler, con los ojos concentrados en las venas de sus antebrazos. 
––No te quedes quieto, te va a bajar la presión. 
 ––¿De qué hablás? 
––Nada, ya fue. Hacé como quieras. ––esparcí con las manos la delgada capa de transpiración que me cubría las piernas. Brillaban. 
––¿Por qué dijiste que no? ––insistió. 
––¿Por qué hay que decirle todo a todo el mundo? 
––Esto no es todo. Y la mina esa no es todo el mundo. ––Toler quería discutir, a veces le pasaba. Empezaba con una pregunta, seguía con una afirmación, y terminaba en silencio. Me fastidiaba. 
––¿Ves que hacés un drama? Es ridículo ir al gimnasio en pareja. Nosotros no somos eso. 

Iba por esa parte cuando lo vi. Y verlo me frenó. Por suerte me frenó. Si no, lo nuestro con Toler hubiese terminado mucho antes, ahí mismo. Y no habrían venido Karlos Keen; la anécdota del hámster rosa; la colección completa de Carver, que le regalé y después me quedé; la marihuana en el helado. Desde un poster pegado a una pared descascarada, Keanu Reeves me extendía los brazos. La imagen tenía potencia o el suficiente contraste como para parecer muy real. Resplandecía rodeada de grafitis: “Lauchi puta”, “Este es un buen lugar para besarse”, “Carlos volvé al rioba”. 

 ––Mirá. Estamos a un paso de Keanu Reeves. Lo que nos deja a solo dos de Hollywood. ––le dije a Toler señalando la pared. 

Toler se dio vuelta sin entender. Pero al ver a Keanu se rió y eso descomprimió un poco. Con un dedo recorrió uno de mis brazos barriendo la transpiración hasta formar una gota en uno de mis dedos. La vimos desprenderse, y caer en las baldosas rotas de la vereda. Creo que los dos, al mismo tiempo, pensamos en la muerte y en el horror de un cuerpo humano y sus fluidos. Pero ninguno dijo nada. Tanto tiempo juntos, ya nos adivinábamos el morbo. 

Volvimos a casa. En el camino compramos velas porque estábamos sin luz, y acelga para una tarta que ninguno cocinó. Esa noche soñé con Keanu. Empezaba como un sueño muy sexual en el que uno besaba al otro. Pero en el medio de todo aparecía Toler y nos gritaba que no éramos novios, que ya no nos besáramos, que para besarnos debíamos ser novios. Keanu se elevaba como dos o tres metros del suelo, y desde ahí me extendía una mano. Yo lo miraba a Toler antes. Y después le agarraba la mano a Keanu. Flotábamos, a velocidad luz, atravesábamos el techo y un par de departamentos en los que podía ver a todos mis vecinos durmiendo. Acurrucados algunos. Aferrados a las almohadas, otros. Intentaba explicarle a Keanu quienes eran cada uno, pero él me callaba llevándome una mano a la boca. Yo le mordía el dedo. Y al salir, por fin, al cielo abierto y oscuro, la sangre ya nos había teñido por completo a los dos. Cinco toros emergían de la nada, nos rodeaban enfurecidos. 

 ––El nivel de esfuerzo que realiza el torero es irregular e intermitente.––me tranquilizaba Keanu. 
Ahí me despertaba, justo cuando Toler, desde la terraza del edificio, nos apuntaba con una 45 o una 42. No entiendo mucho de armas. 

Pasaron los días. Un jueves volví al gimnasio. Esta vez, sola. Toler jugaba un partido de futbol cinco con amigos en Almagro, y esa noche llegaba tarde. “No me esperes para cenar”, había dicho. 

Otra vez estábamos sin luz. Aproveché el gimnasio para ducharme. En casa, con velas era agotador acertarle a la cantidad de champú, intentar desenredarme el pelo, etc. Había llevado ropa para cambiarme ahí mismo, en el vestuario. Al salir, ni bien tocar la calle, escuché a la de spinning comentar con otra mujer: “Volvieron los 90”. “Brillan en la oscuridad”. Lo decían por mis shorts metalizados. Mi problema con las modas es que siempre les estoy llegando tarde. El año pasado esos shorts habían sido el grito de todas las marcas, ahora no se entendían. Me jodió. Entonces, me acerqué y les dije: “Laika quizás siga en el espacio exterior. A eso voy”. Como con las modas y yo, no entendieron nada. Y fue lo mejor. No pretendía cambiarme de gimnasio, y la clase de spinning era bastante dinámica, con sus luces de neón y oficinistas de jogging. Ellos eran más 90s que mis shorts. Aunque usaran smartphones y twittearan sobre el delfín muerto por un ataque de selfies. 

Llegué a la esquina. En la espalda podía sentir el peso de la aureola húmeda que había desprendido mi pelo sobre mi remera. De alguna forma era reconfortante, me hacía sentir menos sola. Como si alguien estuviera apoyando una mano fría sobre mis omóplatos calientes. Con los ojos abracé las luces de la calle pensando en qué bueno sería llegar a casa, tener luz. Entonces, apagón total. La esquina era un tubo al infinito. No se veían ni los autos estacionados, ni aquellos en movimiento, tan solo focos y guiñadas, ojos de perros encandilados. Doblé en Avilés y ahí de nuevo, Keanu. Reeves. De nuevo los 90. Punto Límite. Patrick Swayze. Ghost. La sombra del amor. Otra vez, extendiéndome los brazos. Diciéndome: “Aquí estoy”, brillando en la oscuridad. Hicimos contacto visual. Por unos segundos creí que intentaba mover los labios. El celular empezó a vibrar en mi bolsillo. Sentí el cosquilleo recorrer mi ingle y mi pelvis. Si no atendía quizás pudiera tener un orgasmo en mitad de una calle oscura frente a un poster de Keanu, pensé. Pero activé la pantalla, atendí. Era Toler. 

––Seguro seguimos sin luz. ––dije. 
––¿No estás en casa? ¿Dónde estás? 
––En la calle. La calle también está sin luz. ––le expliqué con los ojos fijos en los de Keanu y un pulso latiendo caliente entre mis piernas. 
––Dijeron que iban a ser cortes programados. ¿Por qué no te fijás, cuando llegás? ¿A qué hora llegás? Si nos toca, y por eso la cortaron. 
––¿Porque no tenemos luz? ¿Con qué voy a fijarme? Llego en cinco. 
––Fijate con el celular. Fijate en el ENRE. Así sabemos si vamos a seguir sin luz o ya se pasa. 
––Estoy con poca batería. 
 ––¿No lo cargaste en el gimnasio? Apurate entonces. 
––Hago eso. 
––Yo voy a llegar más tarde. No me esperes a cenar. 
––Sí, ya sé. 

Me fui pensando qué bueno sería ser como Keanu, qué bien poder ser uno de esos objetos que se cargan con el sol y luego brillan en la oscuridad. Llegar a casa. Resplandecer. 

Después de una empanada fría, desde el celular entré en la página del ENRE. Ya casi no tenía batería. Me apuré, intentando hacer durar la línea roja que titilaba en el extremo derecho de la pantalla. 

Cortes preventivos: 0 


Interrupciones en el servicio: 


- Loma Hermosa: 3648 usuarios afectados 
-Villa Luzuriaga: 212 usuarios afectados 
-Pilar: 244 usuarios afectados 
-Saavedra: 3 usuarios afectados. 
 


Mientras la página fundía a negro llegué a leer: 

Colegiales: 1 usuario desafectado. 


Pensé en Keanu. El celular se apagaba dejándome, ahora sí, desconectada de todo. 

Toler llegó bien entrada la madrugada. Al escuchar ruidos en la puerta, cerré los ojos, enterré la cara en las sábanas. Lo escuché regar, ducharse, tomar agua, capaz llorar. Soñé con eso: una inundación gigante que despegaba el piso, el techo, las paredes y se llevaba todo. Cuando por fin la soledad era absoluta, contra un blanco espeso sin detalle, en luces de neón resplandecía: 

 “Colegiales: 1 usuario desafectado”. 


A la mañana siguiente, al despertar, intenté prender un velador, pero nada. Nada prendía. Ni eso, ni la tele, ni Toler. Dormido le vi un surco en su mejilla que nunca antes le había visto. Me pareció un extraño, alguien por primera vez muy lejos de mí. 

Salí de casa. Tome el 80 y al alcanzar la esquina, desde una de las ventanas, otra vez Keanu. Otra vez, resplandeciendo, pegado a la pared. El semáforo me dio tiempo para una foto. Una selfie, con Keanu detrás. La subí a Instagram. 


13:45 @Orogato comentó: “Keanu viaja en el 80”. 
13:47 @delfuturoincierto: “piola, el guacho”. 
13:55 @laflacananana: “alto viaje, perra. qué potro XXX” 


Volví a ver la foto. Por tercera vez, Keanu intentaba decirme algo, ahora esforzándose, dando todo de sí: Había apoyado sus manos en mis hombros. Por efecto de la perspectiva, éstas entraban al 80, esquivaban a un par de pasajeros, y me abrazaban. 

 A los pocos días, mi foto con Keanu se hizo viral. Toler me convenció de mandarla a la tele, a un programa en el que mostraban fotos de televidentes con famosos, y todas las noches premiaban a la mejor. 

––Capaz ganamos algo. 
––Gano.––lo corregí. 
––Si ganás vos, o yo… qué importa. Ganamos. ––me dio ternura que insistiera con fagocitarnos el uno al otro. 

Esa noche, aún sin luz, fuimos especialmente a una parrilla en otro barrio aún no afectado por los cortes, para ver si la pasaban. Yo pedí papas fritas con ensalada, él tira de asado con puré y que sintonizaran Canal 11. Esa fue de nuestras últimas salidas juntos. Nos comimos todo, más el programa que era un bodrio. Pasaron varias fotos, pero nunca la mía con Keanu. Todo fue un poco decepcionante. 

Como seguíamos sin luz empecé a usar el gimnasio como base o segunda casa. Pasaba para cargar el celular, ver las noticias en la tele, y videos en Youtube (me gustaban especialmente los tutoriales de cómo salir bien en las fotos), revisar mails, pegarme una ducha. Elegía horarios concurridos, más bien nocturnos, como para no levantar sospechas. Lo incómodo era tener que cambiarme especialmente antes de ir, ponerme calzas, zapatillas, para hacer de cuenta que lo mío era la actividad física, y no usufructo. Pero a la semana ya tenía una rutina, y me sentía a gusto. 

Escapándole a la oscuridad, Toler empezó a jugar más y más partidos en Almagro, y yo a pasar más tiempo en el gimnasio que en nuestra casa. Para cuando la luz volvió ya no la usábamos, ni estábamos juntos. 

Keanu por fin me habló: “ojo con el ramo nena. Las flores se caen, tenés que parar”. Lo apreté fuerte. Enseguida pensé que era el hombre más inteligente y poético sobre la tierra, o una pared. Cuando llegué a casa googleé la frase. Me decepcionó entender que era un plagio, y entre la ducha y la ensalada de cherries, me olvidé de él. Entonces, me acordé de Toler. 

La luz volvió. Como vuelven ciertos placeres olvidados que al regresar molestan. Ya no voy al gimnasio, pero sigo pasando por esa cuadra, la de Keanu. Y sigo sin entender qué quiere decirme.






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Publicado por Ruge Ratcliffe
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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